“Estamos agotados, pero la sensación es muy gratificante”
Baloncesto Sin Fronteras cerró su séptima edición con un éxito rotundo y cada vez más público, pero continúan necesitando las ayudas necesarias para seguir creciendo sin renunciar a la solidaridad por bandera.


“Estamos agotados”. Las palabras de Michael Carrera venían acompañadas de una entonación que demostraba que lo que decía era cierto. Y es que Baloncesto Sin Fronteras no para: el sábado 23 de agosto finalizó la séptima edición del torneo veraniego, uno que mantiene los mismos objetivos que cuando fue creado en el barrio madrileño de San Fermín, en el invierno de 2018: acabar con la estigmatización del inmigrante, acabar con las bandas de las zonas sureñas de la capital. Así, con la solidaridad por bandera, han ido creciendo hasta convertirse en algo mucho más grande. En un sueño que antes sólo se podía decir en susurros y que ahora se puede expresar a voz en grito.
Eso sí, el trabajo no es fácil y necesitan ayuda. Carrera, presidente de la asociación, atendió a AS en el barrio de Legazpi y habló del sabor agridulce que acompaña tan ardua tarea: por un lado, la satisfacción de conseguir terminar una nueva edición, que en la final contó “con más de 500 personas” sentadas alrededor de una pista prestada. Por otro, la necesidad de más ayuda externa: la junta directiva la componen apenas cuatro personas que se dedican en cuerpo y alma a cumplir un sueño. El resto, son sólo voluntarios ocasionales que vienen y van y que, si bien prestan una ayuda importantísima, no tienen el nivel de compromiso de la plana mayor. “El torneo ha terminado, pero nosotros ya estamos preparando el siguiente”, asegura Carrera, que tiene por delante proyectos y reuniones para hacerlo todavía más grande. Esa actividad entre bambalinas que no todo el mundo valora pero que es un hecho imperativo para sacar adelante según qué cosas.

Este año ha costado, pero no por eso hay rendición. La voluntad de unos amigos filipinos permitió que tuvieran medallas para el final del torneo, que no contó con la edición femenina por falta de participantes pero creció exponencialmente en la sección masculina. Ha habido una media de 200 personas viendo los partidos, el canal de Youtube cuenta con más de 1.000 suscriptores y las interacciones en Instagram no han parado. “La gente se ha educado”, asegura un Carrera que valora muy positivamente el hecho de que todo transcurra sin incidentes a pesar de la ingente cantidad de personas que se amontonan para ver los partidos. Y mientras, más solidaridad: la asociación se ha encargado de apadrinar un equipo en República Dominicana, el país natal de los integrantes del proyecto. Algo increíble y una labor social encomiable por un grupo de amigos. De hermanos.
La conciliación y la necesidad
Las dificultades de Baloncesto Sin Fronteras hacen todavía más grande el hecho de que el torneo siga adelante y que haya cumplido hasta siete ediciones. “En alguna edición nos hemos llegado a gastar 1.000 euros de nuestro propio dinero por cabeza”, dice Michael. El tema económico es la barrera más grande que tienen y este año los equipos se han responsabilizado de sus propias equipaciones, ya que era un gasto inasumible para la asociación al ascender el total hasta los 10.000 euros. Lo que sí han afrontado es el gasto de los balones, dos para todo el verano de la marca Wilson. “Son 94 euros cada uno y en teoría están preparados para una pista cubierta, pero han aguantado muy bien a pesar de que el torneo es entero al aire libre”, nos cuenta el presidente de la asociación.

La conciliación entre la vida personal, laboral y familiar con el trabajo que supone organizar un campeonato sin ánimo de lucro (los miembros de la junta no se llevan ningún tipo de beneficio económico) es otra de las cosas a tener en cuenta. Carrera, sin ir más lejos, trabaja en una empresa que construye ascensores, es padre y consigue hacer todo eso y luego organizar un evento como Baloncesto Sin Fronteras, que cada verano es más grande. Y en los meses en los que se celebra (este año empezó el 17 de mayo) narra todos los partidos, recibe a los equipos, lleva el material y se tira tardes enteras en la pista de Ciudad de los Ángeles a pesar de vivir en Carabanchel, aguantando el tiempo abrasador de los meses más calurosos del año. “He tenido sólo una semana de vacaciones”, relata.
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Contra todo eso tiene que pelear Baloncesto Sin Fronteras, que tiene en cada miembro de su junta directiva una situación similar a la de Michael. Eso sí, siguen sumando ediciones y, en definitiva, haciendo historia. El próximo objetivo, que podría hacerse realidad de cara al próximo verano, es una nueva pista en El Espinillo, también en Ciudad de los Ángeles. Una pista de balonmano en la que van a construir canastas y que cuenta con gradas, algo esencial para que la gente no esté en sillas que se llevan de casa y que profesionalizaría todavía más un campeonato en el que participan numerosos jugadores de la Liga EBA, en Tercera FEB. Hasta entonces, a seguir soñando con la conciencia tranquila de una labor extraordinaria, esa parte social del deporte que Baloncesto Sin Fronteras ejerce de una forma altruista. “La mayor satisfacción es el interés de la gente”. Y eso es, ante todo, el objetivo último del una asociación que no para de crecer a pesar de las dificultades. El cielo es el límite.
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