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Alfonso Azuara con un espray en el Bernabéu

El icónico periodista, fallecido el pasado jueves, nunca reconoció ni dios ni rey ni amo. “Mis únicos límites son el Código Penal y el Diccionario de la Lengua”, decía

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Alfonso Azuara con un espray en el Bernabéu

En abril de 1980 el Madrid jugó en el Bernabéu la ida de la semifinal de Copa de Europa ante el Hamburgo. En la época, por raro que suene ahora, no se televisaban todos los partidos: en las vísperas se producían tensas negociaciones que abrasaban a la opinión pública. Luego se daban o no se daban. O se daban en diferido.

Pero aquel se iba a dar y lo sabía un redactor de Radio Nacional, Alfonso Azuara, cuya máxima era “si digo que la burra es parda es porque tengo los pelos en la mano”. Él conocía el contrato del Madrid con TVE, 50 millones por el Torneo de Navidad y la Copa de Europa de baloncesto, equis partidos nacionales de fútbol y baloncesto, y una vaporosa voluntad de acuerdo para los europeos de fútbol… hasta la semifinal. Caso de alcanzarse ésta, era obligado televisarla.

El Madrid quería vender todas las entradas para luego, “en atención al interés general”, anunciar la transmisión. Azuara instó a su jefe en RNE a contarlo, éste se negó, él aseguró que lo diría en el Tablero Deportivo de la víspera y le acabaron poniendo dos miembros de seguridad en la puerta del estudio para que no entrara. Su reacción fue comprarse un espray para escribir esa misma noche en las paredes del Bernabéu que el partido se iba a televisar.

Para entonces ya era célebre por su clasificación de los árbitros en halcones y palomas, según fueran duros o complacientes con los equipos grandes y los públicos difíciles, que hizo fortuna porque daba buenas pistas a la hora de las designaciones. Y por un rifirrafe con José María García en el palco del estadio de Oporto, en partido de la Selección, del que un colega mediador salió con las gafas rotas.

De la Morena le fichó para ‘El Larguero’, una sana y divertida alternativa coral creada en 1989 por la SER para competir con José María García. Él pidió un buen plus si el programa alcanzaba el liderato. Se lo firmaron, quizá porque nadie manejaba esa posibilidad a medio plazo. Sugirió a De la Morena combatir a García con la hemeroteca. Como la SER tenía registro de todos los programas de García, Azuara hurgaba cada noche en las contradicciones entre lo que defendía o atacaba ahora y lo que había atacado o defendido tiempo atrás. García primero reaccionó con displicente superioridad (“cada día hago dos programas, el mío y el de la SER”), pero terminó entrando al cuerpo a cuerpo y aquello fue el acabose.

De la Morena era bravo, inteligente e ingenioso y Azuara le sostenía la cinta de la ametralladora. García se subía sobre los hombros de Clemente, que se prestó feliz a ser parte de la batalla. Fueron tiempos tremebundos, entre divertidos y bochornosos, con ramificaciones en el ciclismo, muy bien descritos por Pablo Juanarena en un podcast (Saludos cordiales) que le valió un Ondas. En la Eurocopa de Inglaterra’96, resultaron míticas las conferencias de prensa en las que Azuara se plantaba en primera fila y desafiaba a Clemente. Azuara era hombre muy formado, con un lenguaje entre culterano y refranero quizá algo alambicado, pero que funcionaba. Clemente no podía empatarle. Acudían los jugadores y los federativos en bloque para darle apoyo moral, pero pasaba unos malos ratos de los que solo se desquitaba a la noche con la amistad cómplice de García.

Para entonces El Larguero ya era líder, pero la casa le discutió el plus a Azuara, que tras años de regateo se marchó al naciente Tirachinas de la COPE. En el ínterin hizo amistad con Florentino, al que llegó a escribirle algún discurso, pero en una entrevista salieron a farolazos. Azuara no le consintió su habitual estilo evasivo y el presidente blanco acabó levantándose y marchándose, con él detrás lanzándole recriminaciones por el pasillo. Para entonces ya sufría una artritis rematoidea sistémica que acabó apartándole de la profesión tras un último paso por Onda Cero.

Nunca reconoció ni dios ni rey ni amo: “Mis únicos límites son el Código Penal y el Diccionario de la Lengua” y efectivamente era versado en leyes y en lengua.

Defendió ferozmente su independencia.