Historia de la Eurocopa (16) | Alemania - 1988
No pudimos con Italia ni Alemania
Se logró la clasificación en un grupo fácil y viajamos a Alemania con el recuerdo del Mundial mexicano. No existió la línea delantera, hubo exceso de centrocampismo y la defensa no supo anular la contundencia de Vialli y Völler.
Se habría marchitado la flor de Muñoz en el estadio Cuauhtémoc del Mundial mexicano, con el penalti fallado por Eloy ante los belgas?
No lo pareció cuando el sorteo de la novena Eurocopa nos opuso como adversarios a Austria, Albania y Rumanía. Sólo tres rivales cuando en cuatro grupos figuraban cinco equipos. Además, los albaneses no eran nadie, los austriacos estaban muy lejos del célebre Wunderteam y los frecuentes choques con los rumanos siempre nos habían favorecido. A pesar de ello se pasaron apuros en los tres primeros partidos. Por la mínima (gol de Míchel) se ganó a Rumanía en Sevilla con penalti desaprovechado por Butragueño. En Tirana se estuvo por debajo hasta que un arranque de Arteche consiguió el empate ya mediada la segunda parte. A falta de ocho minutos fue el gijonés Joaquín quien nos dio la victoria. También en Viena tuvimos fortuna. En el último minuto una extraordinaria jugada del lobito Carrasco firmó una victoria inesperada.
La segunda vuelta comenzó con una peligrosa derrota en Bucarest. Dos goles de diferencia daban ventaja a los rumanos en caso de un hipotético empate final a puntos. Austria y Albania no presentaron peligro alguno en Sevilla. Nuestra clasificación dependía del resultado del Prater entre austriacos y rumanos. ¿Hubo incentivo español a los austriacos? Rumores afirmativos, todos. Empataron a cero y se nos abrieron las puertas de Alemania.
La Selección de Muñoz tenía como esqueleto a la llamada Quinta del Buitre madridista. En Hannover se derrotó a Dinamarca (3-2), con bastantes más dificultades que en México y un penalti fallado por Míchel. Italia y Alemania empataron su encuentro con lo que encabezábamos la clasificación. Hubo que viajar a Francfort para enfrentarnos a la squadra azzurra. Desde 1920 en Amberes nunca la habíamos vuelto a derrotar en competición oficial. Los italianos dominaron el juego y el ambiente. Mucho centrocampismo y escasas oportunidades de gol. Vialli aprovechó una de ellas y el catenaccio hizo el resto.
Había que ganar a Alemania en el Olímpico de Múnich. Se recordaba el gol de Maceda, pero el saguntino ya no estaba para conectar uno de sus remates providenciales. Nuestro ataque no existió. Butragueño y Bakero no dieron la talla, mientras que Klinsmann y Völler creaban frecuentes peligros ante la puerta de Zubizarreta. Dos goles premiaron su esfuerzo y de nuevo quedamos apartados de jugar una semifinal. La flor de Muñoz se había marchitado definitivamente.
Sevilla y el jugador número 12
Los estadios de Barcelona y Madrid dejaban demasiado cemento a la vista cuando actuaba nuestra Selección. Valencia había servido de sede a nuestro equipo en el desafortunado Mundial de 1982. Pero era en Sevilla, daba igual en el Ramón Sánchez Pizjuán que en el Benito Villamarín, donde jugábamos más arropados por la afición. Se usaba toda la parafernalia de cánticos y símbolos para animar. La Federación no sólo llevó a las orillas del Guadalquivir los partidos más decisivos, sino que distinguió oficialmente a su afición como jugador número 12 de nuestro equipo. Un premio supermerecido.