Ciclismo | Vuelta a España. 15ª etapa
El Bisonte volador
Cobo se exhibe en el terrible Angliru y consigue el maillot rojo
Hace apenas 24 horas sólo los fieles aficionados al ciclismo eran capaces de reconocer a Juanjo Cobo, un estimable ciclista de 30 años, pero alejado del foco que ilumina a las estrellas. Desde hoy su cara y su historia son de dominio público. Un chico de talento, pero inconstante; un deportista al que le sobra cuerpo, pero le faltaba confianza. Las imágenes de su subida y su coronación en El Angliru le convierten en el personaje de moda. Y resultan entrañables los héroes por sorpresa. Cobo se manejó tras la victoria con la espontaneidad de los quinielistas recién premiados. Lo suyo era una mezcla de entusiasmo y rubor, una encantadora ausencia de tablas. Desde los cuernos en la meta (símbolo del Bisonte, su apodo) hasta las bromas en el podio, los guiños a los amigos y la lengua fuera. Feliz pero en tierra extraña.
Diría que el último kilómetro lo completó con esa misma alegría sonrojada. En las rampas en las que otros desencajaban el rostro, Cobo sonreía y dejaba traslucir su pensamiento, vaya la que estoy armando, cómo deben gritar en el barrio. En lugar de sufrir se divertía con las paradojas de la vida, ajeno al dolor. Debe ser cierto que, si su cabeza funciona, sus piernas responden. Y muy poderoso debe ser ese cuerpo que ni delgado pierde robustez bovina.
Cobo atacó a seis kilómetros de la meta, lo que equivale a citar desde lejos. Quedaba lo peor del Angliru, sus muros más despiadados. Poco antes, el equipo Liquigas había escenificado la coreografía de un ataque de Nibali. Pero el Tiburón no se presentó. Fueron Sastre y Barredo los primeros en probarlo. También Antón. Hasta que Cobo se marchó con su pedalear martilleante. Sus modos son tan industriales que le podría cambiar el casco a un minero o colocarse una linterna en el suyo. Hasta su barba se confunde con manchas de carbón.
Por detrás, el inconmensurable Froome volvió a acudir en auxilio de Wiggins, muy aseado en la primera parte de la subida. Tras ellos resistían Menchov, Poels y Purito, que acabó por ceder. Mollema se retorcía más lejos. A cuatro de la cumbre, Cobo aventajaba al grupo en medio minuto. A tres de meta, su ventaja alcanzaba los 40 segundos. Ya era líder virtual. Y sonreía.
Wiggins reventó en las peores rampas y fue por una doble razón: anatómica y aerodinámica. Es demasiado alto para bailar la bicicleta con agilidad y no hay otro modo escalar esas paredes. Froome tuvo licencia para seguir y llegó a meta a 48 segundos, en compañía de Poels y Menchov, que le robó ocho de bonificación.
Amenaza.
En resumen. Cobo es el nuevo líder, con 20 segundos sobre Froome y 46 sobre Wiggins. A pesar de lo apretado de la general, su primer adversario será la fama repentina, la atención mediática y el peso de la responsabilidad. Después vendrá el equipo Sky, amenaza de dos cabezas para las cuatro etapas montañosas que quedan, una de ellas con final en Peña Cabarga (miércoles), territorio del Bisonte.
Nadie hubiera imaginado una Vuelta así, con dos gregarios a la greña, y tengo la impresión de que nadie imagina lo que está por venir. Sólo se sabe algo: será apasionante.