Todos los Tour de Flandes son parte de la historia del ciclismo, pero esta edición merecerá un capítulo especial. El día en que Fabian Cancellara, Espartaco para la prensa, La Bestia para el pelotón, dio una exhibición propia de los tiempos heroicos.

El suizo arrancó su moto en el Muro de Molenberg, a 45 km de meta. Sólo otro campeón de parecida cilindrada, el belga Tom Boonen, fue capaz de aguantarle. Pocas veces se ve a dos favoritos cumplir tan fielmente su papel, los dos solos en cabeza y tan lejos de meta. Cancellara delante, como un autómata, precisión suiza para una invariable cadencia y piernas de titán para mantener tan potente compás. Boonen, cauto, apenas le dio relevos.

Desde el principio se vio que el grupo, unos 40 detrás, no podría con ellos. Millar, Gilbert y Leukemans salieron en su busca. Pero cedían ya un minuto cuando en el Muro de Gramont (Kapelmuur para los flamencos), Cancellara, sin ponerse de pie, manteniendo su fuerte ritmo en la rampa más dura (20%), reventó a Boonen.

De ahí hasta meta, 16 km, en los que Cancellara fue poniendo distancia con su imperturbable cadencia. Los últimos 300 metros los hizo erguido sobre el sillín, festejando prolongadamente su triunfo. Y aún así le sacó 1:13 a Boonen. Ya ganó la París-Roubaix (2006) y la Milán-San Remo (2008). Sólo le falta la Lieja para completar los cuatro grandes monumentos del ciclismo.

A 2:34, con el primer grupo, llegaron Armstrong y Flecha, en el último puesto, decaído. Esta vez el Arquero ni siquiera pudo entrar en la pelea.