Un viaje de la excelencia a la supervivencia
El Barça ha experimentado, tras la etapa de Jasikevicius, una metamorfosis que le ha llevado hasta la situación actual.


A las puertas del centenario de la sección de baloncesto, el Barça se encuentra en un atolladero. Sin entrenador, a una derrota de los puestos de descenso en ACB y fuera del playoff de la Euroliga. Con un equipo descompensado, mermado por las lesiones, con jugadores que no cuentan y serios problemas tanto en defensa como en ataque. El Barça es hoy un equipo sin alma, roto, que puede perder contra cualquiera y que está muy lejos del nivel de los grandes del continente. Una situación que ha desembocado en la destitución de Joan Peñarroya como técnico y que supone un giro copernicano respecto a hace tan solo dos temporadas y media. Desde la salida de Jasikevicius, el club ha pasado de luchar por todos los títulos a entrar en un ‘modo supervivencia’ que le ha llevado a la actual situación. Y no son pocas las cosas que le han conducido hasta aquí.
Cualquier análisis de la situación del equipo no tiene sentido sin tener en cuenta el contexto económico en el que se encuentra el club de Barcelona. Peor aún, el que se encontraba hace dos temporadas. En junio de 2023, tras tres años de éxitos con Jasikevicius en el banquillo (dos Ligas, dos Copas y tres Final Four consecutivas), se decidió dar un giro radical a la política de inversiones en el baloncesto, apostando por jugadores y, sobre todo, un cuerpo técnico mucho más barato que el anterior. No se llegó a un acuerdo para renovar al técnico lituano, que estaba dispuesto a rebajarse el sueldo, y se cortó a Mirotic y Higgins en una situación que rozó el surrealismo. Si bien es cierto que el Barça se ahorró mucho dinero con el cambio de Grimau por Jasikevicius (más de tres millones de euros), no fue así con Mirotic y Higgins. Ambos cobraron lo que se les debía (a Mirotic, cerca de 22 millones de euros) en una operación de ingeniería fiscal que permitió aligerar los números del fútbol. Al pagarles una indemnización en lugar de un salario, aunque la cantidad fuera la misma, esta no computó para el límite salarial del equipo de fútbol. Una decisión que, vista con perspectiva, fue nefasta.
Pero la situación económica no explica, ni mucho menos, todo el desaguisado en el que se ha convertido la sección. La política de fichajes, cuanto menos discutida, tiene también una gran parte de la culpa. Primero, en la elección de los entrenadores. El Barça apostó tras la salida de Saras por Roger Grimau, sin ninguna experiencia en el banquillo de un equipo profesional, conscientes de que era un hombre de club que aceptaría los condicionantes económicos y deportivos impuestos por la directiva. En otras palabras, que aceptaría el equipo que le dieran sin exigir demasiado. Luego, tras el fracaso de Grimau (que, visto en perspectiva, no lo hizo especialmente mal), se apostó por Peñarroya. Otro entrenador de perfil bajo en relación con los grandes técnicos del continente, pero este sí con un bagaje importante. Su primera temporada estuvo marcada por las lesiones de larga duración de buena parte de la plantilla (Laprovittola, Metu, Vesely, Núñez…) en un año para olvidar. Lejos de los títulos, se volvió a apostar por él este verano en una decisión controvertida. El Barça sondeó a otros técnicos, como a Xavi Pascual, que es ahora el gran candidato para ocupar el banquillo azulgrana, pero se optó por darle continuidad a Peñarroya. Hasta ahora.
Más allá de la elección de los entrenadores, uno de los principales males del Barça ha sido una política de fichajes que se puede tildar de errática o improvisada. Tras las salidas de Mirotic y Higgins, el gran objetivo del mercado era un Kevin Punter que tenían apalabrado, pero que decidió quedarse en Partizán. El Barça buscaba un hombre con puntos en las manos, un ‘combo anotador’ capaz de decidir partidos igualados, y ficharon… a Willy Hernangómez. Un volantazo en la idea y perfil de jugador sobre el que construir un proyecto que, para sorpresa de nadie, no ha funcionado. Ese mismo verano se optó por pagar las cláusulas de Brizuela y Parra, además de firmar —este sí fue un acierto— a Jabari Parker. Es decir, el desembolso, entre cláusulas y salarios (especialmente el de Willy), no fue menor. Tampoco el verano pasado, cuando por fin llegó Punter. Pero el gran desaguisado llegó a lo largo de la temporada pasada, cuando las bajas obligaron a la planta noble a reaccionar e incorporar a un base. Se optó por un Raulzinho Neto que jugó dos ratos, encadenó dos lesiones y fue cortado, antes de cerrar la llegada de Thomas Heurtel. El fichaje del francés, criticadísimo por la afición por su engaño y posterior fichaje por el Real Madrid, se frustró cuando ya había aterrizado en Barcelona. Simplemente, el Barça se echó para atrás. Exactamente igual que con Hezonja este mismo verano, con quien existía un acuerdo para que volviese a vestir de azulgrana, pero unas declaraciones suyas que no gustaron rompieron la operación. Y parecido al caso de Fall. No se contaba con él, el Barça le agradeció sus servicios en la clásica comunicación de despedida, antes de volverlo a firmar ante la imposibilidad de encontrar un pívot de garantías.
Con sus aciertos y fracasos, tampoco se puede echar toda la culpa a la dirección deportiva. Porque, al final, los que juegan son, evidentemente, los jugadores, y ahí el rendimiento de muchos ha dejado también mucho que desear. Algunos se ‘borraron’ literalmente (el caso de la última etapa de Kalinic) y otros han tenido un paso turbulento por el club, siendo Willy Hernangómez el caso paradigmático. Un jugador infrautilizado por sus entrenadores, con quien ha tenido problemas disciplinarios, como desveló Roger Grimau. Por mal planificada que esté una plantilla o por lo poco que esté preparado un partido, el Barça no pierde un partido como ante Zalgiris o Girona si los jugadores están al nivel esperado. Y muchos no lo han estado.
Todo este proceso de degradación deportiva ha impactado también en el aspecto social de la sección, que ha vivido una de las etapas más complicadas de los últimos años. Esta misma temporada, el Palau ha experimentado una bajada importante de asistencia (unos 1.000 espectadores de media), pero por lo menos se ha puesto remedio a un problema que arrastraba el pabellón en las últimas dos temporadas: la presencia de afición visitante. En varios partidos, tanto de ACB como de Euroliga, los aficionados rivales han ocupado muchos más asientos de los normales para una afición visitante. Con rivales como el Baxi Manresa o el Lleida no ha habido mayores problemas, pero en algunos duelos europeos (como con Partizán) ha podido convertirse en un problema de orden público. Y el socio se ha sentido desamparado.
El reto para el Barça es, lógicamente, revertir esta situación, algo que debe empezar a suceder esta semana con el fichaje de un nuevo entrenador. Xavi Pascual es el mejor posicionado y la apuesta segura, pero su llegada tampoco cambiará la cara del equipo —que es el que es— en poco tiempo. El proyecto del Barça debe ser recuperar el orgullo y la competitividad a medio plazo (en verano finalizan varios de los contratos más altos, como los de Willy, Satoransky o Vesely, por lo que se podrá hacer una reestructuración de la plantilla), devolviendo así la ilusión al socio. Los éxitos deportivos, que volverán a llegar, no pueden esperar mucho más tras dos temporadas en blanco.
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