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Real Madrid 74- Barça Regal 67

Reyes mete al Madrid en la final

Soberbio partido del capitán, secundado por Sergio Rodríguez, tras un duelo que el equipo blanco rompió en el último cuarto. El Madrid vuelve a una final 18 años después.

Actualizado a
El Madrid celebró así su pase a la final de la Euroliga.
El Madrid celebró así su pase a la final de la Euroliga.Rodolfo Molina

London Calling atronaba en la cabeza de cada jugador del Madrid, y lo había hecho sin parar desde hacía dos semanas, desde que eliminaron al Maccabi y se escuchó luego a todo trapo por la megafonía del Palacio. Imposible no responder a la llamada embaucadora de The Clash y los de Laso se plantaron en Londres con una ambición feroz, y no para hacer turismo como en 2011. Cita trágica que ahora ha otorgado sus réditos, porque sirvió para abonar el peaje de la inexperiencia. El bloque era bueno, tanto que puede poner fin a una etapa de tinieblas de más de dos décadas, devoradora de jugadores y entrenadores. En la finalísima 18 años después, y otra vez ante el Olympiacos, como en Zaragoza 95. Y no, no es cuestión de un buen resultado, sino de todo un estilo, el del Madrid de siempre que ha reenganchado a la afición.

La puesta en escena trajo tufo a obra repetida: la de la Copa en febrero. Vimos a un Madrid abrumado colectivamente, pese a saberse mejor, y actuando a la heroica desde el minuto uno. Con Mirotic a tirones, con Rudy fatal, al tiempo que Tomic le sacaba dos faltas a Begic y a Navarro se le veía más rápido, más fresco que en noches recientes. La mar se picaba para los blancos: 9-16. Carroll y Reyes entraban en la batalla con dos acciones individuales, dos fallos.

Pascual metía el dedo en la herida y removía con sus defensas dictadas desde la banda, con un código destinado a sus jugadores para cada ataque rival. Laso, a unos metros, suspiraba; todavía le quedaba un as: Sergio Rodríguez. Y el segundo cuarto arrancó con Chachismo en vena, una bendición del cielo, para el Madrid decimos, aunque también para vender el producto en Londres, tierra por conquistar. A su lado, Llull le daba un sorbo a su bebida energética de cabecera. De escolta clavaba tres triples casi seguidos y echaba por tierra los pequeños ahorros culés: 27-26. Melena vikinga al viento, 28 tantos en el segundo cuarto y pizarra al garete.

En la reanudación, 41-33. Sergio descansaba y el Madrid se encogía. El Barça no estaba muerto, ni Jawai tampoco: sus 135 kilos pisaban la pista a 14 minutos de la bocina. El asalto final, porque los dos entrenadores parecían perseguir con ansia un final apretado. Cuando el Barça cobró ventaja, Pascual optó por Sada, Jasikevicius, Abrines y Todorovic, y cuando el Madrid reinaba, Laso dejó a Sergio ocho minutos en el banco (9-18 en el tercer parcial). Al volver no era el mismo, ni su equipo. Sudor frío. En el juego de la silla, en ese instante mandaban Huertas (ocho puntos casi seguidos) y Jasikevicius (dos canastones): 52-61, minuto 33.

El jaque mate lo salvaron la casta de Felipe Reyes y la clarividencia de Sergio, que arrastraron al resto. Sobrecogedor. Su empuje movió de la final al Barça y su fuerza lideró un parcial de 17-2 en cinco minutos, ante un rival cansado para oponer resistencia a un aluvión que no se esperaba. En nada se quedaba la exhibición de Tomic (18 puntos, 12 rebotes y 34 de valoración), minimizado en el tramo vital por Slaughter y por un cambio atrás que desorientó el Barça. Igual que Sergio hizo con Navarro, esos minutos defensivos valen una final. El capitán, o sea Reyes, al que algunos querían ver fuerza tras la marcha de Messina, dio un puñetazo en la mesa que tembló hasta el Big Ben. Once tantos con la soga rasgando el cuello, coraje de campeón. En Londres, en una ciudad que vive de espaldas a la pelota naranja, el baloncesto blanco vuelve a ser grande. Y quizá este domingo sea eterno, la Novena a tiro. London Calling.