No se debe infravalorar a un barbudo
Alo largo de la historia y en las diferentes culturas, a los hombres con barba se le han atribuido virtudes varias como la sabiduría, la potencia sexual, el estatus social o la falta de higiene, que todo hay que decirlo. Pau llegó a la NBA hace seis veranos dos docenas de kilos menos, un corte de pelo militar, su cutis aniñado y la etiqueta de "joven con buenos fundamentos". Seis veranos después, aquel tirillas de Sant Boi es "un hombre franquicia". Esto es "el bueno", el tipo por quién nos peleábamos cuando echábamos pares y nones para elegir equipo en el patio del colegio.
Pau fue el MVP, "el bueno", del Mundial. Ni lebrones ni nowitzkis. Ha ganado músculo, no confundir con peso (no es lo mismo un kilo de plomo que uno de paja), y, sobre todo, a eso voy, se ha dejado una barba que le da cierta fiereza. En la era de las perillas, las cabezas afeitadas y las patillas afiladas, eligió barba. Eso le honra. Me explico: hay barbas y barbas. Están las pobladas (la de Sandokán), las cuidadas (la de Pepu o la mi vecino Martín Tello) y las sufridas (la de Pau, la de Garbajosa y la de servidor, si me permiten). En nuestro caso, dejarnos barba es un riesgo. Exige determinación y paciencia (que si mira un desfile de hormigas, que si tres pelos tiene tu barba...). Pero al final, ahí está. Por eso, no me extraña que la barba de Pau acongoje al imperial bigote de Shaquille y a la calculada perilla de Duncan. Moraleja: No infravaloren nunca a un barbudo. Pues eso.