10 años del Metal Gear que todos despreciamos y ninguno podemos olvidar

Tiene la exclamación de alerta más famosa de la historia de los videojuegos y su correspondiente soniquete. Tiene cajas de cartón en las que esconderse y revistas para poner en el suelo y distraer a los enemigos. Es decir que haber, hay sigilo. Su historia se desarrolla en interminables conversaciones por códec y si das una patada a un bote, debajo te salen diez mil líneas de diálogo más. Diálogos que iban siempre sobre temas densos y sesudos como la economía de la guerra, o sobre el modo en que el progreso tecnológico nos ha deshumanizado a la sociedad. Su protagonista tiene tantos conflictos internos que dan ganas de abrazarle y sus jefes son tan carismáticos como para entrar en cualquier reality show. Y aún con todo eso, no estamos ante un Metal Gear Solid. Ni siquiera ante un Metal Gear al uso.

Mires donde mires, todo lo que ves son chorretones de sangre. Todo lo que te espera en él es un combate tras otro. Acción sin descanso y adrenalina en vena. Reflejos, tensión, inmediatez. Tienes que aprender a usar un arsenal de lo más variado y dominar el sistema de parry o contraataque. Por supuesto, cuentas con 60 imágenes por segundo y un buen número de jefes a los que exponer a combos y desmembramientos. Con todo, tampoco es un hack and slash al uso. Carece de la profundidad de un Bayonetta, del concepto de acción por acción de un Devil May Cry o del grado de dificultad que alcanza Ninja Gaiden.

Entonces, ¿qué demonios es? Pues muchas cosas, entre ellas una japonesada mayúscula (entendiendo esto no como un adjetivo peyorativo, sino como un producto con brotes divertidísimos y rabiosamente original). En un momento dado estás saltando a cámara lenta sobre un helicóptero cuyas hélices te rozan la barbilla y al siguiente andas combatiendo contra un álter ego de Donald Trump. Ahora andas con las pulsaciones a mil por hora aporreando botones como un maníaco y cinco minutos después te comes una turra interminable sobre la violencia intrínseca al ser humano que ni en un máster de filosofía. Un juego de acción para los fans de Metal Gear. Un juego de Metal Gear para los fans de la acción. ¿Qué demonios es? Pues justamente eso. Es un demonio. Es Raiden. Es Metal Gear Rising: Revengeance. Es nuestra recomendación del día.

Tuvo un desarrollo tormentoso que se alargó durante años y bordeó la cancelación. Pasó de las manos de Kojima a las de Kamiya y Platinum Games. Le despojaron de la coletilla Solid y le condenaron a un nombre impronunciable. Tuvo puntuaciones por debajo del resto de entregas de la saga y muchos lo desprecieraron en su día, ignorándolo y saltándoselo como si no aportara nada a la serie. Pero hoy Metal Gear Rising: Revengeance cumple 10 años y no podemos tenerle más cariño. Quizás sea carne de meme, pero Rising cerró la historia de la franquicia de una manera más que digna y nos demostró cómo debía ser el futuro de la misma fuera de las manos de Kojima. Y no. No nos referimos a un futuro centrado en la acción, sino a un futuro diferente, respetuoso con la obra original, pero igual de valiente. Juegos con muchos rasgos comunes y un leitmotiv por encima de todo: ofrecer algo que nadie más ofrece. Y en el caso de Metal Gear Rising, vaya si es verdad.

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