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ME GUSTA EL FÚTBOL

La tragedia de Di Bartolomei

Nació con el don del fútbol y llegó a ser figura del Roma, pero terminó pegándose un tiro en el corazón a los 39 años.

El campo de la ciudad deportiva de Trigoria lleva el nombre de Agostino di Bartolomei.
El País

En la historia del Roma hay una fecha dos veces siniestra: el 30 de mayo. Sus dos peores desdichas ocurrieron ese día, con diez años de distancia.

El protagonista en ambas es Agostino Di Bartolomei, un romano que nació con el don del fútbol y llegó a ser figura del equipo.La historia feliz de tantas veces: el chico de barrio dotado para el fútbol, que despunta, llega a la cantera con 14 años, crece dentro de ella, debuta en el primer equipo con 18 y pronto se convierte en la figura, en el favorito de la afición.

Di Bartolomei jugaba de media punta, por detrás del delantero, en una posición ideal para lucir: el diez en la espalda, balón al pie, los demás a correr para él, regate fino, pase justo, algunos goles preciosos. Enloquecía a la hinchada romanista, que se irritaba cada vez que no le llamaban a la Selección, lo consideraban un agravio. La afición le conocía por ‘Ago’, apócope de Agostino.

Llegados los ochenta, estaba consolidado como capitán y estrella de un gran Roma, que tenía muchos otros jugadores brillantes: Tancredi, Falcao, Conti, Pruzzo, Graziani… Ganaron uno, dos, tres scudettos. En 1984 llegaron a la final de la Copa de Europa. La suerte quiso que la final se hubiera fijado, un año antes, para el Olímpico de Roma, así que todo estaba a favor. Enfrente, eso sí, estaba el Liverpool, que llevaba tres títulos. En aquel Liverpool jugaba nuestro hoy convecino Michael Robinson.

Era el 30 de mayo de 1984. Los romanos se las prometían muy felices.

Pero no salió bien. Di Bartolomei jugó muy retrasado (de cuando en cuando su entrenador, Liedholm, le utilizaba ahí, lo que disgustaba a muchos) y no hizo nada apreciable. El partido acabó 1-1 tras prórroga y, ¡oh desilusión!, el Liverpool ganó en los penaltis. Fue la primera edición que se resolvió por esta vía. Muchos recordarán a Grobelaar, el meta del Liverpool, fingiendo unos temblores en la raya, con pasos como de borracho, para poner nerviosos a los tiradores contrarios.

Di Bartolomei marcó su penalti, pero no salió libre del desastre. Se peleó además con Falcao, al que acusó de cobarde por no tirar. El Roma contrató a un nuevo entrenador, Eriksson, que aconsejó deshacerse de Di Bartolomei. Quería un juego más rápido. Se fue con Liedholm al Milán. Los hinchas radicales del Roma le respaldaron con una gran pancarta: “Te han echado del club, pero no de La Curva”. La Curva, claro, era el fondo de los fanáticos.

No fue feliz en su nueva vida. Milán se le hizo grande, el clima y el público, fríos. A las pocas jornadas del campeonato se produjo el Milán-Roma. Él marcó y lo celebró con exceso, de forma revanchista. Eso le enajenó muchas simpatías entre la afición romana. En la segunda vuelta, cuando visitó su vieja casa, fue abucheado. Se desquitó con una fea entrada a Conti, tras lo que tuvo pelea con Graziani. Todo muy desagradable.

Tres años en el Milán no dejaron nada en su vida. Cuando llegó Arrigo Sacchi a sustituir a Liedholm le dieron la baja. Se fue al Cesena, equipo que sólo aspiraba a la permanencia. Luego, su mujer, del Sur, le convenció para terminar su carrera en la Salernitana, de la Serie C. Contribuyó a su ascenso a la Serie B y dejó el fútbol.

Fue comentarista de la RAI en el Mundial-90. "El mejor jugador italiano que nunca jugó en la Selección", le publicitaron. Era más bien parco en palabras, no cuajó.

Se quedó a vivir en el Sur, en San Marcos de Castellabate, cerca de Salerno. Esperaba que le contrataran para entrenar a algún equipo o ser secretario técnico. Mientras le salía o no le salía algo, montó una escuela de futbolistas allí, para lo que hizo inversiones que resultaron desastrosas. Entre eso y algún mal movimiento en Bolsa se le fueron los ahorros.

Se sentía olvidado, vivía deprimido.

El 30 de mayo de 1994, justo a los diez años de la derrota ante el Liverpool, salió a las 10:50 de la mañana, descalzo, a la terraza de su casa con una Smith & Wesson del 38, recién adquirida, y se pegó un tiro en el corazón. Su hijastro, que oyó el disparo, acudió presto, intentó reanimarle, pero estaba muerto en el acto.

Dejó una carta: "Me siento encerrado en un agujero", era la frase que resumía el texto.

Aquello produjo conmoción en toda Italia, y particularmente entre los romanistas, que le despidieron con esta esquela: "Niente parole… solo un posto in fondo al cuore. Ciao, Ago" (Sin palabras... solo un lugar en el fondo del corazón). Se arrepintieron de haberle negado una mano.

Y no le olvidan. En la ciudad deportiva del club, en Trigoria, el campo principal lleva su nombre. Y todos los años se juega un torneo de juveniles en su honor.