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El ‘síndrome Superman’ atenaza a los favoritos

Por Mariano Tovar

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Siempre he odiado a Superman. Por perfecto, por estrecho, por aburrido. Jerry Siegel se pasó de frenada cuando inventó, a finales de los años 30 del siglo pasado, un personaje tan insuperable que es casi imposible plantearle retos. Cualquier desafío se queda pequeño ante alguien sin limitaciones.

Por eso, la historia de Superman es un interminable bucle en el que se vuelve a contar su origen, una y otra vez. Que si Kriptón, que si viaje interestelar, que si Smallville. Casi ochenta años reinventando la misma historia. Con matices, con una nueva vuelta de tuerca, pero con muy pocas aportaciones que suenen a nuevo, que resulten frescas, que contribuyan a darle volumen al personaje.

Gran parte de la culpa la tiene ese afán puritano de convertir a Superman en un ser prefecto no solo físicamente, sino también en el aspecto moral. Su relación con Lois Lane se convierte en aburrida por imposible. Nunca avanza. En el fondo todos sabemos que la consumación terminaría con velatorio de féretro cerrado. Superman tampoco mata a nadie, ni tiene conflictos morales. La rectitud es absoluta, y absolutamente monótona.

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Superman ha sido el gran icono del universo DC a lo largo de las décadas, pero Batman, con sus neurosis, sus traumas e imperfecciones, ha dado mucho más juego a los guionistas. Si lo pensáis, llegó un momento que Lex Luthor era el auténtico protagonista de la mayoría de los cómics de Superman. Luthor es un personaje lleno de ángulos, de matices, un tipo del que se puede contar cualquier cosa sin desvirtuarlo.

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En la última década autores como Warren Ellis o Garth Ennis han hecho lo evidente: inventar personajes tan perfectos como Superman, pero sin su inhumana rectitud moral. Tipos capaces de llevarse a alguien al huerto sin inmutarse, aún sabiendo que la otra (o el otro, o lo otro) terminará con los miembros desperdigados por el dormitorio. Individuos que no solo vencen a sus archirivales, sino que les torturan hasta la muerte de las formas más violentas posibles. Según os lo voy contando, os pensaréis que son historias que rozan el gore, pero no es así (siempre). Simplemente son cómics que humanizan al superhombre. Porque, entre nosotros, todos hemos soñado alguna vez con ser Superman y, curiosamente, lo primero que se nos ocurre es abrirle la cabeza a un largo listado de gente.

En la NFL tampoco han podido evitar ese sueño, que en el fondo es húmedo, de buscar al jugador perfecto. El Superman que convierta al propio equipo en invencible, sin importar las armas con las que cuente a su alrededor. Manolo Arana me contó una cosa hace años que siempre he tenido muy presente. Todos nos creemos que un equipo de la NFL es un perfecto reloj suizo con un descomunal libro de jugadas que toda la plantilla se sabe a la perfección y ejecuta con esa misma excelencia. En ese mundo perfecto, las diferencias las marca la genialidad del entrenador a la hora de planear un plan de juego que resulte letal.

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La realidad es mucho menos bonita. Si sumamos horas de entrenamiento, es literalmente imposible que un equipo ensaye un libro complejo de jugadas el tiempo necesario. Y estoy hablando de un año normal, sin lockout. Si leemos o escuchamos las declaraciones de bastantes jugadores, también parece bastante difícil que esos individuos sean capaces de aprenderse todo lo que tienen que hacer sin la ayuda de un profesor particular. Si nos centramos en una semana, no hay tiempo literal para elaborar un plan de partido demasiado complejo que contrarreste el juego del rival.


La improvisación está a la orden del día y los entrenadores tienen recetas que les funcionan y que usan de forma recurrente. Así que, al final, casi todos los equipos terminan encomendándose a la genialidad de sus cinco o seis mejores jugadores. Cuando alguien inventa es casi inmediatamente desenmascarado. Las ideas geniales son mucho menos abundantes de lo que nos creemos.

La temporada 2011 comenzó con la ‘muerte de Superman’. Cómic mítico donde los haya, y aburrido hasta la extenuación. La calidad de los cómics suele ser inversamente proporcional al esfuerzo que se hace por promocionarlos. Bueno, Peyton Manning no se ha muerto literalmente, pero me entendéis. Ayer, durante el Sunday Night, se confirmó lo que todos ya sabíamos: no volverá este año. Se que pensáis que soy un cenizo, pero yo estoy seguro de que su resurrección será imposible.

Esa muerte de Superman ha sido solo el principio. En esta semana hemos visto cómo la barata solución de contar con un superhéroe como principal argumento puede convertirse en una trampa.

Michael Vick, el superhombre del ‘Dream Team’, no solo no está ganando partidos, sino que se está lesionado a un ritmo aún mayor del esperado. Repetirlo tanto no me va a dar la razón, pero los Eagles ya están añorando a Kolb. El mejor conjunto libra por libra quedará durante cuatro semanas en manos de Kafka o de Young, que lo mismo da. Pero lo malo de la derrota ante los Giants fue ver cómo la secundaria era quemada una y otra vez y la presión a Eli Manning se diluía. No fue un problema de este domingo. Una plantilla casi inmejorable parece más preocupada por discutir si Vick es un pájaro o un avión que de jugar como sabe. Sufren un ‘síndrome superman’ agudo.


Tom Brady, otro Superman reconocido, fue interceptado cuatro veces. Chupito de kriptonita. Los Patriots siguen sin tener pass rush y su secundaria es un coladero a pesar de que Belichick acumula jugadores defendiendo el pase. Hace seis años nadie conseguía remontarle tres puntos a los de Boston, que controlaban el tiempo del partido mejor que nadie. Ahora son incapaces de mantener una diferencia holgada porque su falta de backfield les obliga a ser demasiado verticales. Ante los Bills no solo dilapidaron una diferencia de tres anotaciones, sino que gestionaron los últimos dos minutos con una incompetencia indigna de la experiencia e inteligencia de su entrenador. La única buena noticia fue el buen papel de Stevan Ridley. Quizá pueda convertirse en ese corredor que necesitan como el comer.

Hay varios otros equipos contagiados. Atlanta, San Diego (Rivers está irreconocible), Pittsburgh, los Jets… En cada caso hay un Superman que, por diferentes motivos, no acaba de ser tan super como se esperaba. Lo único bueno para todos ellos es que este baile acaba de comenzar. Todos están a tiempo de arreglar sus particulares problemas para no depender tanto de un solo hombre.

Porque aunque a veces se nos olvide, el football americano sigue siendo un deporte de equipo.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl