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Ciclismo | Tour de Francia

Tour de sangre y gloria

Caídas graves, un atropello y victoria de Luis León Sánchez.

<b>ACCIDENTE INEXPLICABLE. </b>Arriba, las capturas del atropello de Flecha y Hoogerland por un coche de la TV francesa. En las fotos, la caída y las heridas del holandés.

Esto es el ciclismo. No existe actividad humana que se encuentre menos protegida contra el accidente que amenaza. Aquí los monos son de lycra y las rodilleras de piel. Hasta los guantes son casi de adorno y están recortados. Tampoco hay grasa que amortigüe. Las bicicletas pinchan y se clavan. Aquí atacan por cielo y por tierra: la lluvia, las carreteras, los colegas, los espectadores, las motos y los coches. Aquí, al contrario de lo que sucede en la vida normal, la mala suerte tiene más aliados que la buena. La etapa de ayer fue un catálogo de desdichas y lamentos que culminó con la felicidad desbordante de Luis León Sánchez, heroico, con dedicatoria para la niña por nacer y para el hermano que falleció. Puro ciclismo.

Es díficil ordenar los hechos, distinguir lo importante de lo trascendental, la sangre de lo deportivo. Empezaremos por la sangre. Vinokourov se rompió el fémur, Van den Broeck el omóplato y Zabriskie la muñeca; Txurruka y Willems, la clavícula. Todos ellos y otros tantos se cayeron en el descenso del Puy Mary, en el kilómetro 102, en una curva que merecería cadena perpetua.

Poco antes había sido Contador quien había rodado por el suelo, víctima de un enganchón que le expulsó del pelotón como si alguien le hubiera empujado con saña; eso se dijo al principio, enajenación de Karpets. Pero no, el enajenado fue el destino. Contador volvió al grupo, pero su rodilla derecha, maltrecha y dolorida, nos dejará con el alma en vilo hasta que termine este fascinante infierno.

Se comprende (y se disculpa) el desconcierto del pelotón. Fruto de la conmoción, hubo un intento de plante, una protesta contra no se sabe quién, contra las curvas o contra los dioses, quizá contra el maldito ciclismo. No quedó claro en absoluto.

Por delante, cinco corredores parecían a salvo del drama, cinco afortunados que se jugarían la victoria de etapa ante la pasividad del pelotón. Habría para todos. La ventaja no bajaba de los cinco minutos y Voeckler, a 1:29 del líder, disfrutaba de su amarillo virtual. Hoogerland, por su parte, recuperaba el flamenco maillot de la montaña. Los cinco sonreían.

Hasta que sucedió lo impensable, por no decir lo aberrante. Un coche de la televisión francesa decidió adelantar a los escapados y se llevó por delante a Flecha y Hoogerland. El español se estrelló contra el asfalto y el holandés salió despedido contra una valla de espino. Pese al estruendo, Voeckler no dejó de tirar. Preguntó a su coche, pero no dejó de tirar. Ya lo sabemos para la próxima: no se espera a los atropellados, sólo a los caídos, y sólo si son relevantes y no te pelean el maillot. También esto es puro ciclismo.

Motivos. Luis León se guareció en la rueda de Voeckler y Casar y no dejó de relamerse. Ganaría él: le sobraban las piernas y los motivos. Por detrás se hundía Flecha, tanto que acabó coincidiendo con el hundimiento total de Hoogerland, rotos y juntos, conmovedores, a más 16 minutos del flamante vencedor.

Así acabó la etapa, como la metáfora salvaje y cruda de un deporte que no es de súperhombres, se equivocan; es de súpervivientes.