Edurne Pasaban: “Los jóvenes van a tener que aprender a manejar el individualismo”
La alpinista atiende a Diario AS en Cuzco (Perú) durante la undécima edición de Ruta Inti para hablar de nostalgia, el individualismo y del camino personal.


A sus 52 años, Edurne Pasaban (Tolosa, 1973) está durmiendo sobre una esterilla en un polideportivo en Cuzco (Perú) junto a otros casi 200 jóvenes. Es embajadora de Ruta Inti, la expedición académica anual que reúne a cientos de chicos y chicas para viajar por el mundo, pero da la sensación de ser embajadora de otras muchas cosas, del entusiasmo, de un optimismo que no sabemos si embauca, pero sí que empuja a escuchar.
Edurne vuelve a Cuzco 30 años después de su primera visita, dice sentirse “nostálgica” a medida que crece, pero sigue siendo la misma: “Se supone que debería volver a Cuzco de una forma más turística, como de hoteles [...] Yo si voy tengo que vivirlo. No quiero poner solo el nombre, no tendría sentido”.
Pregunta: Hace 30 años que viniste a Cuzco por primera vez. ¿Qué sientes al volver a un sitio tan especial?
Respuesta: Estoy contenta de volver aquí, pero nunca habría imaginado que volvería a Cuzco en un proyecto como este, 30 años después, haciendo las mismas cosas. Se supone que debería volver a Cuzco de una forma más turística, como de hoteles. Pero volver de la misma forma me hace mucha ilusión. Te trae recuerdos y dices, ‘tampoco ha cambiado tanto la vida’.
P: ¿Te imaginabas volver con un grupo tan grande de jóvenes?
R: Nunca. Tú me dices hace 30 años que volvería con 150 jóvenes y no me lo creería, volver a visitar los mismos sitios y hacer las mismas caminatas... Diría que mi vida tampoco ha cambiado tanto, y creo que es algo bueno, porque estoy haciendo las cosas que me gustan, exactamente como hace 30 años.
P: ¿Es Edurne Pasaban una persona nostálgica?
R: Sí, a medida que crezco, me vuelvo más nostálgica. Me da pena no tener la oportunidad de volver a vivir muchas cosas que me han pasado. A estos jóvenes le diría que aprovechasen todos los momentos que están viviendo, porque la vida es muy corta. Son momentos de felicidad, donde todo lo malo lo dejas de lado. A veces echo de menos ese desconectar, y echo de menos el vivir el momento, soy nostálgica por eso, porque he tenido momentos de mucha felicidad en mi vida.
P: ¿Se recuerda solo lo bueno?
R: Tengo la capacidad de recordar lo bueno, pero dentro de la nostalgia hay cosas malas, en mi vida igual, tengo cosas muy buenas y muy malas. Por la naturaleza de mi profesión he perdido a muchos compañeros y amigos, y cuando vuelves a lugares donde estuviste con esas personas, te pones triste porque no están.
P: Todo cambia. De hecho, esta propia ciudad debía ser diferente en tu primera visita.
R: Sí, recuerdo ir a Machu Picchu por mi cuenta, dormir dentro de Machu Picchu... Creo que estos días vamos a encontrar el progreso del turismo en ciertos lugares, que en ocasiones es bueno para ciertas comunidades, pero a mí me queda el recuerdo de haberlo vivido de otra manera.
P: ¿Has vuelto a leer tu libro?
R: No.
P: ¿Por qué?
R: Jajaja, ¡no sé! Sí que es cierto que en redes hay gente que me comenta algo de mi libro, y recuerdo algo que había olvidado. A veces tengo la intriga de volver a leerlo para acordarme de muchos detalles que se han pasado a otro lado de mi cerebro.
P: Aunque ese libro lo escribió otra Edurne
R: Bueno, creo que es la misma Edurne, pero en otro punto de la vida, desde luego. Siempre digo que tengo dos vidas, y me parece eso total, una, la de los 14 ochomiles, y esta es otra. Cuando miro hacia atrás, veo a otra persona, otra vida totalmente diferente. Quizás estaría bien releer mi libro para acordarme de aquella Edurne.
P: ¿Y cómo es la Edurne de ahora?
R: Mira, los valores que adquiere una persona al nacer difícilmente cambian a lo largo de la vida. Eso no ha cambiado. Ahora soy una persona más común, con familia y con un hijo a la que le preocupan otras cosas. Una parte de esta Edurne querría tener la aventura todos los días, ir a Perú o Nepal, soy una máquina de soñar, pero la de ahora vive otra capa de la vida que la disfruta, pero que con nostalgia mira a la anterior Edurne.
Empecé en un club de montaña donde encontré a gente mayor que quería enseñarme a escalar y me valoraba. Venía de una época, con 14 o 15 años, en la que no terminaba de adaptarme muy bien al resto. No me encontraba bien con mi entorno, no compartes muchos valores con amigas, y en la montaña encontré una vía de comprensión y confianza. Ahí empecé a hacer montaña
P: ¿Cómo evoluciona la pasión por la montaña?
R: La transición es poco a poco. Cuando fui al Himalaya con mis amigos encontré a un grupo de italianos con los que empiezo a escalar y, seguramente, si no los hubiera encontrado en aquel campo base de mi primer ochomil, no estaríamos tú y yo aquí hablando.

P: Hay un factor de fortuna muy importante en la vida.
R: Muchísimo. Muy importante. Tienes que buscarlo, porque hay que ir al campo base para que te ocurra, pero allí tiene que coincidir que encuentres a unas personas con las que compaginas y te quieren enseñar. La vida, como dices, está llena de momentos que hay que exprimir hasta el final, porque de todo puedes sacar algo.
P: Hablando de la insistencia, tú intentaste subir cuatro veces el último ochomil que te quedaba, el Shisha Pangma
R: Sí, de hecho, mi primer ocho mil fue en el año 98, pero no lo hice, no coroné. Volví en el 99, tampoco subí. Volví en el 2000, tampoco subí. Tres intentos y no coroné, con lo que eso suponía: buscarse la pasta, irte de casa dos meses, tenía 24 años... Cuando en el año 2000 vuelvo sin la cumbre, todo el mundo te dice que pliegues, que ya está, que ya has ido al Himalaya y que es suficiente. Pero uno tiene que creer en lo que quiere conseguir.
P: ¿Y cómo afecta la competitividad a la hora de conseguir algo?
R: Mira, yo no me considero competitiva, pero luego mi entorno dice que sí (ríe). Es cierto que muchas personas no nos damos cuenta de que somos competitivas porque lo llevamos en el ADN. Pero la gente confunde lo que es la competición. Claro que compites con otras personas, en mi carrera hacia los 14 ochomiles competí con otras mujeres, pero también compites contra ti mismo, contra tus capacidades. Yo subí al Everest y me pregunté si estaba preparada para subir el K2. Esa insistencia es competir contra uno mismo.
P: La competitividad es un arma de doble filo, puede ser un buen motor para alcanzar algo, pero cuidado si se descontrola.
R: Es como la ambición. ¿Somos ambiciosos? Yo creo que sí, en el sentido positivo, puedes conseguir muchas cosas si lo controlas.
P: ¿Crees que tu hijo ha salido a ti en ese aspecto?
R: Creo que sí, es muy aventurero, muy competitivo y exigente consigo mismo, y cuando cree que puede conseguir algo, lo trabaja al máximo.
P: ¿Y qué heredaste tú de tus padres?
R: Creo que de mi padre esto, es un tío muy echado para adelante, empezó con una pequeña empresa de exportaciones y no sabía inglés y se fue por el mundo. De mi madre heredo la humildad, de intentar las cosas pero ser siempre consciente de tus capacidades.
P: En el pódcast ‘La cena de los idiotés’ hablaste de un cambio en los valores de la montaña. ¿Hay más individualismo en el deporte?
R: Por desgracia, en algunos aspectos sí. En el ‘himalayismo’ actual vemos esas colas por coronar una cima, como en el Everest. La gente se ha vuelto muy individual, quiere llegar a la cumbre a costa de todo, en nuestra época no era así. Éramos un equipo de personas, claro que queríamos subir, pero por encima de todo éramos dos. Y gracias a eso subimos los 14 ochomiles y estamos aquí contándolo, aprendimos a gestionar ese objetivo individual para convertirlo en compañerismo.
P: ¿Se traslada el individualismo al resto de la sociedad?
R: Mucho, quizás desde la sociedad lo estamos trasladando a otros sitios. Mucha gente que sube a los ochomiles viene de una sociedad que les exige ser competitivos, individualistas, todo para conseguir mejores resultados o estar en la parte más alta de la pirámide. Los jóvenes como tú o los chicos de Ruta Inti van a tener que aprender a manejar el individualismo.
P: ¿Qué le dirías a esos jóvenes, bajo estrés o ansiedad, en un mundo individualista, que quieren acceder a una familia o a una vivienda y la edad para conseguirlo se retrasa cada vez más?
R: Que no tengan prisa y que se paren a pensar por qué quieren eso. ¿Lo quieren por ellos o por su entorno? La mayoría de veces es por el entorno, porque la sociedad nos ha pedido hacer ciertas cosas. Con 31 años la sociedad me decía que tenía que casarme y tener hijos, que lo que hacía no tenía valor. A lo mejor no tiene valor para los demás, pero para mí sí, porque era mi propósito de vida.
A los jóvenes solo les digo que la vida cambia muchísimo, que hay tiempo para todo y hay que disfrutar. Si a ti te gusta realmente algo, la persona que hay a tu lado tiene que entender eso. A mí me costó en su momento, la persona con la que estaba no lo entendía, e ir contra un sentimiento de amor propio es una pelea muy grande Pero merece la pena de verdad, merece la pena seguir tu camino.
P: ¿Qué te sorprende de tu segunda vida?
R: Pues, ¿quién diría que yo sería madre a los 43 años?, lo que soñaba con tener a los 28 o 29 años lo he tenido más tarde. ¿Ha pasado algo? No. Y todo lo que he vivido no lo cambio por absolutamente nada.
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P: ¡Da envidia escuchar un discurso así! ¿Qué le queda por hacer a Edurne Pasaban?
R: Me quedarán muchas cosas por hacer, muchas, muchas. Cuando cumplí los 50, una persona me dijo que comenzaba la cuenta atrás. Yo no hago caso. Pero solo quiero vivir con la misma ilusión de siempre el resto de años. Vuelvo a lo mismo, quién me diría que con 53 años estaría durmiendo en una esterilla en un polideportivo en Cuzco con 150 chavales. ¿Cuánta gente me diría que estoy loca?





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