Ciclismo | Vuelta a España | 9ª etapa
Valverde se destapa
Es líder gracias a las bonificaciones. Veloso, rey del Xorret
El Xorret del Catí nos deparó un espectáculo formidable. Sin preámbulos ni tácticas. En apenas cinco kilómetros, la subida concentró toda la emoción que nos ofrecen otros puertos largos y legendarios. Con la montaña repleta de público, observamos ciclistas que, en lugar de atacar las cuestas, eran atacados por ellas. Y en las últimas rampas, cuando ya se divisaba el otro lado de la tapia, descubrimos un héroe, Veloso, y tres favoritos, no cien: Valverde, Evans y Basso.
La explosión del Chorro (eso significa Xorret) convirtió una etapa anodina en una intriga apasionante. Primero, para conocer el destino de los escapados. Después, para contar las dentelladas entre los candidatos. Y a cada historia se le podía aplicar la lupa: lo permitían los terribles porcentajes, las escaladas con piolet y los esfuerzos a cámara lenta.
Para empezar (a equivocarnos) pensamos que un estonio ganaría la etapa y nos documentamos como corresponde. Capital Tallín y país sin montañas que superen los 300 metros. Pronto comprendimos. Taaramae, que así se llamaba el aventurero, empezó a retorcerse sobre la bicicleta y a perder velocidad hasta empatar con los caracoles. Ahí le dejamos.
Por detrás, pistas falsas hasta que se retiraron los gregarios. Entonces aparecieron los veinte primeros de la general en posición de firmes. Al rato, ya sólo quedaban diez. Al poco, cinco.
Purito atacó para tender un puente a Valverde. No hace falta ocultarse cuando acompañan las fuerzas. Y acto seguido reinó la confusión. La distancia con los fugados era tan pequeña que los coches que los seguían se detuvieron en el arcén, transformando la carretera en pasillo de pinos, gravilla y gente vociferante.
En ese instante o parecido atacó Valverde. Le siguieron Evans y Basso, atentísimos. Cedieron Gesink, Danielson, Mosquera y Cunego. Samuel se había quedado antes, lastrado por sus magulladuras y atrapado en un puerto pegajoso como el chicle. No tardaron en sucederse los disparos. Evans probó a sus rivales y cuando se sentó él, se levantó Valverde, que repitió más tarde. Pero ni así perdía la escolta.
Algún kilómetro más arriba, el bueno de Taaramae no corría, sino que hacía equilibrios para no caerse. Era una estatua sin pedestal. En ese trance le rebasaron Veloso y Marzano, que habían pactado con la montaña tras arduas negociaciones. Ellos se jugarían la etapa. Y aunque la presencia de un italiano nos inquietó sobremanera, no tardamos en recordar que los gallegos también tienen cuerda. Dicho y hecho. En el punto exacto, Veloso se desprendió de Marzano, coronó en solitario y se lanzó a por la gloria.
Bonus.
Los generales aparecieron dándose palos, como enemigos en la misma celda. El descamisado Gesink los tenía a tiro y los atrapó en el descenso. Asumido que ganaría Veloso, la pelea se planteaba por el resto de las bonificaciones, en concreto, por los ochos segundos que correspondían al tercero (Marzano llegó en segunda posición). El liderato, sostenido por Evans por dos breves segundos, estaba en juego.
Si Valverde ganó esa batalla es porque era el más rápido y también porque el joven Gesink cerró a Evans, que cruzó la meta retrasado e increpando al imberbe holandés.
Veloso, en el podio, demostró la alegría contenida de los gallegos sabios. Ni dio saltos ni se permitió ninguna extravagancia como levantar en andas a una pizpireta azafata.
Valverde, en cambio, ya sabe sonreír a las cámaras. Posó con confianza y la noticia es mundial porque la confianza es lo único que le falta para corresponder a las infinitas expectativas que despierta su talento.
Su visión en el podio nos dejó un pensamiento provocativo: Valverde es el único ciclista que puede toser a Contador. La paradoja es que ni eso le acerca más a la Vuelta. Para que luego digan que se corre con las piernas.