Mentalidad Imparable

Claves para entrenar una mente ganadora.

Autor: Mónica Pascual
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Mónica Pascual

MENTALIDAD IMPARABLE

El clásico de la gran decepción: la derrota que más cala en Messi

¿Qué ganamos y qué perdemos con la queja cuando el partido se acaba?

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El clásico de la gran decepción:
la derrota que más cala en Messi
JuanJo Martín EFE

El clásico dejó sonrisas para los blancos, lágrimas para los azulgrana y una imagen inusual cuando apenas restaban 10 minutos para que Gil Manzano pusiera fin al diluvio que dejó a todos los jugadores empapados y temblorosos. Tanto que Messi incluso pidió un cambio de camiseta de juego e interior. Si la remontaba era posible, mejor aligerar peso. Pero no pudo ser.

Fue una de las imágenes del partido y, también, una metáfora de lo que supone esa derrota, la primera en cuatro meses. Un lastre. Suficiente para amargarle una liga que tras un nuevo tropiezo del Atlético de Madrid sigue teniendo demasiados novios. Al Barça le valía todo menos la derrota y el del sábado era de esos partidos en los que quedar en ‘tablas’ hubiera sabido a victoria.

Es cierto que un empate no era tampoco lo que buscaba un Fútbol Club Barcelona venido a más desde hace semanas y que, por primera vez, dependía de él mismo para conseguir una liga que aguarda prácticamente al girar la esquina. Tras meses a la deriva, el equipo azulgrana por fin atisbaba tierra. La victoria era el objetivo, el empate en Valdebebas, sin embargo, era mínimamente necesario para no volver a naufragar y perder de nuevo un rumbo que le ha costado casi una temporada entera trazar.

Pero ocurrió. El Barça no supo amedrentar a un Real Madrid que no quiso perder un segundo. El Barça empezó desplegándose como él solo sabe, y el Real Madrid fulminó a la contra como solo él sabe. Todo se diluía en un partido algo más que pasado por agua, con una lluvia que emborronaba a una figura más que las demás: Leo Messi. La noche del sábado, el 10 firmó una nueva racha: la de partidos sin participar en ningún gol en todas las competiciones (siete partidos seguidos).

El argentino quiso, se atrevió, pero no pudo. La derrota ante un eterno rival al que hace muchos partidos que no logra desestabilizar, pesa como el agua acumulada en su camiseta. El Barça perdió ante el Real Madrid en la primera parte y, aunque puso todo de su parte en la segunda para sacar el punto valioso del empate, ya era tarde. Cayó derrotado. El Barça y Messi.

En el deporte se gana y se pierde. Y algunas veces, se gana y se aprende. Para que ocurra lo segundo, deportistas y entrenadores deben aprender a gestionar la derrota, una lección pendiente que brilló por su ausencia la noche del sábado, como en tantos otros partidos. El enfado por el arbitraje no es patrimonio del Fútbol Club Barcelona y no quiero entrar en sus razones pues no soy ni estadista ni historiadora. Mi foco está lejos de eso: está en cómo se gestiona bien o mal la (inevitable) decepción y la (opcional) queja.

Perder es normal. Enfadarse también. Instalarse en la queja, sin embargo, es contraproducente. Un enfado no cambia un resultado. Todos los jugadores lo saben. De hecho, sí algo puede hacer es llevarnos es a la pérdida de control, lo que solo empeorará el resultado.

Enfadarse es común. También le ha pasado este fin de semana a Jon Rham en el Masters. Es una de las emociones más poderosas: te pone en acción, te activa y te impulsa a revelarte con toda tu energía contra algo que te parece injusto. Enfadarse es normal. Extenuar la derrota mediante la queja sin hacer un ejercicio de autocrítica antes, no debería serlo. Tras la derrota, viene el análisis, no la queja.

El sábado Piqué asaltó al árbitro al final del partido (y sin haber jugado) y Koeman en rueda de prensa reclamaba un mejor arbitraje. Jugamos, perdemos, nos enfadamos. Con nosotros mismos o con el mundo. Con nosotros mismos o contra el árbitro. Lejos de entrar a valorar si las razones están o no justificadas, quiero terminar con una reflexión: ¿qué ganamos y qué perdemos con la queja cuando el partido se acaba?

Cuando no se han cumplido sus expectativas, un deportista tiene dos opciones: o se ancla al enfado y a lo que pasó, y sigue malgastando tu energía en algo que no puede cambiar.

O aprende todo lo posible de la situación, avanza y crece. Como dijo Aristóteles: «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy fácil. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».

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