Eurocopa 2004 | El gran día del fútbol español
El gol de Marcelino cumple hoy los cuarenta años
El 21 de junio del 64 España ganó a la URSS la final de la Eurocopa
Fueron años malos para el fútbol, aunque aquí tuvimos una alegría inesperada e inigualable: una Eurocopa, la de 1964. Las semifinales y la final debían jugarse en España. Nos clasificamos, no de oficio, como suele ocurrir ahora, sino tras eliminar a Rumanía y a las dos Irlandas. Junto a nosotros llegan hasta esas semifinales Dinamarca, Hungría ¡y la URSS! Se montó la gorda. ¿Cómo abandonar esta vez, si era en nuestra propia casa? Eso nos hubiera costado una sanción muy seria de la UEFA, sin duda. Quizá la expulsión por bastante tiempo de nuestros equipos en las competiciones continentales.
Así que el Régimen cruzó los dedos confiando en que no habría necesidad de jugar contra la URSS. Las bolas fueron sabias y fijaron unas semifinales España-Hungría y URSS-Dinamarca. Ganamos, con gol de Amancio en la prórroga. Pero los soviéticos (los rusos los llamábamos entonces, sin atenernos a demasiadas precisiones) también ganaron.
No es extraño, porque tenían buen equipo aquella gente. Y tenían, además, al que unánimemente era considerado como mejor portero del mundo, un moscovita llamado Lev Yachin. En el colegio nos informaron (por éstas, que son cruces) de que se trataba de un niño vasco, uno de tantos niños evacuados en la guerra (secuestrados por los rojos, según el lenguaje de la época), que no había podido regresar. Le habían hecho un lavado de cerebro y no sabía, no recordaba nada de su pasado. La perfidia comunista iba a cometer la villanía de obligarle a jugar contra su propia y católica patria sin que él pudiera ni siquiera oponerse por culpa del dichoso lavado de cerebro.
No era de extrañar. Los rusos eran tan malos, nos explicaban, que a los viejos, que ya no podían producir para el Estado, en lugar de jubilarles y dejarles vivir tranquilos con sus nietos, como se hacía en toda tierra de garbanzos, les mataban y sacaban de las grasas de su cuerpo pastillas de jabón. Unas treinta por anciano, aseguraban. Supongo que sería promediando altos con bajos, gordos con delgados, caucasianos con asiáticos y eslavos con bálticos.
El caso es que hubo dudas hasta casi la víspera. José Solís Ruiz, ministro Secretario General del Movimiento y de la cosa del deporte, por tanto, apodado como La Sonrisa del Régimen, convenció a Franco de que habría que jugar, contra el criterio de los más reaccionarios del gabinete, que digo yo que serían todos los demás. Solís defendía para las nuevas generaciones una educación con menos latín y más deporte.
Franco consultó a su médico personal, Vicente Gil, presidente de la Federación de Boxeo, que le aseguró que España ganaría. Se jugó el bigote.
Pero, sí, España ganó, que yo lo vi. Fue el 21 de junio de 1964, en el Bernabéu, en una tarde lluviosa a caballo entre la primavera y el verano. Jugaron: Iríbar; Rivilla, Olivella, Calleja; Zoco, Fusté; Amancio, Pereda, Marcelino, Suárez y Lapetra. Este último era también un extremo falso, que se echaba a la media, donde construía con un fútbol elegante, un poquito del corte de Fusté. Las vedettes del equipo eran Amancio y Luis Suárez. Pero la gloria se la llevó Marcelino, que con empate a uno (goles de Pereda y Khusainov) marcó el tanto decisivo. Fue un cabezazo pícaro, adelantándose al defensa para meterle la cabeza por delante del ombligo y cazar así un centro desde la derecha de Pereda (suele verse una imagen trucada, en la que parece que centra Amancio). El balón salió percutido con potencia desde el parietal izquierdo de Marcelino hasta la base del palo izquierdo de Yachin, que ni la olió. Para tratarse del mejor portero del mundo, la verdad es que no nos impresionó nada. Nos marchamos a casa pensando que los rusos se habían tomado demasiadas molestias por un tipo que, francamente, no hubiéramos cambiado por Iríbar. Ni por Carmelo, al que éste había jubilado en el Atlético de Bilbao y obligado a buscar refugio en el Español, junto a otros ilustres veteranos, como Di Stéfano, Kubala y Tejada.
El caso es que ganamos a Rusia, que Franco le entregó la Copa a Olivella, que La Sonrisa del Régimen sonrió de oreja a oreja, que Vicente Gil salvó el bigote, que los agoreros suspiraron y que Marcelino, un gallego de Ares que había aprendido a jugar en el seminario, fue elevado al Santoral. Sin duda había seguido la doctrina Solís y a fuerza de suspender los latines y de hacer deporte cambió su destino de sacerdote por el de delantero centro de la Selección Nacional.
Marcelino es constructor
El héroe de aquella noche en el Bernabéu, Marcelino Martínez Cao, vive sus 64 años con la comodidad que da tener una empresa de construcción, a caballo entre Ferrol y la localidad coruñesa de Ares. Desde allí sigue venerando a su paisano Luis Suárez: "Era mejor que Pelé", dice.
La camiseta del héroe, en AS
Marcelino regaló la camiseta con la que jugó ante la URSS a Gerardo García, que fuera redactor jefe de AS y que cubrió aquella final. A su jubilación, Gerardo decidió donarla al periódico y permanece en la planta noble de nuestra redacción como un objeto histórico para el fútbol español.