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‘El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey’, 20 años y 5 momentazos épicos
El cierre de la trilogía de Peter Jackson celebra su vigésimo aniversario como una de las películas más recordadas y laureadas del cine contemporáneo.
El 17 de diciembre de 2003 se estrenó ‘El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey’, la conclusión de una de las adaptaciones más memorables de la historia del cine. Peter Jackson y su equipo trasladaron la obra de J.R.R. Tolkien de forma magistral, lo que no solo les supuso el reconocimiento de la industria de Hollywood, sino también el de los espectadores de todo el mundo. Con motivo de su 20 aniversario, ¿qué mejor momento para recordar algunas de las secuencias épicas que nos hicieron (y nos hacen) levantarnos de la butaca?
Es difícil quedarse únicamente con 5 escenas, porque implica que otras se van a quedar fuera de la selección. En este caso, nos centramos únicamente en la versión cinematográfica, en la que no vimos —por ejemplo— el destino de Saruman y de Lengua de Serpiente, un destino aciago, como cabría esperar. Nadie se puede olvidar del encendido de las almenaras, de la locura del rey Denethor o de la coronación de Aragorn como soberano de Gondor. Tampoco de las aventuras y desventuras de los Hobbits, la marcha de Frodo y de Bilbo a los Puertos Grises y su emotiva despedida.
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Aragorn recluta al ejército de los muertos
Sauron se prepara para el asalto final. A medida que el Anillo Único se adentra en Mordor, el mal que anida en su interior detecta la poderosa influencia del artefacto. Las esperanzas, sin embargo, no están perdidas del todo, pero la Compañía y sus aliados saben que no podrán derrotar a sus enemigos solo con sus espadas. Los orcos y demás alimañas de la Tierra Media son tan numerosos que las opciones de éxito son remotas. Por eso, el legítimo heredero al trono de Gondor lo arriesga todo para reclutar el ejército de los muertos. Junto a Légolas y Gimli, Aragorn consigue que los condenados cumplan su promesa y se unan a los pueblos libres para hacer frente a los acólitos de Sauron, una vez que las tropas de Saruman han perecido tras la batalla del Abismo de Helm.
La carga de los Rohirrim
El rey Théoden de Rohan acude a la desesperada llamada de auxilio de Minas Tirith, que está a punto de sucumbir ante Sauron. El monarca ha reunido a todos sus soldados, entre los que se encuentra camuflada Éowyn y el valeroso Hobbit Merry. A lomos de su caballo, Théoden se dispone a pronunciar un discurso para elevar la moral de sus guerreros que pronto se lanzarán contra el enemigo:
“Avanzad, sin temor a la oscuridad. ¡Luchad, luchad, jinetes de Théodem! Caerán las lanzas, se quebrarán los escudos, aún restará la espada. Rojo será el día hasta el nacer del sol. ¡Cabalgad, galopad, cabalgad hasta la desolación y el fin del mundo! ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Adelante, Eorlingas!”. Las distintas cohortes del rey de Rohan avanzan al galope y entrechocan sus lanzas contra el enemigo, que se ve superado inesperadamente en este instante de destrucción y muerte.
La muerte del Rey Brujo
Fueron hombres en el pasado, pero Sauron engatusó a los reyes humanos y los condenó a una existencia fútil de oscuridad y servidumbre. Los Nazgûl, los jinetes caídos, siguen el rastro del Anillo Único y anhelan recuperarlo para cumplir los deseos del Señor Oscuro, por lo que persiguen a Frodo una y otra vez. El Rey Brujo de Angmar, el señor de los Nazgûl, no puede ser derrotado por ningún hombre, así que se convierte en un ser inmortal en el campo de batalla. No puede adivinar que Éowyn, la guerrera de Rohan, se ha infiltrado entre las huestes de su tío Théoden para luchar por la libertad de los pueblos de la Tierra Media.
“Te mataré si le tocas”, dice Éowyn al ser de ultratumba, que pretende asesinar al rey. “No oses interponerte entre un Nazgûl y su presa”, responde con voz cavernosa. Ambos se enzarzan en una lucha despiadada, hasta que el Rey Brujo la toma por el pescuezo. “Ningún hombre puede matarme”, le recuerda. Con todo, Merry le clava su espada y consigue despistarlo por un segundo, momento en que la guerrera se quita el casco y le anuncia las nuevas más inesperadas: “Yo no soy un hombre”. Así acaban los días herrumbrosos del Nazgûl.
¡Por Frodo!
En el umbral de la Puerta Negra, Aragorn, Gandalf, Légolas, Gimli, Pippin y el ejército de los aliados intenta ganar tiempo para que Frodo cumpla su propósito: destruir el Anillo Único. Aunque la misión se antoja harto complicada, prácticamente irrealizable, los compañeros no pueden hacer otra cosa más que desviar el ojo de Sauron y de sus compinches hacia otro lugar. ¿Qué mejor que centrar su atención en ellos mismos? Aragorn planea esa triquiñuela y planta batalla a las puertas de Mordor. Sin la pompa de discursos anteriores, el heredero al trono de Gondor se limita a musitar dos palabras: “¡Por Frodo!”.
El Anillo Único cae al fuego del Monte del Destino
La misión de Frodo es casi un suicidio. Ser el portador del Anillo Único implica cargar con un artefacto capaz de retorcer la mente y volverla contra uno mismo. Tras meses soportando la carga, su percepción de la realidad ha cambiado. Gandalf decía que para bien o para mal Gollum tenía todavía un papel que cumplir. En la cima del Monte del Destino, el Hobbit sucumbe a la influencia de Anillo y actúa como Isildur:: se niega a destruirlo y pretende quedárselo. Sméagol tiene otros planes y se lanza contra Frodo. Se produce un forcejeo y Gollum cae a la lava con el Anillo Único, que se funde en el los fuegos ardientes del Monte del Destino.
El universo cinematográfico de El Señor de los Anillos creado por Peter Jackson no ha muerto. La próxima película es de animación y se titula El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim. Contará con el regreso de Miranda Otto (Éowyn) como narradora.