Como de otro mundo...

El mismo año donde la compañía francesa sacaba al mercado la excelente aventura gráfica Cruise for a Corpse, el que fuera diseñador y animador del más que notable Future Wars centralizaba todas sus funciones como desarrollador completo en realizar el que fuera tras Flashback el juego estrella de Delphine Software. Código, gráficos y el diseño del programa en general corrían a cargo de Eric Chahi, un veterano de la era de los 8 bits que se revelaba para la ocasión como una de las grandes estrellas de la industria.

No en vano, Another World era capaz de transmitir sensaciones impensables para un juego que se manejaba con un joystick y un solo botón de disparo. La cantidad de situaciones que manejaba la obra de Chahi superaba de lejos la disparidad de momentos presentados por más de una aventura gráfica. La ambientación se trataba de algo simplemente apabullante, a la que contribuía sobremanera la banda sonora de Jean-François Freitas, cien por cien cinematográfica. Todo, en conjunto, acababa por redondear una de las piezas de software más inmensas y personales de la historia. Si quieres saber más sobre la conceptualización de Another World, te recomendamos que le eches un ojo al artículo que publicamos de forma paralela a este análisis.

Sin desvelar más de lo deseable, Another World nos mete en la piel de Lester Knight Chaykin, un joven científico que, en medio de un experimento, se ve transportado a una extraña dimensión, a otro mundo que en nada se parece a nuestro querido planeta. Tras una abrupta llegada, Lester se las verá, en un escenario ciertamente peligroso, con criaturas salvajes de todo tipo y una extraña civilización en guerra. Por supuesto, nuestro protagonista caerá de cabeza en medio del conflicto, más tratando de salvar su vida que deshaciendo entuertos.

La premisa jugable de la obra de Eric Chahi coge lo mejor del mítico Prince of Persia (el clásico original) y le añade unas cuantas gotas de la mecánica tecno-lúdica de juegos como Dragon's Lair o Space Ace. Y mucho del género aventurero, puesto que nuestro cerebro deberá estrujarse en más de una ocasión si queremos salir vivos de cada retadora pantalla. En el programa se acontecen situaciones dignas de la mejor película de animación, pero lejos de ser una obra de limitada interacción, Another World es un título que requiere de pleno la más absoluta pericia del jugador. Un solo error y… ¡muerto!

Y es que Another World, a pesar de ser una aventura ciertamente breve, es uno de los juegos más intensos y desafiantes de todos los tiempos. Acabar la historia de cabo a rabo puede significar echar algo más de tres cuartos de hora frente al monitor, pero saborear todo el concepto, asimilar los clásicos ensayo-error y aprender cómo avanzar en cada pantalla puede conllevar casi más horas que fusilar un Metal Gear Solid. Contundente pero cierto: la obra de Chahi estaba pensada al milímetro para enganchar, alucinarnos por su puesta en escena y, de paso, convencernos de que la frustración es un detalle más para adornar la gran jugabilidad de este viejo ganador.

Más allá de su atrevido estilo gráfico, más allá de los polígonos y vectores al más puro estilo 16 bits, más allá de la impresionante atmósfera sonora… Another World daba un paso de gigante en el campo de la jugabilidad gracias a una palabra que aún hoy día resulta difícil de endilgar a cualquier juego actual: inmersión. Míticos nombres como Outcast o Ico se han inspirado en la obra de culto de Delphine Software, basando gran parte de su atractivo lúdico en la forma de imbuirnos con la esencia de la aventura, estableciendo un lazo único entre el jugador y el protagonista que, por extraño que suene, desprende magia.

Lo mejor de todo es que Eric Chahi consigue transmitir todo esto con muy pocos medios. Y es que tan sólo un joystick, con su único botón de disparo, bastaba para que nuestro héroe por accidente realizara mil y una acciones: correr, saltar, disparar, crear escudos de fuerza, rodar, pulsar interruptores, bucear… Prácticamente todo lo susceptible de hacerse en la aventura se podía realizar. Con tal de sobrevivir, Lester era tan versátil que apalizaba al pobre príncipe de Persia en el primer round.

Y no, Another World no era un clon más del plataformas de Jordan Mechner a la usanza de Black Hawk o Flashback. El título que nos ocupa era lo más parecido a una ficción interactiva controlada por el joystick, una aventura camuflada dentro de un juego de acción; un elixir que agitaba sobremanera las habilidades del jugador y el cerebro de éste. Delphine publicó un programa por cuya metodología jugable no pasan los años. Es por ello que la llama de Another World permanece viva tras tanto tiempo, y por eso mismo una reedición no se nos antoja para nada descabellado. Clásico incunable indiscutible. Es lo que tienen las obras de arte…

Así, los impecables cinemas y demás elementos móviles de Another World han sido plasmados por polígonos planos que, pese a su particular sensación de tridimensionalidad, se mueven sobre un entorno plano. Es algo parecido al principio utilizado actualmente por las animaciones Flash, donde todo el trabajo usa un espacio ínfimo de memoria sin tener en cuenta el límite en el tamaño de los movimientos.

Las animaciones de Lester y compañía son exquisitamente fluidas. En su día, la técnica de la rotoscopia se tradujo en una sensación de realismo apabullante, que suplía de forma plausible la poco importante carencia de detalle en los personajes. Del mismo modo, los escenarios pueden parecer sosos y con escasos matices en su decoración, pero la verdad es que pocas veces veremos unos fondos capaces de transmitir tanto como los del otro mundo de Another World. Y es que cada bitmap y cada pequeño vector han sido puestos con un estudiado orden capaz de sorprender a propios y extraños.

La versión especial que sale ahora a la luz sabe adornar un poco más el conjunto. Se añaden texturas y hermosos degradados, cobrando así los escenarios nueva vida. Pero en absoluto se llega al nivel de lo que mostrase en su día la versión para la consola 3DO, cuyos decorados eran una auténtica obra de arte. Por contra, nuestro nuevo Another World nos da la posibilidad de subir la resolución gráfica a límites estratosféricos, lo cual combinado con las nuevas texturas otorga un lustre de lo más atractivo al viejo clásico. Eso sí, los personajes siguen tal cual, con los mismos polígonos planos de antaño.

En cuanto al sonido, todo sigue tal cual se mostrase en su momento para la versión original de Amiga. Dicho así puede sonar como algo malo, pero los fx de la máquina de Commodore (y de casi todas las versiones posteriores) eran excelentes, muy pulcros y realistas. Lo mismo para las oportunas melodías de Jean-François Freitas, muy cinematográficas y colocadas en exclusiva con la única función de contribuir a la ambientación. Eso sí, se echan de menos las notables músicas de la añeja conversión que realizase Interplay para Super Nintendo, que otorgaban gran espectacularidad al conjunto.

Resumiendo, el apartado audiovisual de Another World cumple a rajatabla su cometido. Para el usuario reacio a afrontar una aventura con quince años de existencia, la actualización gráfica sienta de maravilla. Pero por encima de todo, dejando aparte cualquier situación referente a lo que vemos en pantalla, Another World debe basar su valor en la impresionante experiencia jugable que representa. Y vaya que si lo hace...

De un modo u otro, cuestionar las virtudes del programa que nos ocupa no se prestan a debate. Estamos ante un clásico de verdad, que comparte su sitio en el olimpo de los videojuegos junto a nombres tan magnos como La Abadía del Crimen, el primer Alone in the Dark o los mejores ejemplares de la serie Super Mario Bros. Y es que, tras una larga sucesión de creaciones menores (pero no exentas de calidad), Eric Chahi concibió él sólo una obra maestra sobresaliente en todos los sentidos.

La mecánica, en verdad, es tan simple de manejar como la de cualquier arcade de principios de los noventa. Controlamos a un personaje que se mueve de izquierda a derecha, y que de primeras tan sólo es capaz de saltar, correr y pegar patadas. Pero lejos de ser un vulgar beat'em-up, Another World se esforzaba para estrujar nuestros cerebros en un ejercicio de ensayo-error tan ejemplar como glorioso. Situaciones inverosímiles se atropellaban una tras otra en pos de ofrecer una historia que contribuía sobremanera a la hora de ofrecer nuevos y curiosos retos de cara a la supervivencia de nuestro protagonista. Para que los más jóvenes se hagan una idea, Another World viene a ser el precursor natural del sistema usado por el magistral Heart of Darkness, otro juegazo también del amigo Chahi.

Uno de los pistones esenciales del apartado jugable es nuestra arma, que la llevaremos durante gran parte de la aventura. Se trata de una pistola capaz de disparar un letal rayo láser o un potente rayo destructor previa carga, aparte de disponer de un generador de escudos. En muchos momentos la estrategia se convertirá en algo esencial a la hora de defendernos y atacar, teniendo que calcular cuándo y cuántos escudos generamos, si disparamos para reducir las barreras de los enemigos, etc...

Pero sin lugar a dudas, uno de los detalles más sorprendentes y fundamentales de Another World es el de la amistad. Nuestro Lester, por aquellas casualidades del destino, encontrará en un extraño ser alienígena la única amistad del extraño mundo en el que ha sido transportado. Este compañero nos ayudará en situaciones esenciales, y con él compartiremos un lazo de empatía similar al que tenían Ico y Yorda, por citar un ejemplo más contemporáneo.

Tal vez el único error achacable a la jugabilidad de Another World sea su escaso metraje. Es un juego corto, pero en verdad su sobrecogedora dificultad es capaz de alargarle la vida hasta límites insospechados. Porque normalmente, cada pantalla y situación sólo tiene una forma de pasarse, pero encontrarla nos puede llevar mil y un intentos. No sólo prevalece la habilidad del jugador con el teclado o joystick, sino que es casi más importante el saber llevar a cabo el próximo movimiento. Y ahí está el reto de Another World, el afrontar con éxito cada minuto en pos de desarrollar la apasionante historia de Lester y su anónimo compañero.