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Ciclismo | Vuelta a España | 4ª etapa

Derrumbe en Lieja

Terrible montonera en los últimos kilómetros. Venció Greipel

<b>HERIDOS. </b>Ezequiel Mosquera, líder del Xacobeo, cruza la meta empujado por dos compañeros. A la derecha, la secuencia de la caída, provocada por una rotonda.
JESÚS RUBIO

Existen fantasistas que se tragan ladrillos y otros ranas vivas. He visto a faquires que escupen plomo fundido. Son personas normales. Los verdaderos chiflados son algunos iluminados que montan en bicicleta para comer polvo". El fragmento pertenece a Albert Londres y a una de sus crónicas del Tour de 1924 (Los forzados de la ruta, editorial Melusina). Al contacto con esa recomendable lectura es fácil advertir que el ciclismo no ha cambiado tanto en 85 años. La prueba la tuvimos ayer. La etapa, de 225 kilómetros, ya hubiera sido épica sin lluvia, pero llovió. Y cuando creímos cubierto el cupo de las emociones, a menos de tres kilómetros para la meta, nos sorprendió una caída masiva y brutal, un amasijo de hierros y esqueletos. Podríamos decir que todo empezó cuando uno de los ciclistas que circulaba en cabeza (quizá un Vacansoleil) quiso evitar el adoquín de una rotonda; aquello derribó la primera ficha del dominó y precipitó las siguientes, hasta medio centenar. Pero faltaríamos a la verdad. Todo empezó hace más de un siglo, cuando un puñado de aventureros eligió el ciclismo.

Como la caída se produjo dentro del margen que no penaliza a los rezagados (los últimos tres kilómetros) no se contabilizaron pérdidas de tiempo. Sin embargo, los cuerpos magullados no encontraron consuelo. El parte médico es un parte de guerra. Chris Horner, del Astaná, tendrá que volverse a casa con una muñeca fracturada. El líder Fabian Cancellara se retorcía de dolor y el gallego Ezequiel Mosquera, con golpes en piernas y cadera, tuvo que cruzar la meta empujado por dos compañeros. Vinokourov, otro ilustre, era una colección de rasguños. Y es sólo una muestra: hoy florecerán los achaques como los champiñones.

Librados del desastre, camino de meta sólo quedaron seis ciclistas en cabeza: tres del Columbia y otros tantos del Quick Step, todos en formación de sprint. La diferencia fundamental es que mientras unos contaban con su sprinter, Greipel, los otros, descabezados, habían perdido en el accidente a Boonen. No hubo color. Aunque Weylandt quiso defender el honor belga, Columbia se relamió y el alemán Greipel remató la faena.

El resto fue un goteo de soldados que regresaban del frente: algunos enteros y la mayoría maltrechos, con las caras negras y los jamones en carne viva. También había quienes sumaban varias desgracias, como el prometedor Fuglsang (Saxo Bank), que poco antes se había estrellado contra un camión. "Han rodado sobre piedras. Se han tragado el grueso pavimento del norte. () Pero cuando caían y se herían en un brazo o una pierna, volvían a montar en sus máquinas". También ahora nos sirve el relato de Albert Londres.

Tortura.

Sucedieron más cosas en esa etapa terrible. Desafiando a la lluvia se formó una escapada de cuatro ciclistas con el español Ramírez Abeja (Andalucía) entre los rebeldes. Rozaron el cuarto de hora de ventaja, pero los elementos se habían aliado contra ellos. Ni siquiera era fácil lucir patrocinador entre la manta de agua y los chubasqueros que la aliviaban.

Por detrás, el pelotón parecía víctima de una maldición de caídas y pinchazos. En semejante ambiente, más apto para supervivencia que para la batalla, las subidas al Cauberg pasaron casi inadvertidas.

Sofocada la rebelión, la entrada en Lieja no presagió nada bueno. Llovía mucho y se corría demasiado, con los velocistas rabiosos por ganar y los demás ansiosos por llegar y tomar el avión hacia España. Entonces vino el desastre, la montaña de hierros, el ciclismo que duele y quema.

Albert Londres se preguntaba qué buscaban los ciclistas, por qué sufrían y por qué se jugaban la vida, si por la gloria o por la finca. Nunca le quedó claro, pero un día acertó a escuchar una conversación entre aquellos pioneros exhaustos: "¿No creéis que nuestras madres tendrían razón si nos esperaran en la meta para darnos una zurra?".