NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

mundial 2010 | francia 72 - españa 66

Irreconocible España

Dura y justa, aunque en absoluto decisiva, derrota de España en su arranque en el Mundial de Turquía. En un partido para el olvido en todas las facetas, el equipo de Scariolo mandó sin lograr despegarse hasta el último cuarto pero finalmente cayó con cierto estrépito. Durante todo el partido le lastró la ansiedad, su pésimo porcentaje en tiros libres y la escasa aportación del banquillo ante una Francia disminuida por las bajas pero que supo llevar el partido a su terreno. Toca enderezar el rumbo. Primera parada: Nueva Zelanda, mañana domingo.

<strong>ESPAÑA SE DESDIBUJA.</strong>
ESPAÑA SE DESDIBUJA.

España, no te reconozco. Al menos hoy no te he reconocido. Bien mirado, tampoco reconocí a la selección en el arranque del Europeo de Polonia. Y sabemos cómo acabó aquello. Si cambio de deporte hacia otros recuerdos igual de felices y aún más frescos, tampoco reconocí a nuestra selección de fútbol en su estreno en el último Mundial. Y también sabemos cómo acabó. Todavía mejor mirado, el formato del campeonato y la debilidad del grupo de España resta cualquier dramatismo a la derrota. No queda, a priori, más escollo que Lituania antes de los cruces. Y, para terminar de armar de razones a los voluntaristas, ser primero de grupo tiene como amargo premio toparse con Estados Unidos en semifinales. España, y las matemáticas se alían aquí con la lógica, tiene todavía el liderato muy a tiro.

Sirvan estos apuntes para evitar fatalismos melodramáticos y reconozcamos también que hasta el mejor escribano echa un borrón de vez en cuando. España, para arrancar el Mundial, se marcó uno de proporciones gigantescas, sobre todo en lo relativo a sensaciones. Borrosa, confundida y confusa, primero ansiosa y finalmente histérica. Desconocida. Sin mando, sin continuidad, sin frescura, sin piernas ni finura en ataque. Con un porcentaje irrisorio en tiros libres y sin más aportación del banquillo que 13 puntos. Demasiado poco para un equipo de rotación tan fluida y tan profunda.

La derrota llegó ante una Francia menor. Hace un año, en Polonia, España apalizó a una versión mucho más optimizada de la selección gala. Claro que eran cuartos y el equipo de Scariolo comenzaba a entrar en hipervelocidad hacia el título. España entonces sí supo llevar el partido a su estilo y convirtió en corderos a los poderosos jugadores galos, improbable energía física de caoba pero poco arte. Recordemos además que llegan a Turquía tras una preparación calamitosa (feas derrotas ante Australia o ante Canadá -dos-) y con una lista de bajas, entre deserciones y lesiones, que asusta: Tony Parker, Turiaf, Noah, Seraphin, Diot, Mickael Pietrus, Beaubois...

Esa Francia a la que esperábamos incapaz de aceptar el reto de España durante 40 minutos invirtió toda previsión. Parecía que resistía estoicamente sin más objetivo que remar para morir en la orilla cuando en realidad estaba tejiendo una tela de araña a base de músculos de hierro y brazos kilométricos. Haciendo la goma hasta que España se disparó en el pie en el último cuarto y con mucho mérito y un arsenal que anima al optimismo porque apenas aportó De Colo, brilló poco un Diaw algo pasado de kilos y no fue determinante un Batum que dejó, eso sí, las acciones más plásticas del partido en las dos zonas: tapones y mates. Pero, aunque no salgan en el póster, la victoria de Francia se sostuvo, además de sobre su conocida energía e intimidación defensiva, sobre un banquillo que respondió a las mil maravillas: los puntos de Koffi o el resucitado Gelabale (más sal en la herida), el trabajo interior de Mahinmi o la dirección y frescura (algo esencial en un equipo de cemento) de Albicy, un base de 20 años del que se espera mucho en el futuro y del que ya estamos viendo bastante en el presente.

Contra la intensidad competitiva de la segunda unidad gala, España no pudo presumir esta vez de fondo de armario. Ni de eso ni de casi nada más allá de su buen trabajo defensivo (al menos hasta el último cuarto), ayudado por la falta de imaginación y la imprecisión exterior de Francia. Pero la defensa no sirvió para correr, las individualidades estuvieron discontinuas (Navarro acudió tarde al rescate, Rudy fue un Guadiana intermitente, Ricky no marcó el ritmo del partido y Marc Gasol pareció divorciado de la circulación de balón). Artrítica en el repliegue y sin encontrar soluciones ni por calidad ni por sistemas, España también dilapidó a lo largo del partido su ascendencia psicológica sobre Francia. Tiró en el primer cuarto (del 5-15 al 9-18 final), tiró en el segundo (11-23) y tiró en el tercero (27-35). Pero siempre se encontró a Francia a la vuelta de la esquina: 27-28 al descanso, 43-44 al término del tercer cuarto.

Esa sensación de claustrofobia le surgió a España por la resistencia de Francia a la rendición que parecía por momentos inevitable pero también, y por ahí debe incidir el trabajo psicológico del grupo, por sus propios errores y su falta de continuidad: tiros libres fallados (impropio 17/32), mala selección y peores porcentajes, poca circulación, nulo aprovechamiento de las pérdidas de balón (por fases una sangría) del equipo galo.

Con todo, España tiró del marcador hasta un final que fue un sainete para sus intereses. 46-50 a cuatro minutos del final, 65-54 cerca del último minuto. Francia sí acertó con los tiros libres, encontró tiros aislados en momentos clave (letal Gelabale) y, aunque se hinchó a cometer errores, cometió al menos un par menos que España. Y así alteró la circulación nerviosa de España y así invirtió las sensaciones del partido y así, finalmente y con justicia y mucho mérito, ganó.

Tan obvio es reconocer que la imagen de España fue por fases calamitosa como que esto apenas supone un pequeño accidente (esperemos que no un síntoma). Y sobre todo que si hay un equipo que merece un voto de confianza, o los que haga falta, es la selección española de baloncesto. Mejorará, ganará partidos y competirá a muerte hasta las últimas instancias de la competición. Cualquier apuesta que le ponga fuera de la lucha por las medallas es tan arriesgada hoy como hace unos días. Hay que decirlo con la misma naturalidad con la que hay que reconocer que el estreno fue una de arena de tamaño monumental. Una calamidad.