eurobasket 2011 | españa 98 - francia 85
Esta es la época de España
España repite el oro de 2009 con una final prácticamente perfecta en la que dominó siempre a una Francia que no se rindió nunca. Navarro lideró a un bloque en absoluto estado de gracia.
España es campeona de Europa. Otra vez: como en 2009. Vino a por Lituania 2011 y a por Londres 2012 y se lleva el botín completo tras un saqueo metódico en el que ha ido de menos a más, ha laminado a los rivales complicados en los partidos señalados y ha encontrado sensaciones y picos de forma, de melodía en melodía hasta la sinfonía integral de la gran final. Y ademá ante Francia, para los amantes de las moralejas y los finales felices.
España es campeona de Europa y conviene respirar y repetirlo en voz alta. Conviene valorarlo porque de lo contrario nos ahogaremos en el océano del éxito. En el deporte, un mundo de quimeras y trampas para osos, es muy difícil imponer la lógica, ser el mejor y demostrarlo, cumplir con las expectativas. Es difícil llegar y aún más difícil repetir y mantenerse. Es muy difícil ganar por suma de calidad pero también por acumulación de sudor. Por galones y por equipo, por ataque y por defensa. Por tierra, mar y aire.
Conviene valorarlo porque en esta época de éxitos de nuestro baloncesto y nuestro deporte no se puede perder la referencia: los pies en el suelo para que admiren nuestros ojos y sueñen nuestros corazones. Esta es la época de España, esta la era del baloncesto español. Este equipo será visto fuera de nuestras fronteras como nosotros veíamos antes a la vieja Yugoslavia, a la antigua Unión Soviética. Los niños de cada rincón de Europa pensarán en nuestros jugadores con esa admiración casi divina con la que nosotros antes imaginábamos a aquellos gigantes rusos, a aquellos demonios balcánicos. Esta es la era de España y la recordaremos cuando todo esto sea pasado mítico, cuando estar en semifinales vuelva a ser una gesta. Esta es el penúltimo gran servicio de los héroes del 80, el corazón de una generación vivo en Pau Gasol, Juan Carlos Navarro y Felipe Reyes. Entre 1998 y 2011, de Varna a Lisboa y de ahí a Saitama, Pekín, Katowice y ahora Kaunas, una ciudad que huele a baloncesto y que coronó al mejor equipo del campeonato y ratificó la dulce dictadura de una generación.
Escenificación de un reinado
España jugó su gran partido en la final. Mejor que el poético primer tiempo ante Lituania o que el demoledor segundo ante Eslovenia. Lo mejor en el mejor momento y ante el segundo mejor equipo del campeonato. Y también tiene mérito acudir a la cita puntual y con el traje de los domingos: un partido redondo, un partido perfecto, una demostración de baloncesto moderno, del baloncesto de siempre. Con picos de una perfección colectiva y de una inteligencia en el reparto de esfuerzos y roles que recordó a la memorable final del Mundial 2006: todos tuvieron su momento, todos cumplieron con su cometido, todos formaron un muro de escudos contra el que rebotó y rebotó Francia hasta el desfallecimiento. En cuanto España amarró la decena de ventaja gobernó el partido: 25-17, 38-26, 67-54... y 84-68 en el minuto 33 tras triple de Pau Gasol: la puntilla, seguramente.
Francia hizo la goma pero España le robó cada momento del partido. Tras un arranque en el que encontró puntos fáciles bajo el aro por la inteligencia de Parker y las ayudas demasiado largas de España, una realidad de hormigón se le vino encima al equipo de Collet, que tenía el plan pero no tenía los recursos. No contra una España que martilleó en los cuatro parciales: 25, 25, 25 y 23 puntos. La perfección o al menos algo muy parecido.
Porque España fue mejor en un primer tiempo primoroso de intercambio de canastas y de talentos desatados, fue mejor en las refriegas y fue más inteligente y tan fuerte como un rival de físico descomunal. Cada vez que Francia amenazó con revivir, España le golpeó con cargas de experiencia, calidad y conocimiento del juego, como un equipo hecho para ganar, un panzer que controló el juego y asumió las heroicidades de Tony Parker (26 puntos, 5 rebotes, 5 asistencias) sin pestañear.
Navarro dirige la orquesta
Hubo un momento del partido para los tapones de Ibaka (5, un terror elástico que dejó en 2/10 los tiros de Francia en la zona en el determinante segundo cuarto), para el vértigo de Rudy, para la defensa y la entereza de Sada y Llull, para el carácter de Marc y para el despliegue del Calderón con más piernas de los últimos años. El extremeño (17 puntos, 4 rebotes, 4 robos) desgastó a Parker y anotó puntos trascendentales cada vez que Francia selló en defensa a los Gasol. Pero por encima de todo este fue el partido, otra vez, de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro, alfa y omega de este equipo y de la forma de vivir que representa. Gasol otra vez instrumental (17 puntos, 10 rebotes: 58+43 entre cuartos, semifinales y la final) y Navarro otra vez celestial: 27 puntos (88 en los tres partidos de cruce). Triples, penetraciones, dominio mental del partido, 5 asistencias y una metáfora del martillo de los dioses que despertaba de cada uno de sus microsueños a una Francia incapaz de achicar tanta agua. Números de otra época para dos jugadores de todas las épocas.
Y fue el triunfo de Scariolo, que ha vivido entre dudas pero que esta vez dejó un despliegue perfecto de los excelsos recursos que maneja: lo que se le exige, ni más ni menos. Y otro oro, lo máximo que se le puede pedir. España circuló bien, utilizó bien los espacios, tuvo intensidad y sentido en las rotaciones, cerró el aro y superó a Francia en su terreno (10-1 en tapones, 10-4 en robos, 6-15 en pérdidas). España tiró en 65% de dos, gobernó el rebote pese al empate a 32 final y supo desgastar a Francia hasta la aprensión: 22/24 en tiros libres (12/12 de Navarro).
Todos los argumentos de un equipo concentrado, colectivo y concéntrico. Un equipo que igualó a Francia en sus valores y dominó a partir de ahí por lo que tiene de diferencial: Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, el equilibrio perímetro-pintura, la actividad exterior y la intimidación interior en defensa. La experiencia, la corona de campeón, el corazón y la calidad que nadie alcanza. Este fue el gran partido de una gran España. Un despliegue prácticamente perfecto de un equipo prácticamente perfecto: el dueño del juego. Sí, definitivamente esta es la era de España.