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Europa no deja cicatrices

El Real Madrid se quita el disgusto de la Euroliga con un sudado triunfo en Santiago, donde fue siempre por delante pero no terminó de descolgar a un combativo Obradoiro. Lesión de Suárez.

<strong>LLULL DIRIGIÓ AL MADRID.</strong>
Juanma Rubio
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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El Real Madrid desenredó en Santiago el nudo emocional en el que estaba enredado en los últimos días. De la gloria de la Copa a la decepción en Europa, caer eliminado después de un partido en Siena con ribetes de oro. Asuntos de digestión difícil, un estado entre el empacho y la inanición con riesgo de reflujo del que el Real Madrid salió con la lógica del talento: sometió a un combativo (y buen) Obradoiro, y funcionó en el brillante ritmo de suma y sigue que mantiene en la competición doméstica, donde es casi tan favorito como el que más. O sea, como el Barcelona. Contra las dudas, la ansiedad, los interrogantes o las fobias, lógica, buen juego, trabajo y un nuevo triunfo. Todo sigue igual, sin cicatrices.

Lo mejor del Real Madrid fue que no se entregó a la melancolía o al olvido. Jugó ante Obradoiro con las pilas puestas y desde la normalidad. Ni quiso demostrar demasiadas cosas ni se justificó en la tristeza. Jugó a un buen nivel y ganó. Lo peor fue la lesión de Carlos Suárez, que jugó dos minutos y se fue entre lágrimas sin poder apoyar la (maldita) rodilla derecha. Eso y la constatación de que hay jugadores que ahora mismo van a una velocidad menos que el resto del equipo: Sergio Rodríguez, intrascendente hasta los últimos minutos y Tomic, que maquilló en el tercer cuarto un primer tiempo paupérrimo en el que por enésima vez se dejó comer la tostada por jugadores mucho más pequeños y mucho más limitados. El paso adelante que el croata aplaza y aplaza hasta el hastío redimensionaría de forma notable a un equipo al que, por lo demás, no le va mal sin él.

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El resto fue, con Llull como vaso conductor, un triunfo por kilos de cemento y trazos de talento, el talento tremendo y resonante de Mirotic y Carroll, el que esconde un Singler ciclotímico que enseñó su mejor versión, por fin y cuando puede ser más necesario que nunca en función de las noticias (toquemos madera) sobre Suárez: 21 puntos y 6 rebotes para el americano. Mirotic (12 puntos) y Carroll (17 en 17 minutos) sometieron al rival a su habitual y exquisita tortura, un drenaje que fue laminando la gruesa coraza de Obradoiro, un martillo que golpeaba en cada arrebato de fe. La mejora local en el segundo cuarto (tras el 13-24 del primero) no tuvo mayor efecto por diez puntos de Carroll. Partido apretado tras el descanso (36-42) y triple enorme de Mirotic, trabajos heroicos de Obradoiro en el último cuarto (51-62, 63-69)... y respuestas decisivas de Carroll, agua helada para las brasas de Fontes do Sar.

Obradoiro rompe una racha de tres victorias y sigue con sólo un triunfo por encima del descenso pero tiene motivos para creer. La grada, el bloque, la entrega. El trabajo de Moncho Fernández y el hilo conductor que enhebran jugadores como Hopkins (39 maravillosos años), Kendall, Bulfoni, Junyent, Lasme... Sobrevivió en el partido y no se rindió nunca, frenó cada despegue del Real Madrid (9-20, 21-33, 44-60). Se agarró al partido a pesar de su inferioridad, evitó que el Madrid corriera durante muchos minutos y se corrigió sobre la marcha: peleó el rebote, controló las pérdidas, ajustó la puntería exterior... Hizo lo que pudo dentro de sus posibilidades y seguramente, y ya en el tramo final, por encima de ellas. Y eso es muy buena señal porque no todos los equipos que pasarán por su pista serán como este Real Madrid, que suma y sigue con solidez, cohesión y talento y que quiere dejar atrás por la vía rápida la decepción europea. Sin traumas ni dramas: sin cicatrices.

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