Ciclismo | Vuelta a España. 13ª etapa
En pie de guerra
Purito, Nibali y Cobo probaron antes de la gran batalla de hoy
Etapón, así definían los ciclistas la jornada de ayer nada más cruzar la meta. No hay duda, son gente especial los ciclistas. La etapa ("el etapón") había atacado sus piernas y minado sus fuerzas hasta colocarlos, a ocho etapas de Madrid, al borde de la extenuación. Aunque resulte paradójico, ahí radica el placer. Lo sabrá quien haya montado en bicicleta con cierta regularidad, quien corra asiduamente o practique cualquier deporte con cierta obsesión. Estar muerto es estar vivo. Y no es masoquismo o perversión. No hay disfrute alguno en la tortura de un puerto o de un maratón. Es después. Es lograrlo. Sobrevivir. Y, en algunos casos, pocos, ganar.
Si dijera que en la ducha de cada ciclista que llegó a la meta se repartieron flores y besos, alguien podría imaginar azafatas con chubasquero o algo todavía más húmedo. No es eso. Pero tengan por seguro que hasta el francés Geniez, último clasificado en Ponferrada (en el grupo de Cancellara y Sagan, a 27:50) disfrutó ayer de la recompensa de una ducha salvadora y un masaje reparador. Ahí radica el placer.
El suizo Michael Albasini (30 años) lo tuvo todo, nunca faltan guapos y millonarios. Ganó la etapa, le achucharon las azafatas (cada día más bellas, sucede igual con las compañeras de curso) y su nombre será rebotado hasta el infinito en las redes cibernéticas del ancho mundo. Era su tarde. Hubiera vencido en solitario, a dúo, trío o en cuarteto de cuerda. Al final, triunfó acompañado de Los Sabandeños, 20 ciclistas entre los que estaban Dani Moreno (ahora noveno en la general), Roche, Nieve, Moncoutié, Sastre o el joven Madrazo. El pelotón de favoritos se presentó a 1:33.
A tenor de lo compacto del grupo principal se diría que viajó en plácida armonía. Nada más lejos de la realidad. Casi desde el primer kilómetro se detectó la inquietud de los días grandes; de los etapones, si lo prefieren. Nibali peleó y ganó los seis segundos de bonificación que repartía el sprint de Becerreá. Para abrir boca. Purito atacó en Ancares, a 60 kilómetros de meta, y Juanjo Cobo siguió su escaramuza con un arreón de bisonte. En la bajada se repitieron los movimientos, otra vez Nibali, seguido esta vez de Kessiakoff y Mollema.
Wiggins respondió en persona o mediante secretarios, el soldado Froome, Lovkivst... También, llegado el momento, contó con la ayuda desinteresada de RadioShack para controlar las fugas. Ingleses y americanos, ya se sabe.
La jornada dejó interpretaciones para todos los gustos. Hubo quienes advirtieron nervios en la hiperactividad de Nibali, como si no estuviera seguro de sus fuerzas. Purito ofreció una explicación todavía más singular de su propio ataque: "Probé porque me dolían las piernas y quería averiguar si a otros también les dolían".
Clave.
Todo esto fue ayer, agua pasada. Entre hoy y mañana se decidirá la Vuelta. La Farrapona y El Angliru deberán resolver el embrollo, sin menospreciar el valor del puerto de San Lorenzo, hoy mismo, previo a la última subida. Allí tendría que surgir el loco o el héroe que desbarate el orden establecido y altere esta deriva que nos conduce a una victoria final de Wiggins o Nibali. Ahí radicará el placer, el nuestro.