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NBA | ANÁLISIS

Un viaje a ninguna parte: la crisis de los Wolves post Garnett

Desde la salida de Kevin Garnett en 2007, los Wolves son un equipo a la deriva que no se ha movido en el mercado y sigue dudosamente sostenido por Towns y Wiggins.

Garnett en la parte de arriba; Ricky y Love abajo a la izquierda y Towns y Wiggins a la derecha

32 puntos, 21 rebotes, 2 asistencias, 4 robos y 5 tapones. Son los números que hizo Kevin Garnett el 19 de mayo del 2004, día de su cumpleaños, en el séptimo partido de las semifinales de la conferencia Oeste ante los Sacramento Kings. Fue el momento culminante de un proyecto y de una franquicia. También de un hombre como Garnett, que por mucho que lograra en anillo en otra ciudad y con otro equipo cuatro años después alcanzó su mejor nivel como profesional esa temporada. 

Fue una temporada histórica para la ciudad, que en ese partido vivió el mejor momento de su historia. Nunca habían pasado de primera ronda y en ese momento se colaban nada menos que en la última ronda del Oeste. A cuatro partido de las Finales. Un hito histórico para una franquicia que había conseguido por primera vez el mejor récord de la NBA y que había juntado a su estrella con Latrell Sprewell y Sam Cassell para formar una plantilla que practicaría el juego más atractivo del momento. Fueron la sensación de una Liga que estaba a punto de empezar un nuevo ciclo, una nueva era. O de terminar otra. Según como se mire.

Los Wolves parecieron quedarse sin aire después de tan duro esfuerzo. El proyecto había supuesto una maratón que vio la luz en ese año 2004, pero una carrera tan larga tiene consecuencias y la franquicia tocó un techo que no han vuelto ni siquiera a mirar de cerca. Desde entonces, una sola serie de playoffs en 15 temporadas, una losa muy pesada para una reconstrucción eternamente postergada y muy lejos de cerrarse.

En 2004 los Wolves cayeron ante los Lakers (4-2) en esa última ronda del Oeste que supuso la eliminación del mejor equipo de baloncesto que la ciudad de Minnesota ha visto. Esa temporada sería la primera y la última en la que pasarían una ronda. También sería la campaña del final de la dinastía laker, la despedida de Shaq, el advenimiento de los Suns del seven seconds or less o la confirmación de los Spurs como equipo de leyenda. 

Garnett se mantuvo en el equipo hasta 2007 y siguió firmando números de leyenda, pero la cabeza se impuso al corazón en Minnesota. La paciencia del ala-pívot no daba para más: quería luchar por el anillo. La franquicia por su parte se dio cuenta de que el proyecto en torno a su estrella había llegado a su fin. El jugador que provocó el primer lockout de la historia de la NBA merced a un contrato de 126 millones en 6 años, una cifra récord por aquel entonces, ponía rumbo a los Celtics a cambio del traspaso que más jugadores ha involucrado nunca con 7 en total.

Una sombra muy larga en un mercado muy pequeño

El legado de Garnett en los Wolves es tremendo. Es líder en puntos, rebotes, asistencias, robos, tapones, minutos disputados y tiros de campo anotados. Fue el líder espiritual y moral de una franquicia a la que regresó en 2015 con un anillo bajo el brazo y camino de los 40 años para jugar 43 partidos en una temporada y media antes de decir adiós definitivamente al baloncesto. Aunque su salida real fue en 2007. Poco pudo aportar en su efímero retorno más allá de retirarse en el que fue su primer hogar. No ha habido muchos profesionales que hayan tenido tanta conexión con el público como lo tuvo el ala pívot en Minnesota y luego en Boston. Garnett fue un baluarte que poseía una enorme carga emocional que trascendió a los aficionados y no siempre pareció bien a todos los rivales. Que se lo pregunten a Duncan.

La búsqueda de ese jugador que sustituya al héroe perdido ha sido infructuosa. Ninguno de los siete jugadores que llegó a Minnesota en el intercambio con Garnett lo hizo para quedarse. Al Jefferson, el jugador más destacado de esa horda de profesionales que llegaron a los Wolves, se encontró siendo el líder de un equipo a la deriva al que no consiguió levantar a pesar de los buenos números que aportó de 2007 a 2010.

Tampoco Kevin Love llegó a ser lo que prometía. Y prometía mucho. Desde su llegada (2008) hasta su marcha (2014) la franquicia pareció dar los pasos correctos hacia una reconstrucción que tenía las piezas necesarias para ser exitosa. En la pista lo hizo a través del draft. Minnesota es un mercado pequeño, con poca capacidad para atraer agentes libres. El frío y la nieve no son precisamente lo que buscan los principales agentes libres de la NBA. 

De la reconstrucción a la deriva

A través de la lotería llegaron no sólo Love, también Ricky Rubio (puesto 5 en 2009), Wesley Johnson (4 en 2010) o Derrick Williams (2 en 2011). También llegó Aleksei Shved desde Rusia y se completó el equipo con veteranos como Andrei Kirilenko y un aparentemente recuperado Brandon Roy. Luke Ridnour, Darko Micicic, Nikola Pekovic, JJ Barea... una plantilla larga y prometedora que tuvo enfrente a un auténtico maestro del baloncesto como Rick Adelman, que jugó dos Finales de la NBA en los 90 y entrenó a esos Kings que cayeron en aquel séptimo partido ante los Wolves de Garnett. Y ante los Lakers de Shaq y Kobe dos años antes.

Los pasos eran los correctos, pero los resultados no llegaron. Roy solo duró 5 partidos en su retorno, Milicic se mostró inoperante y las lesiones de jugadores clave como Ricky o sobre todo Kevin Love en una u otra temporada impidieron que el proyecto saliera adelante. El núcleo joven se vio incapaz de coger el rumbo de un equipo que tuvo una proyección meteórica con Adelman en los banquillos (26-40, 31-51 y 40-42) pero insuficiente para alcanzar los playoffs en un siempre ultracompetitivo Oeste.

Adelman decía adiós tras la 2013-14 para cuidar de su mujer enferma y se retiraba tras 23 temporadas en la NBA con un legado tremendo que no incluía el anillo. Flip Saunders, que había regresado a la franquicia para ocupar un sillón en los despachos volvió a bajar a un banquillo que no ocupaba desde que Garnett saliera de Minnesota mientras Kevin Love ponía rumbo a los nuevos Cavs de LeBron. El ala-pívot, uno de los jugadores más talentosos de su generación, hizo números (26+13 en dos campañas distintas) que bien podrían haberle valido para ganar un MVP si su equipo hubiera quedado más arriba... pero nunca supo trasladas sus increíbles estadísticas al juego del equipo. El papel que desempeñó en Ohio nunca se pareció al de los Wolves y hoy, depresión mediante, sigue perdido en un equipo que (también) trata desesperadamente salir a la luz sin El Rey como referencia.

La temporada 2014-15 fue una transición que sirvió para despedir a viejas caras: Saunders, fallecía tras acabar el año tras dirigir hasta cuatro finales de Conferencia durante su carrera (una con los Wolves y tres con los Pistons) mientras que Garnett volvió entre aplausos para decir adiós definitivamente a una franquicia que moralmente había en 2007. El equipo estaba a la deriva (16-66 esa temporada) y se tendría que hacer un nuevo intento para reconstruirlo de nuevo. 

Wiggins y Towns: un último intento que no termina de cuajar

Andrew Wiggins había sido elegido número 1 del draft de la NBA 2014. Ganaba el Rookie del Año. Los Wolves no remontaban, pero tendrían también el primer puesto de la lotería al año siguiente con Karl Anthony Towns, que también se hacía con el galardón. Eran los cimientos en los que se iba a basar la franquicia para volver a los playoffs, principal objetivo del equipo.

En la 2016-17 Towns se iba a 25 puntos y 12 rebotes por partido. Wiggins, a 23,6 tantos. Ambos en 82 encuentros. LaVinse se quedó en 18,9. El récord volvía a ser negativo por duodécima temporada consecutiva, pero era un buen presagio. Al año siguiente llegaba al equipo Tom Thibodeau, que había sido asistente de Rivers en los Celtics y primer técnico de los Bulls que llegaron a las finales del Este en 2011.