ENTREVISTA
Valdemoro: “En el libro está la Amaya detrás de la deportista”
‘Nací luchando’, escrito por el periodista Julián Redondo y publicado por Espasa, es la historia en 13 capítulos (como su número) de Amaya Valdemoro.
Habrá leído ya el libro. ¿Qué le ha parecido Nací luchando?
A todo el mundo le parece raro, pero no lo he leído del tirón, sólo por trozos. Me toca bastante… porque cuando lo leo me teletransporto.
¿Se arrepiente de algo inconfesable que esté incluido?
La gente que me conoce sabe cómo soy y lo que siento. Me he abierto muchísimo en él. Creo que el libro soy yo, con mis cosas buenas y mis cosas malas.
Durante el libro recuerda a la Amaya deportista, ganadora, y la tilda a veces de insoportable. ¿Gracias al libro la gente va a descubrir a la Amaya que hay detrás?
Al final el deportista está expuesto un poco al espectador. Según cómo juegues te catalogan. Yo a la hora de jugar tenía mucho carácter. He recibido muchos pitos, ovaciones, insultos, halagos… Y era por mi forma de jugar. Para bien y para mal. La gente que me conocía por esos gestos de rabia, por un grito, ve una persona totalmente diferente, que era lo que yo quería. El deportista se transforma al pisar la pista, pero hay una persona detrás. En el libro está esa Amaya.
Y, ¿qué le puede sorprender al lector de esa otra Valdemoro?
Lo natural y lo sencilla que soy.
Tras la muerte de su madre, un psicólogo le recomendó que le escribiera una carta. Lo hizo pero, ¿este libro es la carta definitiva?
Total. Cuando te ocurre una tragedia así a una edad temprana es traumático. Cuando te das cuenta de todo, te deja un peso y una losa. En mi caso, lo niegas y yo no tuve el valor de decirle lo mucho que la quería. Me despedí, pero no cómo me hubiera gustado. Volví de Rusia y esa carta fue un examen muy duro, pero este libro es un repaso y un cierre para lo de mi madre, mi carrera deportiva y muchas otras cosas más.
Confiesa que ahora no hay un día que no le duela nada físicamente. ¿Ha merecido tanto sacrificio?
Sí. Cuando juegas sabes a lo que te arriesgas. El único pero, aunque chiquitito, que le puedo poner es que ya no puedo hacer deporte. No puedo hacer impacto, no puedo correr, no puedo jugar al baloncesto… No puedo tener una vida deportiva como los runners y me da envidia. La satisfacción personal que he tendido viviendo el deporte a tope ha merecido la pena. Desde hace dos semanas me estoy preparando con mi entrenador personal David para ver si, poquito a poco, cojo tono. Desde noviembre no he hecho nada de deporte y me sentía mal conmigo misma. Necesitaba matar ese gusanillo.
¿No ha echado ni una pachanga?
En mis últimos años de carrera, tenía que estar muy fina y me pasaba las 24 horas del día en el gimnasio. Ahora ya no tengo tanta ayuda y un día que eché una pachanga, me encontré tan mal, que me daba pena verme jugar así. Pero a ver si cojo un poco de tono muscular y me voy a echar un día unas canastas. Al menos eso.
Unos triples, su especialidad en los últimos años de su carrera.
Yo era una jugadora con mucha potencia física, era buena al contacto… pero luego pensaba ‘si entro me lesiono seguro’. Me fui alejando del aro, que es lo que le pasa a muchos jugadores.
De pequeña soñaba con ser campeona en el 1.500.
Lo del atletismo me parece alucinante. Es el deporte rey en los Juegos. La satisfacción personal es increíble. He tenido la suerte de haber hecho los dos deportes. La sensación que tenía al estar en la línea de salida no la tenía igual en el salto inicial de un partido.
Fue su tío el que le metió el gusanillo del baloncesto.
No, mi tío me machacó llamándome ‘carrerista’. De pequeña se me daban muy bien todos los deportes y él me decía que probase. Lo probé y me quedé.
Y con 14 años lo dejó todo para marcharse a Salamanca.
Ni me lo pensé. Cuando maduré me di cuenta de que los que más se sacrificaron fueron mis padres. Ellos tuvieron mucho valor y mucha confianza en mí. Fue maravilloso y no lo cambiaría por nada. Además Salamanca, con una afición tremenda de baloncesto. Me tocó la etapa de Pepe Hidalgo, que ha hecho mucho por este deporte. Es una pena que dejara el club. Por el primer éxito que tuvimos, ser subcampeonas, nos invitó un viaje a Londres a todo el equipo.
En Salamanca encontró también su pastelería y su padre se asustó al verla un mes después.
Los padres de una compañera tenían un restaurante argentino y entre eso y la pastelería… me puse como un centollo. Es el peligro que tiene que una, con 14 años, se vaya: hacía todo lo que mi madre no me dejaba.
Uno de los capítulos más sorprendentes es en el que cuenta su pelea con Blanca Ares, ¿tan mala era la relación?
Son anécdotas. Yo no he conectado nunca con Blanca, pero ojalá hubiera muchas Blanca en el baloncesto porque a nivel deportivo era una fuera de serie. Lo que pasa es que a nivel personal y de rivalidad chocábamos.
En el libro confiesa que esa rivalidad la ha convertido en mejor jugadora.
Al final se aprende más de una derrota que de una victoria. Y si hay alguien que te lo pone muy difícil y no te quedas en el camino, te hace mejor. Viví situaciones límite, pero a lo mejor ella también.
¿Cómo es la relación ahora?
Inexistente. Cero patatero.
Y, ¿con su marido, Sergio Scariolo?
Es educadísimo, un grandísimo entrenador y siempre nos saludamos. Ningún problema. Los problemas son personales y tampoco hay que extrapolarlos.
Otro de los temas recurrentes es el de la soledad del deportista en el extranjero. Lo vivió en su etapa en Rusia.
Estuve tres años y ya no podía más. En el último ni vi el sol. Me ofrecieron un cheque blanco para que me quedara y ahora me arrepiento (Risas). Era broma, para nada.
Hace poco Diana Taurasi (Ekaterimburgo) confesó que ha bebido vodka para abastecer a una ciudad entera.
Es cierto. Allí lo de un chupito de vodka para cerrar un trato es normal, como aquí a un puro. Se bebe ¡Se bebe mucho! Yo, por ejemplo, aprovechaba y me los servía de agua sin que se dieran cuenta.
Cuando estuvo en la WNBA, en Houston, los jugadores de los Rockets iban a sus partidos. ¿Cómo es el respaldo del baloncesto masculino al femenino en España?
Diferente. Al único jugador que he visto es a Rudy porque está su hermana. En la Selección sí que han venido, pero también allí es más fácil porque el baloncesto femenino está más insertado en la sociedad. Aquí cuesta que el público vaya a ver baloncesto femenino salvo en determinados pabellones.
Pasó cinco veranos en Houston. ¿Cómo vive una jugadora tan importante en Europa no tener casi minutos allí?
Fui muy joven. Las chicas que estaban en mi puesto eran mejores que yo. Te pones el mono de trabajo. El éxito de un deportista está en saber cuál es su rol, su situación… Es como si yo en mis últimos años en la Selección hubiera demandado el mismo protagonismo que antes. A mí me tocó más la parte de banquillo. Entrené como una mula y aprendí de las mejores. Creo que me salió bien la jugada. Ahora echo la vista atrás y pienso ‘qué mala pata, que no me dejara ir a otra franquicia’. Podría haberme creado un nombre allí en Estados Unidos, pero estoy muy feliz porque gané tres anillos. Un equipo lo forman todos, los que juegan más y los que juegan menos.
Ponerle punto y final a la WNBA le permitió estar más descansa para jugar con España los veranos.
Cuando terminé allí tuve un montón de ofertas tras el Mundial de China. Fueron cinco veranos sin vacaciones y yo veía que la Selección iba para arriba.
¿Se sigue culpando por algunas canastas falladas, como la de la final de 2007?
Una jugadora no gana ni pierde, pero así era yo. Ese año a Pau le pasó lo mismo que a mí en la final, que el balón hizo la corbata y se salió. Yo hice la entrada y salí corriendo pensando que había entrado.
Su mayor pesadilla con España la vivió en 2011.
Fue un horror. Teníamos un equipazo, pero hubo problemas en el equipo, lesiones…
¿El ambiente no era bueno?
En la Selección pasamos muchos veranos juntas y cada una arrastra los problemas de la temporada. Al final todas tuvimos que hacer un análisis de conciencia. Yo estaba muy metida en mis problemas musculares, en temas externos… Es muy difícil que un equipo esté muchos años en lo más alto y nosotras llevábamos cinco campeonatos ganando medallas. Ahora están crucificando al Barcelona y me parece muy injusto.
Ese campeonato, además, chafó su idea de despedirse en los Juegos de Londres.
Pero no cambió mi despedida. Prefiero haber acabado así mi carrera con el oro europeo. No hay mal que por bien no venga.
Antes vivió una pesadilla con el Tarsus. ¿Se arrepiente de haberse marchado a Turquía?
Me arrepiento a nivel deportivo, porque no tenía por qué sufrir como lo hice con el presidente, con el cuerpo como lo tenía… Tenía ofertas de equipos extranjeros, pero no me apetecía. Prefería quedarme en Madrid con el Canoe y tener un buen seguimiento médico para llegar a tope al Europeo. Se me criticó, pero hice oídos sordos y no me equivoqué. Ayudé al equipo y ganamos el oro.
Lo ha ganado todo pero, ¿la Copa del Rivas fue especial?
Sí, por muchas cosas: por ganar con un equipo madrileño, en Valencia, donde había jugado los últimos años, porque muchos me habían enterrado ya deportivamente... Además, parte del público llevó cartulinas con el 10 de Elisa y mi 13. Fue muy bonito.
Y luego le pasó lo de las dos muñecas.
Tuve que aprender de cero: a tirar, a botar… Y dependía de la gente para todo: comer, ir al baño, conducir.
Compartir esos momentos con Elisa también habrá sido importante para usted.
Ella es paz y tranquilidad y yo un torbellino. Nos podíamos llamar de todo en un entrenamiento y al terminar, quedar para comer juntas. Eso se llama competición. Cuando se marchó a estudiar a Estados Unidos no sabía cómo decírmelo y no lo hizo hasta el día de antes. Pero al final la distancia, cuando hay una relación tan buena, no destruye la amistad sino que la fortalece.
Aparcó el baloncesto, pero ahora está pluriempleada gracias a él, con la Federación y ese Mundial de 2018 y Canal+ y la Euroliga.
Ambos son ilusionantes. En ese Mundial hemos aprovechado el legado del de los chicos y la Selección que tenemos, que es tremenda. Va a ser un campeonato para disfrutar. Y de comentarista estoy viviendo el baloncesto de otra manera, aprendiendo muchísimo de mis compañeros. El baloncesto me ha dado muchas cosas y lo últimos, dos trabajos.
De lo de entrenadora, ni hablamos.
Con el Plus me doy cuenta de que veo mucho más baloncesto del que creía, pero todavía es pronto. Un exjugador con el carácter que yo tengo no puede entrenar tan pronto.
Y en el penúltimo capítulo del libro, la última gran confesión: su deseo de ser madre.
Ojalá. La mujer deportista no puede serlo, tiene que abandonar su carrera. Y yo entre las lesiones y si hubiera parado… apaga y vámonos. En el libro digo que me gustaría serlo a los 40, pero los 40 están a la vuelta de la esquina. No sé cuándo será. Ya tengo a mi familia dándome la tabarra. Veo como mi hermana mira a sus niñas y quiero mirar a alguien así.