Cine

‘Aquaman y el reino perdido’, crítica. Un funeral irlandés para DC

La película de James Wan es la encargada de echar el cierre al universo extendido de DC tras diez años con más tristezas que alegrías.

‘Aquaman y el reino perdido’ se presenta ante los fans de DC como el último dinosaurio vivo, una especie en extinción a la espera de que Jame Gunn aparezca con el desfibrilador y resucite un paciente que en sus últimas grandes apuestas (‘Black Adam’, ‘¡Shazam! La furia de los dioses’ y ‘The Flash’) ha sufrido el rechazo de la crítica y, sobre todo, de la taquilla. Los males son múltiples, pero sobre todo la indefinición de qué se quiere hacer, si las películas deben ser para niños o para adultos, comedias o thrillers, si determinado personaje debe ser interpretado por este o aquel actor… Un montón de dudas y bandazos que han terminado por cansar al público, incluso al más incondicional.

Nada de esto ocurre con ‘Aquaman y el reino perdido’, secuela de la película más taquillera de DC, sí incluso por encima de las de Nolan, aunque parezca increíble. La película de Wan, que ha sido un verso libre dentro del Snyderverse, tiene todos los ingredientes para resultar entretenida, que es lo menos que se exige a este tipo de cine, un protagonista claro y carismático (Jason Momoa), una historia simple y entendible y algunas secuencias que por momentos llegan a fascinar. Su problema es que la nave llega tocada por los torpedos de las anteriores películas y pagará en taquilla los errores de otros.

Una fórmula clásica

James Wan, aunque consciente de que estaba ante una entrega de fin de ciclo, opta por un tono optimista y nada trascendente. Escoge una fórmula que hemos visto muchas veces ya en el cine, la de dos antagonistas que deben unir sus destinos para alcanzar una meta común (buddy movie) y escoge un humor, no siempre acertado, como bisagra entre las numerosas escenas de acción. La química entre Aquaman (Momoa) y su hermanastro (Patrick Wilson) es buena, pero queda lejos de otras grandes parejas de superhérores como Thor-Loki o Batman-Catwoman. La relación es la que hace progresar la trama, aunque con el lastre de un final más que previsible.

Entre medias un villano de segundo nivel, Manta, y un antagonista sobrenatural con claras influencias de la literatura de Lovercraft. James Wan es uno de los grandes cineastas del género de terror (‘Expendiente Warren’, ‘Saw’ o ‘Maligno’) y se le nota que mueve bien en este terreno.

El resto de personajes poco aporta a un relato sencillo, lineal y que carece de sorpresas. Wan ha decido apostar por lo fácil: no son tiempos de arriesgar en DC. Aunque todo parece indicar que Gunn va hacer tabula rasa con todo y ni el mismo Momoa tiene asegurado su continuidad, como bien ha dejado caer el propio actor.

A saltos, pero sobrevive

La película se mueve a saltos inconexos, aunque seguramente se deba más a una posproducción caótica de dos años con demasiadas manos metiendo cuchara que a la falta de talento del director malayo. Hay algunas decisiones que chirrían como que una inexpresiva Nicole Kidman (56 años) sea la madre de Momoa (44 años) o que mire demasiado de reojo a lo que está haciendo Marvel con Thor (humor sobre sí mismo). Tampoco se entiende mucho el poco peso de Amber Heard, al que su juicio con Jonnhy Deep ha podido pasarle factura.

A su favor, la creación de un rico universo submarino que rinde homenaje a las películas de ciencia ficción y aventuras de serie B de los 60 y 70 y cuya elaboración está hecha con mimo y talento. En cuanto a los efectos especiales la balanza se inclina al lado positivo, bien rodadas las escenas submarinas y originales el diseño de criaturas y escenarios. Solo en algunas contadas ocasiones se nota en exceso el CGI, pero nada que estropee el correcto tono técnico de la cinta, mucho más oscura que la primera entrega.

Conclusión

‘Aquaman y el reino perdido’ es una aventura entretenida, secuela del gran triunfo de DC en cine y que, pese a tener demasiados factores en contra, ha sobrevivido con cierta dignidad. Momoa está bien, con una mezcla entre macarra y payaso en la que se encuentra cómodo, como ya se vio en la infumable Fast X. James Wan aporta talento a una fórmula conocida y decide no arriesgar en tiempos de zozobra.

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