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REAL MADRID 83 - OLYMPIACOS 69

Rudy, Felipe, los Sergios y el Palacio llevan al Madrid a Milán

El Madrid se agarró a la emoción, a sus estrellas y al rebote ofensivo para liquidar a un Olympiacos que no fue el de Atenas. Spanoulis entrega la corona

Los jugadores del Real Madrid celebran la victoria ante Olympiacos.
Los jugadores del Real Madrid celebran la victoria ante Olympiacos.Alberto MartínEFE

Nadie dijo que el camino fuera fácil, la racha impoluta pudo confundir, pero batallas como la de este playoff no se ganan desde un púlpito. Hay que bajar a la arena, a embarrarse. Y una vez allí, entonces sí, el mejor, el de más talento suele salir triunfador. Venció el Madrid, otra vez en la Final Four. La tercera en los últimos cuatro años. Aquel muro imposible de derribar durante tantas y tantas temporadas ha saltado por los aires. Segunda fase final seguida por primera vez en 18 años. Ahora espera Milán, el Barça, pero la afición madridista prefirió darse un baño de presente, un homenaje. Cantó a sus héroes, gritó con ellos. Festejó con un Llull enloquecido el éxito, que regaló la camiseta a la grada con los puños apretados al cielo, puños de líder. ‘El Increíble’, sus compañeros, siguieron la senda abierta por el Palacio.

Homenaje a Tito

Antes del inicio del encuentro, el Palacio guardó un emotivo minuto de silencio en honor a Tito Vilanova. El pabellón madridista brindó al exentrenador del equipo de fútbol del Barcelona el primer gran homenaje horas después de su fallecimiento. Habrá muchos más a lo largo del fin de semana.

Porque hay entornos hostiles que se pegan como la brea, empiezan por la piel y acaban cortándote la respiración. Y eso le pasó al Madrid en Atenas. Pero hay otros ambientes que te hacen volar. Escuchas a la gente y te sientes invencible, como le ocurrió ayer primero a Llull, después a Rudy y a Reyes, y con ellos Darden (partidazo), Sergio, Bourousis, Díez, Mirotic en la pelea... El equipo entero.

El Palacio rugía como nunca y todo cambió. El Madrid fluía de nuevo, corría, jugaba en transición. A veces, los pequeños detalles crean un abismo. Lo vimos, lo sentimos. Cada jugador blanco iba un paso por delante, mordía atrás. Llevaba la palabra rebote tatuada en la frente. Un balón suelto era cuestión de estado, y de ritmo, de mando, el que recuperó para siempre. Adiós Olympiacos, adiós pedazo de campeón. Semejante espíritu representa un modelo a imitar. Pero la energía no era suya y daba igual que Spanoulis se echara el puerto de El Pireo sobre sus espaldas. Daba igual que los rojos lanzaran con más precisión, que regresaran tras cada amago de ruptura, que agarraran la cuchara y se negaran a entregarla; daba igual porque el Madrid flotaba en un mar de almas blancas guiado por un capitán enorme, por Felipe Reyes. La novena le espera, o quizá no; pero el camino merece la pena. Siempre.