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Zidane, elegido mejor jugador del mundo del año 2003. ¿Es eso noticia? ¿Acaso hay que anunciarlo? ¿Alguien duda de que, hoy por hoy, el divino Zinedine Zidane no sea el mejor jugador del mundo de 2003? ¿Y de 2002? ¿Y de 2004? Los premios tienen estas cosas, que es recomendable que cada año gane uno. Pero el pueblo, que generalmente tiene razón, sabe que este galardón, y casi todos, tendría que irse a casa del francés un año sí y otro también.

Basta con acercarse cada semana al Santiago Bernabéu o a cualquier otro campo para certificar que no hay nadie en el mundo que juegue al fútbol como Zidane. El francés, como diría Ángel Cappa, devuelve el precio de la entrada con apenas un control orientado como el del domingo frente al Depor, con su elegancia al conducir el balón, con su capacidad de llegada, con sus goles estratosféricos... Hasta por sus fallos, que se vuelven elegantes en su caso.

Pero Zidane es el mejor del mundo, aparte de por todo esto, por su conocimiento del juego. No hay nada que se mueva en el campo que no esté bajo su control, no hay desmarque de un compañero, por inverosímil que parezca, que no haya adivinado él antes, no hay cambio de juego de 40 metros que no despierte admiración por inteligente. Y es que Zidane será recordado por la volea de la Novena, pero su juego lo define el gol que regaló a Portillo contra el Valencia la temporada pasada.

Si a todo esto se une el necesario puntito de mala leche dentro del campo y una humildad casi insultante fuera del mismo se tiene a un futbolista para la leyenda, para el recuerdo de la historia global de este deporte. Zidane, mejor jugador del mundo del año 2003. ¿Podía ser otro?