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PORTLAND TRAIL BLAZERS

Los años malditos de Greg Oden

"Era salir, emborracharme y pastillas que luego tenía que rebajar con más alcohol para poder dormir cuatro horas", asegura el jugador que fue 1 del draft de 2007, por delante de Durant.

Los años malditos de Greg Oden
STEVE DIPAOLAREUTERS

Ya nadie recuerda a Greg Oden, que ahora tiene 34 años y que, en un universo paralelo, podría estar terminando una larga y maravillosa carrera NBA. Eso se esperaba de un pívot que fue considerado el nuevo Bill Russell y que se llevó el número 1 del draft de la NBA en 2007. Fue seleccionado por Portland Trail Blazers y en aquel momento, 28 de junio, muy pocos dudaban de que era la mejor decisión a pesar de que el número 2 era un espigado relámpago anotador de la Universidad de Texas: Kevin Durant.

Ahora, y más a la vista de la extraordinaria carrera de KD (que, obviamente, todavía no ha acabado), a Oden solo se le recuerda cuando aparecen los rankings de los grandes pufos de la historia del draft, de las decisiones malditas de, muchas veces, franquicias malditas. Los Blazers, la conexión se hace prácticamente sola, destinaron su número 2 de 1984 a Sam Bowie. El 3 fue Michael Jordan. Los paralelismos son obvios: un pívot con posibilidades descomunales echadas a perder por las lesiones y elegido por delante de un jugador generacional, único.

Oden acabó jugando solo 105 partidos en la NBA (promedio 8 puntos y 6,2 rebotes). Menos de tres meses después de ser drafteado, pasó por el quirófano para operarse la rodilla. No jugó en el que debería haber sido su año rookie. Entre 2008 y 2010 tuvo lo más parecido a su momento: 61 partidos en la temporada 2008-09 (8,9 puntos y 7 rebotes) y un prometedor inicio de la 2009-10 (11,1 puntos, 8,5 rebotes, 2,3 tapones) con un partido de 24 puntos, el primero con 20 rebotes un 1 de diciembre… y otro paso por el quirófano solo unos días después para operarse la rodilla izquierda, su gran quebradero de cabeza. Ahí, esencialmente, acabó todo: no jugó más en esa temporada 2009-10 (se quedó en 21 partidos) y enlazó después recaídas y más operaciones en las dos rodillas, incluidas tres en el invierno de 2012.

Oden hizo un intento de volver a sentirse jugador con Miami Heat, donde ejerció como pívot de fondo de armario en el equipo de LeBron James y Dwayne Wade que perdió las Finales de 2014 con San Antonio Spurs, antes del regreso de LeBron a Cleveland. Un último capítulo de una carrera trágica que se extinguió en China (25 partidos, 13 puntos, 12,6 rebotes, 2 tapones de media) en la temporada 2015-16. Ganó 24,3 millones de dólares en contratos con franquicias NBA en un recorrido saldado con cuatro temporadas en blanco, una de 61 partidos, otra de 21 y una de 23 con menos de diez minutos de media en pista y después de más de cuatro años sin jugar. La expresión mínima de lo que era un pívot de 2,13 de apariencia temible, una sensación de instituto y College del que Steve Kerr dijo que era “un jugador de los que aparecen uno en cada década” y que estaba llamado a dominar la NBA de su generación. Tanto en instituto, en Indiana, como en College, con Ohio State, jugó al lado de Mike Conley, elegido con el número 4 en su draft y con el que llevó a los Buckeyes a la final universitaria, perdida contra unos Gators de Florida que tenían, para contrarrestarle, a Joakim Noah y Al Horford.

Oden pasó después un infierno de depresión y adicciones, incapaz de lidiar con su fracaso deportivo, con la presión mediática y con los constantes encontronazos contra su propio físico y, sobre todo, esas rodillas que no dejaron de traicionarlo y le impidieron hacer la carrera que todos esperaban de él: el pívot elegido por delante de Kevin Durant. Nada menos. El que luego, ya en 2016, se definió a sí mismo como "el mayor pufo de la historia de la NBA".

Finalmente regresó a Ohio State para trabajar, licenciarse en Industria del Deporte y tener, todo esto en 2019, su primer hijo. Había dejado atrás años duros con el alcohol y las drogas, años de serios problemas para encontrar su lugar e imponerse a sus demonios. Un tramo que ahora recuerda así en una entrevista con Prim Siripipat, de S.L.I.C.: “No tenía forma de sobrellevar el dolor físico y emocional. Tenía que salir, emborracharme y tomar pastillas: Vicodin, Tylenol, Benadryl… e intentar rebajar todo eso luego con más alcohol solo para conseguir dormir unas cuatro horas cada noche”.