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Ciclismo | Tour de Francia

Humo y Voeckler

Nibali atacó tarde, Evans se hundió y Wiggins roza la gloria.

<b>PASIÓN EN EL PEYRESOURDE. </b>Nibali ataca a Froome y Wiggins en las rampas más duras del último puerto de la etapa. El italiano sacó ventaja, pero fue atrapado después.
reuters

Es curioso lo de Voeckler. Delante de un micrófono pasaría por una persona corriente. Ni chupa la alcachofa ni despeina al periodista. Ni siquiera baila el moonwalker. Sobre una bicicleta es lo contrario: su modo de correr es un desafío al equilibrio físico y mental. Es más fácil manejar diez mazas sobre un monociclo. Lo hemos visto mil veces y ayer tuvimos repaso de cinco horas. Los tics de Voeckler, su pecho al aire, su lengua al viento, su pedalear de ciclista cojo. Ay, si fuera español, suspiran algunos. Si lo fuera sería igual de cargante. Sin embargo, el empacho no es lo peor. Lo más duro es sentirse culpable, porque Voeckler, además de guiñol de sí mismo, es un ciclista extraordinario, uno de los pocos valientes del pelotón, pasta de campeón con muecas de chicle.

Cinco horas con Voeckler. La etapa no incluyó más tortura que esa. Voeckler a tirones, Voeckler vaciando una botella de agua sobre su cabeza, Voeckler suicida y Voeckler streapper. Detrás, nada. Más allá del reguero de ciclistas que se descolgaban de la escapada sólo había cielo despejado y Sky sin nubes. Ningún favorito se movió en el Tourmalet. Ningún compañero, amigo o familiar. Nadie discutió el ritmo de los soldados del líder. Nadie arriesgó. El miedo y los directores son la misma cosa. Conservar el puesto, no descuidar la clasificación por equipos, ser prudente, ir por la sombra. Wiggins también debería repartir con ellos el premio.

Quien se conforme con el derrumbe de Evans se conforma con poco. Ya flaqueó en los Alpes y ayer confirmó la crisis de los 35. Se retrasó en el Aspin, en cuanto Liquigas se dignó a zarandear el árbol. Enlazó luego y reventó en el Peyresourde. En meta cedió 4:47. Ha caído al séptimo puesto de la general y será complicado que baje de ahí; nadie aprieta por detrás, más bien al contrario.

En la pugna por ganar el Tour no se registró alteración ninguna. Nibali demarró en el último puerto, pero acabó atrapado por la hidra Froome-Wiggins. Después parecieron entenderse, como si el reparto de las parcelas del podio satisfaciera a los tres. Wiggins, ya lo pueden imaginar, cruzó la meta relamiéndose.

Mansos. La sensación es que los rivales del líder carecen de grandeza. Sólo así se puede explicar la inacción en el Tourmalet, la mansedumbre en sus cuestas. Para amenazar el triunfo de Wiggins es necesario llevarle al límite de la resistencia, provocar un cara a cara. Otros planes son legítimos, pero sólo sirven para ganar el Tour de Limousin.

Zubeldia ya es quinto y tal vez RadioShack se contente con eso. Quien busque una coartada la encontrará, el Tour es despiadado. Por eso resulta tan gratificante encontrar tipos como Voeckler. Si además de los tics nos contagia el valor, le pediremos en matrimonio.