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El baloncesto como refugio

El Palestine Youth Club, equipo de refugiadas palestinas, libanesas y sirias, está en Madrid, donde ha disputado un amistoso contra la cantera del Movistar Estudiantes.

El baloncesto como refugio
JESUS ALVAREZ ORIHUELADiarioAS

Toda historia tiene un comienzo y el de esta se sitúa hace diez años en Chatila, un campo de refugiados al oeste de Beirut surgido en 1949 para acoger a cerca de 3.000 palestinos que huían de la guerra que se había desatado en su tierra. Un lugar difícil, duro, en el que son frecuentes los cortes de electricidad y donde el agua potable es un bien escaso para las casi 30.000 personas que lo habitan hacinados actualmente. “Es de los más pequeños que hay en el Líbano”, describe Majdi Majzoub, pintor palestino que en 2012 creó el Palestine Youth Club para que su hija y sus amigas pudieron jugar al baloncesto, y que el pasado jueves disputaron un amistoso contra la cantera femenina del Movistar Estudiantes en el Movistar Academy Magariños.

El resultado, 68-33, lo de menos. Lo importante era estar en Madrid, ciudad en el que este grupo de jóvenes palestinas, libanesas y sirias llevan desde hace diez días participando en diferentes actividades invitadas por la Liga Cooperativa Basket Madrid y con la participación de la Fundación Estudiantes. Y que es el tercer viaje que hacen fuera de las fronteras del refugio gracias a su colaboración con la iniciativa Basket Beat Borders (el baloncesto derriba fronteras). Primero fue Roma en 2017, luego Vitoria dos años después.

El deporte las ha permitido entrar y ser aceptadas por la población palestina y libanesa”, continúa durante un encuentro en la Casa Árabe Majzoub, que insiste en la importancia de este equipo para las mujeres de Chatila: “Derriba el muro a los que se enfrentan porque no está bien visto que practiquen deporte, deben estar en casa. La vida no es bonita sin deporte y este no es bonito sin su parte femenina”.

Si ayudas a cambiar la vida de una chica, cambias a una familia y, con ello, a una comunidad”, prosigue. “El baloncesto lo es todo en mi vida. He conocido a mucha gente, he viajado… algo que no habría sido posible sin el equipo”, asegura Rola, una de las integrantes del Palestine Youth Club, que no tiene una financiación fija ni una cancha dentro de Chatila, cuyo recuerdo para la comunidad internacional está teñido de sangre: en 1982, este campo y el de Sabrá fueron arrasados por la Falange Libanesa de origen cristiano, que asesinó a entre 500 y 6.000 personas, según diversas fuentes, con la connivencia del ejército israelí, que en esa época dirigía Ariel Sharon, que llegó a ser Primer Ministro del país hebreo durante cinco años, de 2001 a 2006. “Deseo que el campo sea conocido por sus logros y el fomento del deporte”, explica Majzoub.

Formar parte del equipo me ayudó a cruzar la frontera del campamento y del Líbano”, dice a su vez su compañera Amina, que narra las dificultades para desarrollar su pasión por la segregación que existe en su sociedad: “No puedo ejercer una profesión por ser refugiada y no puedo competir en el Líbano por lo mismo”.

Mi vida es el deporte, siento un amor muy grande por él: te hace feliz y te une a la gente”, comenta Serena, que se lleva en su mochila una cantidad ingente de recuerdos y experiencias, como el amistoso ante un club, el Estu, al que no le es desconocido su colaboración y ayuda al pueblo palestino: en julio de 2010, junto al Consejo Superior de Deportes (CSD), envió un equipo para jugar en Hebrón y Belén. Dos meses después, fue el anfitrión de la Selección femenina de Palestina.