Una Copa con solera
Nueva columna de opinión de José Luis Sáez, presidente FEB. El debate continúa en las Redes Sociales, en @JLSaezR.
Es semana de Copa del Rey, lo que significa semana en la que el baloncesto vuelve a copar el máximo protagonismo mediático que ya tuvo el pasado mes de septiembre con el Eurobasket de Lituania. La Copa lo tiene prácticamente asegurado por tradición, porque la pasión se concentra en sólo cuatro días y porque por encima de todo se trata de una competición que no ha perdido su esencia: todos los equipos parten en igualdad de condiciones, sin premios preestablecidos, y todos los partidos son decisivos, lo que se denomina "a vida o muerte".
La Copa es una competición con la mayor de las tradiciones. Nació en 1933, más de dos décadas antes que la Liga, organizada por la Federación Española bajo la denominación de Campeonato de España como primera competición del baloncesto español abierta a la participación de equipos de todo el país. Con anterioridad, en los primeros pasos del baloncesto en España, únicamente se enfrentaban equipos madrileños y catalanes, de modo que ya en eso, desde su primera edición, la Copa fue una competición pionera.
Pero además de una máxima notoriedad deportiva, la Copa se ha significado, a lo largo de toda su trayectoria, por ser innovadora en formatos de competición. Se ha jugado en eliminatorias de ida y vuelta, con final a doble partido o a partido único, como arranque de la temporada o al final de la misma, con varias fases y liguillas con los equipos repartidos en grupos y en varias sedes, sin jugadores extranjeros y con ellos... De hecho, el modelo actual -una acertada traslación del histórico formato de la Final Four de la NCAA- no es el primero con un sistema de concentración.
Hace casi 40 años se disputó una espectacular Copa, previa a la Liga, cuya primera fase se vivió en directo no en una sino en todas las ciudades con equipos en la entonces Liga Nacional de Primera División. Y por si fuera poco, durante muchos años, además, el campeón tenía premio: el pasaporte a la segunda competición europea de clubes de la siguiente temporada, la denominada Recopa de Europa.
En el baloncesto actual, en el que es habitual el cruce de competiciones en el calendario de la temporada de clubes, tener toda la pasión y el interés mediático totalmente concentrados en poco más de media semana es un valor extraordinario para la promoción de nuestro deporte y sus grandes protagonistas: los jugadores. Lo es para los medios de comunicación y para las aficiones, pero también para los propios protagonistas.
Así lo entendió en su momento la ACB, y la ampliación de la tradicional 'final a cuatro' a 'final a ocho' se reveló como el mayor de los aciertos. Desde entonces, la Copa se ha movido por casi toda España, ha movilizado aficiones, ha sido cita de gran audiencia televisiva y se ha convertido en uno de los mejores escaparates de nuestro baloncesto. En definitiva, los clubes dieron con un producto del máximo nivel deportivo, económico y social, que han sabido conservar y mantener.
Por todo ello es tan atractivo vivir una Copa. Esta semana la viviremos en Barcelona, en un Palau Sant Jordi que se probará a sí mismo de cara a la gran cita del próximo mes de julio: el España-Estados Unidos, reedición de la final olímpica de Pekín 2008 recordada por muchos como el mejor partido de la historia, como antesala de la cita en Londres. La mejor forma de hacerlo será con las gradas repletas y entregadas al espectáculo.
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