Ricky aniquila los fantasmas del Barcelona

final four | barcelona 64 - cska 54

Ricky aniquila los fantasmas del Barcelona

Ricky aniquila los fantasmas del Barcelona

Sin imponer su estilo, el Barça sobrevivió al experto y endiabladamente competitivo CSKA. El equipo de Pascual sintió la presión del favoritismo, el peso de la leyenda negra, la maldición de París, la derrota de 2009 ante un equipo ruso que impuso una anotación baja pero entregó finalmente su plaza de finalista, derrotado por la personalidad, la intensidad y la genialidad de Ricky Rubio, que se consagró con un segundo tiempo en el que tomó la batuta y desequilibró el partido.

Aún no tiene veinte años. Nació en 1990, con el Barcelona en pleno trance fatídico ante aquel legendario Jugoplastika (luego POP 84). Quedaba cerca, todavía en la espalda, la derrota ante el Banco Roma de Larry Wright y aún demasiado lejos el éxito del Palau, que Navarro habrá contado a la actual plantilla. Hasta entonces (2003) buscó el Barça su primera Euroliga, desde entonces busca la segunda que de repente está a un paso, a un partido, entre otras cosas gracias a ese chico que aún no tiene 20 años pero que vive exigido al máximo, sometido a la presión del veterano. Siempre bajo la lupa (en los dos lados del Atlántico) Ricky Rubio camina hacia la consagración definitiva y no ha desperdiciado su primer desfile por la pasarela de París, donde ahora parecen apocarse, prosaicas, las temidas maldiciones. Ricky Rubio es el factor capital para entender que el Barcelona vaya a jugar la final de la Euroliga: 10 puntos, 4 rebotes, 8 asistencias, 2 robos de balón... 19 de valoración y, en los decisivos intangibles, dominio absoluto sobre Holden en el segundo tiempo. Cuando Ricky se puso al volante del partido, el Barcelona se sobrepuso a sus miedos: a París, al CSKA, a Siskauskas... a una presión (en gran parte autopropulsada) casi irrespirable. Para otros, no para un Ricky que no ha llegado a su primera Final Four para enredarse con fantasmas que no le pertenecen y en los que ni siquiera cree. Al menos eso pareció en la primera semifinal del Paris Bercy.

El Barcelona ganó y respiró. Como en las primeras rondas de Copa, como en el arranque de la serie de cuartos ante el Real Madrid, vivió demasiado tiempo atenazado y alejado de sus principales, y abundantes, virtudes. También como en decisivas circunstancias anteriores, sobrevivió y por eso el ánimo invita a pensar que quizá vuelva otra vez a liberarse para la hora crucial, a vestirse de gala para pisar la última frontera. Pasó en la final de Copa y pasó en Vistalegre en el playoff de cuartos... En su debe queda un partido en el que no hizo muchas de las cosas que debía, en el que se empeñó en no jugar cuesta abajo (en sensaciones, no en el marcador). Xavi Pascual estuvo esta vez rígido, tenso y falto de reflejos en algunas decisiones, y su equipo amenazó con desangrarse por no cerrar su aro (18 rebotes de ataque de CSKA) y no encontrar su ritmo. Cuando corría se precipitaba y cuando frenaba se espesaba, rumiando las jugadas con más nervios que decisión. A su favor, que ha dejado en la cuneta a un rival temible pese a sus limitaciones, competitivo por genética e historia, con un puñado de jugadores campeones por experiencia y calidad. Pero también con el cuentakilómetros cebado y las piernas muy castigadas.

Este CSKA de Pashutin no es el de Messina, pero es un rival de vértigo que jugó contra el Barcelona a partir de la ascendencia psicológica de su triunfo en 2009 (en similares circunstancias pero en Berlín) y que ha sabido enderezar el rumbo a través de la temporada y con la mirada fija en París. Con el presupuesto recortado y la rotación bajo mínimos, con Smodis renqueante y los años cabalgando sobre Holden, Siskauskas y Langdon, se ha regenerado desde un estilo más ágil y versátil, con Kaun como baliza interior, Planinic en buena sintonía y Khryapa en su mejor nivel, el que Messina no supo encontrar, desde su regreso de la NBA.

Pese a esa descubierta frescura, CSKA rechazó el intercambio de canastas y el juego en transición. Jugó con la hoja de ruta que dice que al Barça se le gana con ritmo mortuorio y anotaciones por debajo de 70 puntos. Cumplió con todo eso... y perdió. Hizo la goma y sembró el terror en el último cuarto (hasta un 49-46) pero terminó sin gasolina, con Langdon fallón, Holden (3/13 en tiros) fundido por Ricky, Kaun (9 puntos, 10 rebotes) gastado tras un tremendo primer tiempo, Planinic desaparecido, Khryapa desconectado por las faltas personales (muy rápidas la segunda, la tercera, la cuarta...) y Siskauskas como siempre excelente pero esta vez no sobrehumano. El lituano fue el faro de su equipo (19 puntos, 5 rebotes, 5 asistencias) pero no encontró la inspiración divina con la que fundió al Barcelona en 2009.

La maldición de París, por ahora no

El Barcelona perdió dos Final Four en París, donde ha amasado sucesos paranormales como aquel final surrealista con el tapón ilegal de Vrankovic. Quizá en parte por eso, tardó en gestionar su papel de favorito y sólo templó los nervios muy al final. Pero ganó porque es más (más profundidad, más piernas, más recursos) que CSKA. Supo estar por delante tras un desastroso inicio (2-9 en casi medio cuarto) y cuando se jugó un partido fangoso y de poco acierto (pírrico 29-21 al descanso). Supo mantenerse a flote en el tercer cuarto (47-41) cuando CSKA subió el ritmo en busca de la remontada. Superó el intercambio de canastas y sobrevivió después, ya en el último cuarto, al golpe de terror definitivo, con el equipo ruso recortando y el Barcelona cegado por la ansiedad y la salida de pista de Ricky, instrumental en cuanto regresó con puntos, asistencias decisivas e intensidad (defensa, rebote, concentración...).

Tardó el Barcelona en encontrar continuidad y sentido. Primero vivió de Mickeal (anotó los 8 primeros puntos, sus 8 puntos del partido) y sólo respiró antes del descanso con la aparición de N'Dong, que hizo sangre en la zona cuando Kaun boqueaba sin relevo en el banquillo. Contra las torres del Barcelona, con Smodis fuera de forma y con Khryapa cargado de faltas, Pashutin no se atrevió a navegar sin su '5' de referencia y el equipo murió ahogado en una rotación de apenas siete jugadores. El Barcelona encontró al final capacidad en el rebote (Mickeal, Morris, Lorbek...). El esloveno apareció en momentos cruciales (7 puntos, 9 rebotes), Vázquez también (11+6) y Navarro entró en juego en el segundo tiempo para terminar con 10 puntos y un mensaje: cuando carburaron Ricky y Navarro en el exterior, carburó el Barcelona y perdió toda iniciativa CSKA.

Así es este Barcelona que gana cuando juega bien y cuando juega regular, cuando impone su estilo o cuando se ve arrojado al del rival. Con las estrellas o con los secundarios, cuando anota y corre y cuando le llevan a partidos de puntos goteados y sufridos. Cayó CSKA y seguramente con él, con la figura gigante del genio de Siskauskas, cayó la barrera del miedo, del fatalismo. Queda la final, el último partido, la gran prueba para un equipo construido para este día y esta hora. Construido para espantar fantasmas y, seguramente por eso, guiado por Ricky Rubio, un genio prematuro y desbordante para el que la palabra miedo carece de sentido.