“Mi hermano Drazen fichó por el Real Madrid y me masacró”
Drazen Petrovic quizá sea el jugador europeo más carismático de siempre. Repasamos su trayectoria con su hermano Aleksandar: “Nunca me sentí tan frustrado, me puse en la piel de Iturriaga, Del Corral...”
“En unos años la discusión sobre quién es el mejor jugador europeo de la historia se centrará en Luka Doncic y Nikola Jokic, estoy convencido, pero la huella de Drazen Petrovic (1964-1993) va más allá de eso, su legado es otra cosa, la de un jugador que rompió las barreras de la NBA a finales de los 80 y principios de los 90 y allanó el camino a los europeos del futuro”, nos cuenta desde Zagreb el hermano de Drazen, Aleksandar Petrovic, cinco años mayor, con el que repasamos durante una hora algunos momentos de la carrera de la estrella croata, muchos de ellos vinculados a un baloncesto español que este jueves 24 de octubre, en la ceremonia que se celebrará en Sevilla, lo acogerá in memoriam en su Hall of Fame. Primero, recuerden, se erigió en el gran azote del Real Madrid en Europa y, después, se convirtió en un fichaje de campanillas del club blanco que se cerró con dos años de antelación. Petrovic completó, antes de dar el salto a la NBA, una temporada imborrable en la ACB, la 88-89, en la que batió el récord de puntos con 62 de una final continental (frente al Snaidero Caserta en la Recopa, en marzo de 1989). La Liga de Petrovic, eso sí, la ganó el Barça en el quinto asalto en el Palau con una notable polémica arbitral.
El Genio de Sibenik, la ciudad que lo vio nacer un 22 de octubre de hace 60 años, fue un jugador tan determinante como único sobre el parqué. E incluso algo más: para muchos, el más carismático de siempre, lo que comparte su hermano con una mirada a los viejos y, en su caso, fabulosos tiempos: “Sus cuatro años en la Cibona son los mejores momentos de la historia de una ciudad entera. Entre 1984 y 1988 se vivió el baloncesto en Zagreb de una manera realmente impresionante, en esas cuatro temporadas las entradas estaban agotadas en cada partido, siempre, daba igual el rival, y el espectáculo era continuo. Todo el mundo deseaba ver a Drazen, la gente acudía con horas de antelación”. Nadie quería perdérselo, ni el calentamiento.
Una carrera meteórica que se truncó de cuajó el 7 de junio de 1993 por un accidente de tráfico en una autopista alemana cuando Croacia preparaba el Europeo. Había promediado 22,3 puntos en los Nets (45% en triples) y formado parte del tercer quinteto de la NBA, en el puesto de escolta solo le rebasaron en el reconocimiento Michael Jordan y Joe Dumars.
Drazen Petrovic comenzó su andadura en la fortísima Liga yugoslava en el Sibenka con solo 15 años, a finales de 1979, cuando su hermano Aza, auténtico referente para él y el gran motivo de su pasión por el baloncesto, ya jugaba en la Cibona. Con 17 promedió casi 20 puntos y con 18 ganó la Liga al Bosna Sarajevo, al menos en la cancha, porque la Federación ordenó repetir el definitivo tercer partido y el Sibenka, agraviado por la decisión, no se presentó. Un año después volaría con su hermano a la Cibona, le esperaba un estreno triunfal en la Copa de Europa, donde encadenaría dos títulos en 1985 y 86 ante el Madrid de Corbalán, Iturriaga, Jackson, Robinson y Martín y el Zalgiris de Sabonis, respectivamente. Así lo rememora Aza Petrovic: “Drazen y yo coincidimos por primera vez entonces y tuvimos un enorme impacto. Ese año jugamos tres veces contra el Real Madrid y, al principio, no sabíamos muy bien dónde estábamos comparativamente. Vencimos en Zagreb, pero la prueba definitiva llegó con el triunfo en Madrid, donde nos dimos cuenta de que éramos un equipo con un gran valor. Esas dos victorias previas resultaron claves con vistas a la final de Atenas, en la que los derrotamos de nuevo contra todos los pronósticos en una gran segunda parte. En aquel tiempo jugábamos partidos psicológicos, intentábamos hacer un poco de daño en el aspecto emocional a los jugadores del Madrid, de ahí las celebraciones exageradas después de cada acción que salía bien. Buscábamos hundir al rival porque sabíamos que para ganar algo importante tendríamos que enfrentarnos otra vez a ellos. Quizá por eso sobrepasamos en algún momento la línea de lo que eran solo estrictamente las jugadas, el baloncesto. Tras esas celebraciones tan emotivas sabíamos que nos habíamos convertido en el enemigo número uno del Madrid, especialmente mi hermano. ¿Que se pasaba el balón entre las piernas y decía ‘hala Madrid, hala Madrid’? Sí, lo recuerdo. En el pabellón blanco Drazen jugó de una manera extraordinaria, se lo hizo pasar muy mal a Iturriaga, Del Corral…”.
No todos los enemigos eran iguales, el Madrid se consolidaba como una víctima predilecta y el CSKA, en cambio, un contrario a evitar: “Más que el Zalgiris, el CSKA nos desgastaba mucho porque era un equipo muy físico y que iba fuerte contra Drazen. Creo que algunos de sus peores partidos fueron contra los de Moscú, por eso preferíamos al Madrid en la final”. La leyenda croata ganó dos Copas de Europa de dos disputadas y luego no volvió a participar, la normativa de entonces, en la que solo se daba acceso al campeón de cada país, se lo impidió (la competencia en Yugoslavia era durísima: Jugoplastika, Partizán, Estrella Roja, Zadar, Olimpia…). “De no haber existido esa restricción, creo que hubiera sido posible que levantáramos tres o cuatro Copas de Europa seguidas. En el tercer y definitivo partido de la final yugoslava de 1986, el Zadar nos batió en casa 110-111 y no pudimos defender el título continental. Creo, sinceramente, que en ese tercer año alcanzamos nuestro nivel más alto, pero no pudimos participar. Un golpe durísimo, aunque ganamos la Recopa al Scavolini de Pésaro, que me fichó después de la final”. Una campaña más tarde, la Cibona volvería a faltar por otra derrota tan mínima como dolorosa en el tercer choque de la semifinal contra el Estrella Roja: 103-104 y 1-2.
Drazen y Aleksandar formaron durante tres temporadas una pareja diabólica, los Petrovic: “Yo era el base y mi hermano lo que hoy se llama un combo que atacaba mucho con el balón, con su dribling entres las piernas. Lo más importante es que leíamos muy bien la defensa contraria y si, después de su primera carga, seguían en uno contra uno, Drazen destrozaba al adversario. Y si llegaba una ayuda, un dos contra uno, pasaba rápido el balón y había varios jugadores que metíamos bastante de tres. Su dominio del bote era fantástico, pero, además, venía de la escuela yugoslava, en la que los bases dominaban los fundamentos y no ejecutaban sistemas, sino que habíamos aprendido a leer cada situación en el campo. Esa fue nuestra enorme ventaja, especialmente la de Drazen, el motivo por el que resultaba tan difícil jugar contra la Cibona o contra Yugoslavia. Desde 1979 a 1992, en 14 temporadas, la mitad de los títulos, siete, los festejó un equipo de la antigua Yugoslavia, donde no se permitían extranjeros, solo jugadores de casa con un nivel elevadísimo: el Bosna Sarajevo ganó una vez; la Cibona, dos; la Jugoplastika, tres y el Partizán, otra. Nunca tuvimos la fuerza física de los equipos de la antigua Unión Soviética y lo que nos hizo dominantes fue la técnica y la capacidad táctica para anticiparse a lo que iba a ocurrir en la pista, y en eso Drazen aventajaba al resto”.
El hermano pequeño adelantó al mayor, pero previamente Aleksandar se había convertido en el referente a imitar: “Su pasión por el baloncesto comenzó porque cuando él tenía 11 años y yo 16 siempre estaba conmigo en los entrenamientos de nuestro antiguo club de Sibenik. Se le veía detrás del banquillo. En esa etapa se enamoró del baloncesto y cuando en 1976, con 17 años, me marché a la Cibona, él baloncesto ya le había cautivado. Tuvo mucha suerte de llegar a un equipo con muy buenos compañeros y también de coincidir con Zoran Slavnic, que fue entrenador-jugador y apostó por él. La evolución en esos años resultó meteórica. Con 18 años lideró a la Sibenka a ganar la Liga contra el Bosna con dos tiros libres tras una falta en el último segundo, pero una decisión de la Federación ordenó repetir el partido en campo neutral y la Sibenka no se presentó porque se sentía legítimo ganador. Le quitaron el trofeo”.
El baloncesto en Yugoslavia viajaba en la cresta de una ola de popularidad creciente. “Los continuos éxitos hicieron que la gente se enamorara del deporte En 1970 fuimos campeona del mundo en Liubliana, en 1978 se repitió el título en Manila; en 1980, campeones olímpicos en Moscú, y en 1973, 75 y 77, campeones de Europa. Eso convirtió el baloncesto en una religión, en el deporte número uno del país con equipos fortísimos en los que no había extranjeros”.
Aquellos cuatro años de ensueño en la Cibona se terminaron; Petrovic perseguía nuevos desafíos, así que fichó por el Real Madrid en otoño de 1986 conociendo de antemano que no aterrizaría hasta octubre de 1988, después de los Juegos Olímpicos de Seúl. Aza y Drazen volverían a verse las caras como adversarios y hubo un ganador y un damnificado: “La primera vez que me enfrenté a él estaba en el Sibenka y yo en la Cibona, pero eso pasó en sus inicios. Donde yo salí más frustrado, sin embargo, fue cuando Drazen se marchó al Real Madrid y yo acababa de regresar a la Cibona tras un año en el Scavolini. Nos cruzamos en dos partidos, en las semifinales de la Recopa, y le pedí al entrenador defenderlo… Drazen me masacró, nos masacró a todos en ambos encuentros de una manera impactante (38 puntos en Zagreb y 47 en la vuelta, en Madrid, con casi un 80% en el tiro en una demostración fantástica en la segunda parte en la que, en el tramo decisivo, encesta 25 tantos seguidos sin prácticamente fallar una acción; no alcanzó los 50 porque Lolo Sainz lo mandó al banco, sustituido por su amigo Quique Villalobos, a tres minutos de la bocina para que recibiera la atronadora ovación del Palacio de Deportes). Comprobé entonces de primera mano cómo se habían sentido antes sus oponentes, los jugadores del Madrid, por ejemplo, en la temporada 84-85. La frustración resultó absoluta porque Drazen te destrozaba de muchas maneras: en penetración, con tiro de tres, con sus fintas en las que siempre caías y sacaba tiros libres… Un arsenal de juego de ataque deslumbrante que me hizo sentir absolutamente impotente, su facilidad para lograrlo te hundía. ¿Que si hubo trabajo psicológico? De él hacia mí, no; pero yo traté de hacer algo de trash talking sin ninguna influencia, le daba igual. Jamás en mi vida me he sentido tan frustrado como en esos dos partidos ante el Madrid. Me puse en la piel de Iturriaga, Del Corral y los demás”.
De la semifinal a la final de la Recopa, con el Snaidero Caserta del gran Oscar Schmidt como nueva víctima del genio croata en La Paz y la Amistad (117-113). La mejor actuación ofensiva de siempre en un duelo por un título europeo: “Fue algo irrepetible porque no creo que se vuelva a dar. Hoy es muy complicado llegar a 62 puntos, pero en una final... Ese récord no va a caer ni en 30, 40 o 50 años”.
“Drazen empezaba a pensar que estaba preparado para dar el salto a la NBA, me lo decía cuando estábamos juntos, aunque antes de irse disputó la final de la Liga ACB ante el Barcelona. Yo estuve con él en España cuando se jugó ese playoff en el que el Barça ganó en un quinto partido en el que gran parte de los jugadores del Madrid acabaron eliminados. No fue normal que se quedaran solo con cuatro jugadores. El Barcelona era un gran equipo y, esta vez, también hubo juego psicológico por su parte”, recuerda Aleksandar Petrovic, que cree que su hermano estaba predestinado a vestir de blanco: “Su contratación por el Madrid se anunció dos años antes de que llegara a España. Sé que se dijo que estuvo a punto de fichar por el Barça, aunque creo que esas informaciones fueron un artificio. Mi opinión es que Drazen estaba predestinado a jugar en el Madrid, que ese era su destino. Lo del Barcelona se deslizó para que el Real reaccionara, quizá causado por una conversación entre su agente José Antonio Arizaga y Mirko Novosel (su entrenador en la Cibona y quien decidía muchas cosas), y el Madrid entró en el juego y firmó un contrato de larga duración, creo que un 3+1. Pienso que el Barcelona no se mostró tan interesado como se dijo porque Aíto tenía otras cosas en mente. Drazen conocía bien la historia del Madrid, sabía a quién se enfrentaba, a los mejores, y por eso, si iba a salir de la Cibona, su destino debía ser el club blanco”.
Al Palacio de Goya llegó en octubre de 1988, pasó de jugador más odiado a nuevo compañero en el vestuario, o a ídolo en el caso de la afición: “En España, desde el principio, todo marchó rodado. El único problema era normalizar la situación después de tantos años siendo el enemigo, pero cuando uno entra en la cuadra y lo da todo, en uno o dos meses las cosas se arreglan. Y así ocurrió, todo se relajó. Es cierto que no resultó fácil para otras estrellas, como Fernando Martín y alguna más; pero Drazen era un ganador nato, quería jugar cada minuto y celebrar todos los trofeos. Mi hermano me transmitía que estaba cómodo, que existía un buen ambiente con los compañeros. Consiguió un gran reconocimiento individual y todos los títulos menos la Liga, así que sintió que era el momento de dar otro paso más, de ir a la NBA. Aunque también pienso ahora que, de haber vencido en el quinto partido en Barcelona, el Madrid habría disputado la Copa de Europa y quizá se hubiera planteado quedarse otro año. Al hilo de esto, en 1984, cuando finalizaba el año de su servicio militar, el gran reto de Drazen era jugar la Copa de Europa y si la Cibona no hubiera conquistado la Liga y lo hubiera hecho el Estrella Roja, probablemente su destino habría sido Belgrado. Por eso creo que, de conseguir el Madrid imponerse en el Palau, quizá no hubiera adelantado su marcha a EE UU”.
La NBA lo aguardaba, “pero en EE UU hay que tener suerte” y más cosas: “Saber en qué equipo caes, con qué compañeros y entrenador, si vas a tener espacio… Y en los Blazers despuntaban Terry Porter y Clyde Drexler, una de las mejores parejas base-escolta en un equipo que peleaba por el anillo. Mi hermano entró en una mala dinámica en lo individual, pero estaba listo anímica y físicamente para cuando llegó el traspaso de Portland a New Jersey Nets. Y lo demostró sin dejar de progresar. Hizo una última temporada, la 92-93, magnífica, aunque le decepcionó muchísimo no ser seleccionado para el All Star, lo sintió como un golpe duro. Acababa su vinculación de cuatro años en la NBA, no había ganado mucho dinero porque sus contratos, también el del Madrid, estaban por debajo de lo que la gente se imagina y las expectativas dirían, y quería firmar uno acorde a su nivel. Al margen de las ofertas de la NBA, había un club europeo dispuesto a pagarle a Drazen todo el dinero que hubiera querido, era el Panathinaikos, y eso le mantenía tranquilo. El asunto lo manejaba Warren Legarie, su agente en EE UU, y creo que, después del Europeo de Alemania, Drazen hubiera seguido en la NBA firmando por uno de los tres equipos que andaban muy interesados: Nets, Knicks y Rockets. Ante Houston siempre realizaba grandes actuaciones, su récord en la NBA de 44 puntos lo logró contra Rudy Tomjanovich en el banquillo”.
Su estilo de juego había cambiado al otro lado del charco: “Drazen, ante todo, es un jugador práctico, también lo era en lo personal. En 1989, en el Eurobasket de Zagreb, en la mejor Yugoslavia de siempre, jugaba como base y la mitad del tiempo se dedicaba a distribuir el balón, a dar asistencias. Se adaptaba. Su última imagen en los Nets, en cambio, era otra, una enorme velocidad para salir de los bloqueos, leer la situación y anotar después de apenas uno o dos botes tras un pase perfecto de Kenny Anderson. En Europa manejaba más el balón y en la NBA era más sencillo y práctico. De haber seguido en EE UU hubiera sido, sin ninguna duda, All Star en la temporada siguiente. Quería ese reconocimiento y solo era cuestión de tiempo: ‘Yo, un chaval de Sibenik, de una ciudad pequeña, llegué a la Cibona, al Madrid y luego a la NBA y ahora soy All Star’. No se trataba de una cuestión mercantil, sino de alcanzar una meta, de que lo reconocieran de verdad”.
Lo acaba de mencionar Aza, la mejor Yugoslavia, en Zagreb, en su campeonato, con una de las grandes selecciones europeas de todos los tiempos: “Aquel Eurobasket de 1989 fue de absoluto dominio con un quinteto impresionante que podían formar Drazen, Danilovic, Kukoc, Divac y Radja. Un equipo tan fuerte que ahora resultaría difícil de imaginar y todos, claro, acabaron en la NBA. Mi hermano promedió 30 puntos (76% en tiros de dos y 70% en triples con más de 5 asistencias de las de antes) y eso que Dusan Ivkovic lo reservaba en algunos momentos. Recuerdo que contra Francia estaba previsto que no jugara, pero al descanso Francia dominaba (48-41). En el segundo tiempo vimos un recital de Drazen que lo metió todo, 30 puntos. Los Danilovic, Kukoc, Radja y compañía conocían muy bien el valor de mi hermano, su legado en este juego maravilloso. Por eso, el pasado mes de septiembre, 35 años después, celebramos en Zagreb el memorial a Drazen Petrovic y estuvieron los referentes de aquel equipo, representantes de los clubes en los que militó (Hezonja, Musa y Tavares participaron por el Real Madrid) y también rivales como Galis, Giannakis, Dacoury… Este último era uno de los mejores defensores de Europa y Drazen le clavó ocho triples seguidos para remontar un partido contra el Limoges. Su legado es muy poderoso, tanto que cuando han transcurrido 31 años de su muerte aún se le reconoce como uno de los más grandes”.
Probablemente, el tipo más carismático de la historia del baloncesto en Europa. Inolvidable.