Ciclismo | Vuelta 2010 | 20ª etapa
No fue posible
Mosquera atacó, pero Nibali respondió como un campeón
Es muy probable que dentro de algún tiempo, no excesivo, recordemos que el nacimiento del fenómeno Nibali comenzó en la Vuelta a España 2010, cuando el genio contaba con sólo 25 años. No cuesta prever que el ciclista que ayer confirmó su victoria ganará otras grandes carreras y es fácil imaginarlo como un inminente rival de Contador, seguramente más cuajado y completo que Andy Schleck.
Desde esa perspectiva, la derrota de un veterano ciclista como Ezequiel Mosquera se debe asumir con naturalidad, con algo de pena también, pero sin demasiados lamentos. La enorme dignidad del aspirante consistió en exigir lo máximo de su joven adversario, al que puso a prueba física y psicológicamente.
Nibali aprobó los dos exámenes con nota. Llegado a la Bola del Mundo, no acusó ni la soledad ni la desventaja, que llegó a rondar los 19 segundos en la primera parte de la ascensión. En esos instantes, más que vértigo, el tiburón italiano pareció sentir curiosidad. Diría que se propuso descifrar la montaña y cuando la entendió, la venció. Si algo distingue a los campeones del resto de los mortales es su capacidad para transformar los problemas en desafíos.
Proeza.
El camino de Ezequiel fue el inverso: arrancó como un coloso y estuvo cerca de terminar en la lona. Sus primeros movimientos siguieron el guión que marcaba la proeza: demarraje en el último kilómetro de Navacerrada y subida frenética hacia la Bola. En ese segundo arreón descolgó a Nibali. La percepción (la mía) es que, incluso en ese minuto de gloria, había algo funcionarial en el rictus de Mosquera. Es como si le moviera, antes que la ambición, el estricto cumplimiento del deber. Supongo que hay quien nace para ser soldado, capitán o teniente-coronel y quien lo hace para ser Napoleón. O Garibaldi.
Nibali dio caza a Mosquera en la última rampa y la primera impresión (la que queda) es que no quiso disputarle la victoria. Habrá quien diga que en comparación con lo que acababa de conseguir, aquello era un premio menor, algo así como el ramo de flores que reciben los ganadores y que acaba volando a las manos del público. Otros defenderán que fue una muestra de respeto hacia el compañero veterano, atacante perpetuo y poulidor de etapas. Y tampoco faltará quien rechace tal actitud, en defensa de la competición y la hombría. Sea como fuere, Mosquera agradeció el gesto.
Al observar a los ciclistas en el refugio dio la sensación de que todos habían acabado satisfechos. Nibali había ganado su grande y Mosquera tenía, por fin, su etapa y su podio. Purito, tercero en la etapa (a 23s), cerraba una Vuelta soberbia entrando con los mejores. Y así sucesivamente, unos felices por conservar el puesto y otros contentos por conservar la vida (el grupo de velocistas se presentó, maltrecho, a media hora).
No cambia en nada el podio y entre los diez primeros no hay más alteración que el puesto que gana el incombustible Sastre (pasa del noveno al octavo); ya no hay duda de que si hubiera vueltas de cuatro o cinco semanas serían suyas. En la general por equipos (tan valorada por directores, mánagers y por nadie más) Katusha amplió en nueve segundos su ventaja sobre Caisse d'Epargne y subirá al podio en La Castellana.
Organización.
Entre los ganadores también hay que incluir a la organización de la Vuelta, y por extensión los aficionados, las audiencias y hasta los paisajes. Si la llegada a la Bola del Mundo fue un éxito que confirma un permanente deseo de renovación, el comportamiento del público, salvado el inevitable porcentaje de gansos, resultó ejemplar. No se vieron empujones, ni hubo acoso a los ciclistas, ni bobos saludos a la cámara, ni tipos mostrando sus nalgas trémulas. Fue, sencillamente, un gran espectáculo.
Como no hay emoción sin antecedentes, cuenta Chema Bermejo que en el Giro de 1975 se vivió una situación muy semejante a la de ayer, con Bertoglio de líder y Paco Galdos tratando recortarle 41 segundos en el Stelvio. No lo consiguió, pese a ser mejor escalador. "No fue posible", tituló el AS. "Lo di todo, pero no soy ni Bahamontes, ni Fuente, ni Julio Jiménez", dijo Galdos. Así se escribe la historia y así se repite de vez en cuando.