La moneda de un céntimo que puede valer 50.000 euros
Es de un color atípico, tiene una hoja de roble grabada en el reverso y fue diseñada en 2002 por el alemán Rolf Lederbogen.
Rara vez se le encuentra salida a las monedas bronceadas de 1, 2 y 5 céntimos. Y menos ahora, que está todo tan caro. Entran escalofríos al pensar la cantidad ingente de dinero desaprovechado que hay en los tarros de las cocinas de las abuelas, tan dadas a acumular calderilla por deporte. Lo cierto es que, por mucho que sumando todo este dinero se haría buena fortuna, tiene poco valor práctico. Son objetos que parecen diseñados para caerse de nuestros bolsillos.
Dicen que encontrarse una moneda de céntimo por la calle da buena suerte. Quizás, el hecho de que sea tan común toparse con ellas desperdigadas por el asfalto de las urbes es más bien indicativo de que no valen ni el tiempo que se emplea en agacharse a recogerlas. No obstante, sirvan o no, la realidad es que ahí están. Poblando las cajas de los supermercados para convertirse en el molesto y aparatoso cambio que recibirá algún cliente que, de seguro, acabará por no darle ningún uso.
No son pocos los que ven un gasto inútil de recursos en la manufactura de estas pequeñas esferas de cobre y acero. Son la materialización del mínimo valor monetario. Hay que juntar un buen puñado para poder comprar algo con ellas. Pero el debate en torno a su eliminación lleva años dando vueltas y vueltas sin terminar de concretarse. Y, mientras tanto, siguen estas monedillas conociendo mundo y ocupando espacio. Insignificantes pero aparentemente indestructibles.
Una fortuna en el bolsillo
Quizás cuando se hayan ido y dejen de estorbar empezará la gente a echarlas de menos. El abuelo sentará al nieto en sus rodillas y le contará la batallita: “cuando yo tenía tu edad, había monedas de 5, de 2 y hasta de 1 céntimo”. Y el niño, que ya se habrá criado en el Bizum y el pago con el móvil y apenas habrá visto un billete, dudará ojiplático sobre si el anciano le está tomando el pelo.
Pero no todas estas monedas son inservibles. De hecho, ronda por ahí, escondida en algún bolsillo o tirada al borde de alguna alcantarilla, una que puede valer hasta 50.000 euros. Quién sabe si por bonita, por rara o por capricho inentendible del mercado numismático. El caso es que hay que estar atento, porque una de estas puede reportar abultados beneficios económicos a su dueño.
Fue acuñada en el año 2002. Su diseño es llamativo por dos razones. El primero, porque en el reverso se dibuja una tupida hoja de roble con dos bellotas colgando. El segundo, porque tiene un color atípico, al haber sido acuñada con una aleación distinta a la habitual. El artífice fue el alemán Rolf Lederbogen. Los ejemplares son tan raros y escasos que, en una subasta, se dice que podría sacar de pobre a más de uno. Así que atento, que igual tiene una fortuna en el bolsillo y ni se ha enterado.