CSKA 68-OLYMPIACOS 70
Olympiacos, Esparta y Hollywood
El escolta anota 11 puntos en los últimos tres minutos y medio, cuando su equipo perdía por nueve puntos, y vuelve a eliminar al gigante CSKA. El Olympiacos regresa a la final.
La segunda acepción de milagro, según la RAE, es esta: “Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”. Desde ese punto de vista, los milagros del Olympiacos, el tapado más destapado de la historia del baloncesto, han dejado de ser milagros. La primera acepción dice que se trata de un “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. Y ahí la tentación es creer que sí, que nada de lo que hace este equipo es explicable y que la intervención divina no es otra que la de Spanoulis. Pero al final, en la realidad más cruda y roída hasta el hueso de la alta competición, lo que hace el Olympiacos es baloncesto. Del mejor. Del que exprime el cuerpo y la mente. Del que hace parecer a los rivales peores equipos de lo que son. Siempre. El Arte de la Guerra de Tzun Tzu: el verdadero poder es utilizar al enemigo para derrotar al enemigo.
Es como si sólo el Olympiacos pudiera acabar con este CSKA fantástico, que ha jugado mejor que el resto de equipos de Europa hasta la ribera del Palacio. La aparición de todos los fantasmas de un equipo que ha jugado doce de las últimas trece ediciones de la Final Four y sólo ha ganado dos. La última hace siete años. En 2012 era un bloque casi inabordable al que el Olympiacos remontó 19 puntos en poco más de un cuarto (61-62). Un año después, otra vez el Olympiacos le desmanteló en las semifinales: 52-69. Es la tercera vez en cuatro años que al coloso ruso se le aparece el equipo que mejor convierte el espíritu de supervivencia en espíritu de campeón. Quizá de toda la historia del baloncesto europeo. Olympiacos, Olympiacos y Olympiacos…
¿Pero qué es el Olympiacos? Un cosmos perfectamente ordenado en el que no sobra nada ni se echa en falta nada, aunque falte. La mejor defensa de la competición (71,2 puntos encajados de media, esta vez 68). Un equipo que ha ganado al CSKA dos veces en tres partidos de la temporada en los que nunca ha encajado más de 76 puntos. Un equipo que ganó al Barcelona en cuartos jugando muy bien (segundo partido), bien (tercero) y regular (cuarto). Un equipo que gira en torno a Spanoulis, que lleva los partidos a ese goteo angustioso de últimos segundos en el que no hay ningún jugador como él. Que ha jugado tres Final Four con su mujer embarazada y ha ganado las tres, con tres MVP. Y ahora lo está. Un jugador que llegó al minuto 36 con su equipo cerca de la muerte clínica (63-54) con un 0/11 en tiros y sólo dos puntos. Que llevaba un -7 en valoración y 4 pérdidas al final del tercer cuarto y tras un despliegue tremendo en defensa de Weems y las ayudas de los kilométricos brazos de casi todo el CSKA. Y que anotó en esos últimos 210 segundos once puntos sin fallo con tres triples, el último absolutamente descomunal para situar el 66-69 a falta de siete segundos. El parcial de los últimos cinco minutos fue 9-18. El Olympiacos es, simple y llanamente, ese equipo al que hemos visto volver a hacer lo nunca visto. No es una rutina, es la más absoluta excelencia competitiva. Y quizá el verdadero milagro sea seguir siendo lo mismo a pesar de que en Estambul les entrenaba Ivkovic, en Londres Bartzokas y en Madrid, ahora, Sfairopoulos. A pesar de que desde el título de 2012 se han ido Hines, Antic, Dorsey, Keselj, Papadopoulos, Papanikolaou y Law. Cambiar todo para que nada cambie.
Un partido descomunal
Antes del enésimo final para el recuerdo de este Olympiacos que tiene una increíble mezcla de Esparta y Hollywood en su ADN, se jugó un partido apasionante, de una tensión irrespirable y un nivel táctico y fisico descomunal. Baloncesto del siglo XXI y muchos minutos de mando para un CSKA que no se terminó de escapar cuando era mejor: 20-17 en el primer cuarto pese a un 29-15 en valoración. 36-35 al descanso a pesar de un 53-30. La única aparición de Teodosic entre el final del tercer cuarto y el arranque del último movió lo suficiente las placas tectónicas del partido como para amenazar terremoto. Pero el Olympiacos sobrevivió hasta que exprimió su asombrosa capacidad de mutar de cazado a cazador. Sobrevivió a 17 pérdidas y a 7 tapones del CSKA. A un 9/25 en triples, a tirar menos tiros libres y repartir seis asistencias menos… sobrevivió a todo porque nunca deja de creer y nunca deja de jugar. Y sobrevivió sobre todo porque cogió 16 rebotes de ataque (33-40 total), siguió defendiendo en cada ataque contra los mil y un quintetos distintos de su rival y encontró pequeñas pero decisivas aportaciones de casi todos y soluciones más o menos esperadas de su entrenador: de repente una defensa en zona, de repente cinco jugadores abiertos… Baloncesto.
El CSKA pudo ganar y según muchos medidores objetivos debió ganar. Se atenazó horriblemente al final y se precipitó antes, en los ataques del último cuarto en los que pudo asestar el golpe definitivo. Demasiados jugadores fueron de más a menos (Kirilenko, Vorontsevich, Jackson…) y De Colo y Weems no resolvieron, el primero tras un partido excelente y el segundo después de, como en años anteriores, volver a ser menos de lo que se esperaba de él en la Final Four. Tras un inicio de mucho ritmo, el juego derivó pronto en una pelea infame por cada rebote, por cada ajuste defensivo y cada palmo de pista. En esa maraña y con marcadores que nunca eran tan elásticos como las sensaciones, el Olympiacos volvió a moverse mejor. No es casualidad y desde luego no es suerte. Es un oficio. Es Esparta y Hollywood, es Arte de la Guerra. Y es, por encima de todo, Vassilis Spanoulis, uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto europeo. Una leyenda para la que sólo existe el siguiente tiro, la siguiente jugada. Será en la final. Y con toda justicia.