REAL MADRID 4 - COPENHAGUE 0
Cristiano no sabe de crisis
El portugués hizo dos goles más, ambos de cabeza, y lleva ya cinco en dos partidos. Asistencia de rabona y doblete de Di María. Benzema sigue en blanco. Iker, aclamado.
No se podía esperar otra cosa de una concentración vikinga. Los escandinavos cumplieron con el papel de víctima que se resiste y los madridistas confirmaron que ganar es curarse y que los goles saben a beso. Donde dijimos crisis, diremos Cristiano. Di María marcó otro par y hasta Casillas tuvo un papel. La vida es bella.
Para el Madrid fue un entrenamiento con música de Champions. Lo agradeció especialmente Illarramendi, que necesita de más contacto con el balón y con el Bernabéu, minutos para conocer y conocerse. Igualmente lo disfrutó Carvajal, que pudo subir sin recato y mostrar lo mejor de sí mismo. O Varane, que se probó sin exigirse demasiado. Sin embargo, lo que hizo del Madrid un equipo manifiestamente superior fue la conjunción de Marcelo, Modric, Di María y Cristiano. Ellos le pusieron al fútbol la verticalidad y la chispa, lo que va de las palabras a los hechos. También se llama jugar bien.
Del Copenhague, qué decir. Es uno de esos equipos que cuando visitan el Bernabéu se plantean el futuro en intervalos de quince minutos. El objetivo es sobrevivir al siguiente cuarto de hora. En este caso, esa particular concepción del tiempo está inspirada por un entrenador que estuvo clínicamente muerto en 2001, lo que significa que ha viajado hasta la mitad del túnel y que acaba de cumplir doce años. El problema del cardiólogo de Solbakken es que su paciente se comporta como si estuviera en la antesala de la pubertad. Por eso hace la croqueta cuando su equipo se aproxima al gol. Suerte que esto no ocurre a menudo.
El Madrid de los primeros minutos fue lo que se esperaba: un equipo abrumadoramente dominador. El empeño de los daneses por presionar arriba duró poco y el equipo de Ancelotti se encontró con un rival bien cerrado, aunque expuesto a la mínima genialidad. No habían pasado ni cinco minutos cuando Benzema tuvo ocasión de redimirse. El centro de Marcelo llevaba instrucciones de gol, pero el francés no leyó el prospecto. Di María reclamó un penalti, Khedira rondó el gol (quizá fue el gol quien le rondó a él) y las oportunidades se sucedieron hasta que Cristiano marcó a los 20 minutos. Gran pase, poco portero y mucho rematador. Podemos discutir quién es el mejor futbolista del momento, pero no quién es el mejor cabeceador del mundo. Tampoco hay dudas sobre el nueve perfecto; sólo falta que Cristiano asuma que en ese papel es incomparable. Da igual si parte de una banda o de otra, del centro o del tejado.
Si los goles no llovieron como los regalos de una piñata, fue porque el Madrid se distrajo, o lo vio demasiado fácil. El caso es que el Copenhague se comportó como si alguna vez hubiera sido un buen equipo. Se desplegó con sentido, enseñó a un punta interesante (Jorgensen, 22 años) y hasta estrelló un cabezazo en el larguero, que acabó en el brazo de Modric, ustedes disimulen. También lo hizo Iker.
En la segunda mitad, volvió a aparecer Cristiano, ese genio que tiene las mismas ganas de jugar que los futbolistas malos. La jugada del gol fue una joya y se resolvió con engarce de diamantes: taconazo de Benzema a Di María, rabona del argentino y nuevo cabezazo de Cristiano. Quizá debamos cerrar el debate. En la época del falso nueve, aquí hay uno verdadero. Tal vez el Madrid sueñe con algo que no necesita. Quién sabe si no habrá que conformarse con las sutilezas de Benzema, parte del público ya lo hace. Dudo que haya goles para todos.
Di María hizo luego los dos siguientes para demostrar que sí hay sitio para él. El fideo es la verticalidad hecha futbolista. Ni en sus pases ni en sus remates se registra la menor pérdida de tiempo. Todo en él es avanzar y marcar, correr en busca del autobús. Bale podrá tomárselo con paciencia. Isco, no.
Después del caviar, Casillas puso el postre. Con el tiempo cumplido, salió ganador de un mano a mano contra un avieso delantero rival. Después evitó el gol enemigo con un manotazo a la altura de la escuadra. Acto seguido, imantó un balón a bocajarro. El Bernabéu cerró la sesión gritando “¡Iker, Iker, Iker” y todo pareció volver a su ser. Al menos, hasta el próximo sábado.