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Paul Pierce, el hombre que devolvió el orgullo al Garden

En la década de los 80, cuando el renacer de la rivalidad Lakers-Celtics trajo consigo el despegue definitivo de la NBA tras años de penumbra, un chaval llamado Paul Anthony Pierce hacía todo lo posible por conseguir el mejor sitio en el suelo de la casa de su tío para no perderse en el televisor detalle alguno de las épicas batallas que encarnaron dos jugadores irrepetibles: Magic Johnson y Larry Bird. Quién iba a suponer por aquel entonces que dos décadas después ese mismo Paul Pierce sería uno de los protagonistas imprescindibles de la hasta el momento última época dorada del gran Clásico por excelencia de la canasta. Y más aún, quién le iba a decir a él, nacido en Oakland pero criado en Inglewood (el hogar del legendario Forum) y fan incondicional de los de púrpura y oro, que acabaría convirtiéndose en el último ídolo en mayúsculas de ese equipo que “odiaba” en su infancia y adolescencia.

Ya se sabe, en ocasiones, la vida ofrece rocambolescos e inesperados giros. Así le ha ocurrido a ‘The Truth’ (La Verdad). Todo un californiano de corazón que acabó significándose de tal manera con Boston hasta el punto de hacer su última entrada al TD Garden como jugador profesional vistiendo una camiseta de los Patriots. El motivo de esta reconversión reside en las quince temporadas que pasó defendiendo con pasión, sacrificio y entrega la camiseta con el número ‘34’ de los Boston Celtics. En uno de los peores momentos de su laureada historia, el equipo del trébol apostó por él como número 10 del draft 1998.

Su inconfundible manera de pararse, hacerse un hueco y sacar el trasero para lanzar le convirtió en referente del orgullo verde. Hasta el punto de recoger el testigo de tres mitos como Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Desde su adiós, los Celtics deambularon por el desierto hasta la llegada del rey del ‘Clutch Time’. Su capacidad innata para decidir y ganar partidos en los últimos segundos de los partidos puso a la franquicia de nuevo en el mapa. En una primera etapa regresaron a la final de Conferencia 14 años después. Aunque hubo que esperar a una segunda, al desembarco de Kevin Garnett y Ray Allen en el mágico verano de 2007, para ver a los verdes donde nos tenían acostumbrado: en lo más alto. Fue en las Finales de 2008, las mismas en las que fue designado MVP y en las que protagonizó un momentazo para la historia con su épico regreso en el primer partido. Hay quien sostiene que en ese instante los Celtics se hicieron con su decimoséptimo anillo.

Dos años después regresaron a la serie final, pero los Lakers acabaron cobrándose la revancha en una tremenda batalla. Antes y después discutía de tú a tú a LeBron James ese trono del Este que hoy en día parece inalcanzable. No lo era así durante la plenitud de Pierce.

El propio LeBron acabaría reconociendo que uno de los principales motivos por los que puso pies en polvorosa de Cleveland en 2010 fue la frustración que le causaron aquellos Celtics de Doc Rivers. Aunque no contó con los premios y reconocimiento de LeBron y Kobe, ambos siempre recuerdan a Paul Pierce como uno de sus principales y mejores rivales de su carrera. Un competidor impagable.

El paso de los años y el inevitable acercamiento del declive físico hicieron que los últimos grandes Celtics (a la espera de la esperanzadora evolución que sigue el actual equipo de Brad Stevens) saltaran por los aires en el verano de 2013. Tras 15 temporadas, el segundo máximo anotador de su historia puso rumbo a Brooklyn junto a su amigo Garnett. Eso sí, el amor entre ambos permanece intacto. Además, con ese traspaso, el viejo Pierce dio a su equipo un último regalo del que aún hoy se están beneficiando en Boston. Gracias a esas primeras rondas de los Nets, Danny Ainge está edificando el regreso de la franquicia a la élite. Cada vez está más cerca. Pero ayer no era el día para mirar al futuro, sino de mirar hacia atrás. Con ese triple que convirtió en los últimos segundos cerró su partido número 560 en el TD Garden, el mismo escenario en el que había debutado 18 años antes (nadie como la NBA para cuidar este tipo de detalles).

Un pabellón, su casa, en el que jamás se quedó sin anotar. El sello perfecto a una noche de emociones y homenajes en la que agradeció tantos y tantos años de cariño incondicional inclinándose en el centro del campo para besar el ‘leprechaun’. Paul Pierce, el hombre que devolvió el orgullo al Garden.