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MR. PENTLAND

Marcelino, es lo que hay

A veces las anécdotas personales, como la de 2011, sirven para comprender la realidad. El asturiano dice lo que piensa y cumple lo que promete. Y Lim no ha sabido entenderlo.

Marcelino, es lo que hay
DIARIO AS

La primera vez que alguien me sacó de verdad los colores no fue el profesor de religión por no saber El Credo, el socorrista por hacer como que no le escuchaba o un amor platónico de la infancia por cursi o pesado. El culpable de aquel sofoco inesperado fue Marcelino García Toral. Me pilló con la guardia baja. Es el entrenador que más presente ha estado en mi vida periodística y, quizás por eso, la confianza me jugó una mala pasada. La relación no es de hace un rato. Una de las primeras veces que viajé con el Madrid en La Saeta fue para ver cómo Roberto Carlos lograba una remontada para la historia en el Colombino ante su Recre, en aquella Liga agónica de Capello. En el banquillo del Racing ya triunfaba el asturiano cuando me trasladé a currar a Cantabria. Y sobre él también tuve que escribir muchas de sus aventuras, por España y en Europa, al ser cronista del Villarreal. Esa cercanía labrada con los años fue la que me llevó a cometer una imprudencia de principiante, que ahora he recordado para entender qué ha podido sucederle con Lim este verano para acabar fuera de un Valencia al que rescató de la ruina hasta hacerlo levitar en las barbas de Messi.

Las anécdotas a veces explican tendencias. Aquel episodio entre nosotros ocurrió en su segunda etapa en El Sardinero (2011), cuando Ali Sayd lo repescó para reconducir a un equipo a la deriva. En un momento de una cena-entrevista en nuestro restaurante de cabecera, y rodeado de mis compañeros de redacción, me vine arriba. Como tantas veces hacemos los periodistas cuando nos creemos algo. En vez de preguntar, que es por lo que nos pagan, y de escuchar, que es lo que nos hace aprender. El escenario, con un arroz con bogavante de por medio, invitaba a aflojar los músculos en el off the record, así que le vine a decir algo así como que si había aceptado volver, con la de críticas que había recibido por haberse marchado al Zaragoza (en Segunda) tras meter al Racing en la UEFA, era porque le habría pegado un buen atraco al nuevo dueño. Era un chascarrillo, coloquial e inofensivo. Pudo reír, como el resto, negar, dejarlo correr o matizarlo. Sin embargo, como por temor a que su reputación se viera mancillada o el rumor se extendiera, su gesto se torció a la misma velocidad que el mío se agarrotó entre un silencio sepulcral. "No te consiento que vuelvas a decir eso", sentenció. No necesitó decir más. Ni falta que hacía. Cuando Marcelino dice no es que no.

El técnico acompañó aquella taxativa reprimenda con un gesto con el dedo índice, como hacía Hierro con cualquier árbitro que no le bailaba el agua. Pero a los cinco segundos replegó. Siguió a lo suyo, contándonos sus planes con su ilusión habitual, mientras yo quedé en la mesa como mero adorno tras disculparme, con las pulsaciones a mil y mi credibilidad bajo cero. Ni cené. Llegué al final de la larga tertulia como pude, actuando, pagué apresuradamente la cuenta e incluso al llegar a casa, al sentirme tan mal con mi papelito en la cita y tragándome el orgullo, le escribí un mensaje al móvil sin miedo a arrastrarme más para disculparme de nuevo con el objetivo de que el roce no fuera a más. Nos quedaban muchos meses frente a frente en esa temporada. Marcelino respondió cariñoso, como hace siempre, y para mi sorpresa ni se acordaba. "Olvídalo. No le des importancia. Me gusta decir lo que pienso y dejar algunas cosas claras; y más delante de gente con la que no tengo confianza", escribió. A los pocos días, como si nada, fuimos a comprar merluza juntos al Mercado de la Esperanza.

Marcelino García Toral, en el Restaurante Gambrinus de Santander en 2011 junto a la redacción de AS Cantabria.
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Marcelino García Toral, en el Restaurante Gambrinus de Santander en 2011 junto a la redacción de AS Cantabria.

Marcelino es así. Como cuando te negaba información sobre el interés en un fichaje o sobre sus planes para la próxima alineación, a veces con firmeza, y al día siguiente te daba una colleja para saludarte o se subía a un hórreo de su Careñes natal para someterse a una intensa sesión fotográfica para ilustrar una entrevista. Siempre verbaliza lo que piensa. Aunque le partan la cara por ruedas de prensa como aquella que ofreció en vísperas de visitar con el Submarino a El Molinón. Pero hay algo más importante: también hace lo que promete. En Huelva, Santander, Zaragoza, Villarreal y Valencia lo saben bien. Únicamente patinó en Sevilla. Por eso, como jugador, técnico, aficionado, periodista, directivo o magnate siempre lo querría en mi equipo.

He pensado en ese rejonazo del pasado porque la escena es válida para traducir el presente. Aquel hecho aislado me hizo distinguir con claridad lo personal de lo profesional y me permitió entender que lo que había escuchado de él y he comprobado después (mucho más bueno que malo) no son leyendas urbanas. Independientemente de lo gran entrenador que es -los números hablan por sí solos-, es uno de los hombres más duros, transparentes, serios, tajantes, perfeccionistas y directos con los que jamás he topado. Algo tan necesario para un vestuario como molesto para más de una presidencia. Así, y salvando las diferencias, me ha dado por imaginar estos días a Lim (que es el que paga esta vez el arroz con bogavante) diciéndole a Marcelino una ocurrencia inesperada en agosto: "Vamos a vender a Rodrigo y Rafinha no va a venir". Como quien habla del tiempo en el ascensor. Y también veo la inmediata respuesta: "No comparto para nada la decisión, pero si no están aquí, que les sustituyan dos fichajes de su nivel porque hemos superado los objetivos, la afición lo merece y este Valencia va a más". Lo que venía después y se ha frenado, tras el cierre del mercado y con algunas batallas ganadas y otras perdidas por el dueño y el entrenador, estaba más que cantado: Marcelino, después de dar su opinión, hubiera hecho borrón y cuenta nueva para seguir triunfando. Como diría el penoso comunicado del Valencia tras la debacle del Camp Nou, es lo que hay. Y Lim, por orgullo, no ha sabido ni querido entenderlo.

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