Caperucita regresa a Manhattan

Las voces de Catalina González Vilar (Alicante, 1976) y Helena Bonastre (Barcelona, 1991) se mezclan durante la conversación igual que sus trazos y palabras en las páginas de Caperucita en Manhattan, la novela gráfica con la que Siruela Gráfica celebra los cien años del nacimiento de Carmen Martín Gaite (1925-2000). No es una simple adaptación: es una obra que respira por sí misma, delicada y luminosa, que ya ha conquistado a la crítica. Para Babelia, El País, es uno de los libros del año. Ellas sonríen, emocionadas. A Catalina, guionista y autora de literatura infantil y juvenil, le conmueve la conexión de los lectores con el proyecto. “Leer en la infancia es lo que te da ese poso sentimental que te acompaña siempre”, afirma. Ella fue una lectora anárquica y fértil: fantasía, Michael Ende, historietas y tebeos que iba heredando entre hermanos y le daban forma a su imaginario. En el caso de Helena, ilustradora, hay un libro: Alicia en el país de las maravillas en acuarela, una edición antigua que marcó su manera de dibujar a las niñas y de entender la ilustración como atmósfera.

Ninguna de las dos tenía una relación especialmente profunda con Caperucita en Manhattan antes de que Siruela llamara a su puerta. Helena la leyó de adulta, tras el toc-toc de la editorial. Le fascinó “su frescura y su valentía”. Catalina la recordaba de su adolescencia. Andaba por ahí, en los libros de su madre. “Era un libro diferente, con algo especial que se te queda dentro”. Redescubrirlo ahora ha sido como volver a leerlo, igual pero distinto. “Cuando trabajas para adaptarlo saboreas cada frase, vas encontrando esa intensidad, ese humor sutil, esa forma única de mirar”, relata a AS. Algo que a ambas les impactó desde el principio fue la presencia de la sombra, ese pequeño peligro que late bajo la superficie. No hay violencia explícita, pero sí una tensión que no se disimula, un mundo adulto que se asoma sin edulcorar sobre Sara Allen, su protagonista. Para Helena, eso resultó liberador: podía dibujar una Nueva York real, con personajes que pueden habitarla, sin convertir la ciudad en un decorado rosa. Catalina lo vincula con la esencia de la novela que Carmen Martín Gaite publicó en 1990. “Es una historia sobre la libertad, sobre la necesidad de exponerse a los propios miedos para crecer”, enumera.

El proyecto las unió antes incluso de que se conocieran en persona. Siruela buscaba un equipo, una guionista y una ilustradora, para llevar al color Caperucita en Manhattan. Tras seis páginas de prueba, su feeling podía tocarse en cada dibujo. Eran ellas las que debían ser, las que serían. La editora, Ana Laura, completó el triángulo. Trabajaron a distancia, pero intensamente, con un flujo constante de mensajes, dibujos y revisiones. “Un grupo de whatsapp de frikis absolutas”, bromean. Entre el storyboard, los esbozos, el lápiz, la tinta y el color, el libro se fue construyendo alrededor de ese diálogo continuo. ¿Lo más complicado? Compilar una novela de casi 200 páginas llenas de letras en ésta gráfica de 140 bajo las tapas duras. Catalina lo hizo como quien arma un puzle: detectando qué escenas sostenían la columna emocional del relato, qué matices eran necesarios para entender a los personajes, qué citas contenían el corazón del libro. Aligerar sin perder la voz de Martín Gaite. “Queríamos que estuviera ahí, intacta”, explica. El dibujo debía sostener parte del peso narrativo, pero la prosa de Carmen no podía diluirse.

Un millón de ejemplares

Pese a los treinta y cinco años que separan la novela original de esta nueva edición, ambas autoras creen que la historia sigue siendo actual. Profundamente. La esencia de la infancia, insisten, no ha cambiado tanto. “Los miedos, los deseos, la búsqueda de identidad y libertad continúan siendo los mismos”, dicen a coro, mezclándose sus voces como en las viñetas. Lo que se ha transformado son los contextos, el decorado: “Donde antes había televisión, hoy hay pantallas; ahora sorprende que una niña recorra sola una gran ciudad”. Una distancia que no debilita el libro. Al contrario. Lo potencia, lo vuelve más necesario.

Adaptar un clásico que ha vendido más de un millón ejemplares y se ha traducido a 14, 15 idiomas fue un reto. “Lo vivimos como una forma de acompañar la obra, no de modificarla”, corean. “Si no aportáramos algo nuestro, ¿para qué hacerlo?”, matiza Helena. Catalina añade: “Sabes que es un libro que va a durar. Que vas a dejar tu huella en una historia que ya forma parte de la memoria de muchos”. Qué mejor manera de soplar las velas del nacimiento de Carmen Martín Gaite que uniendo sus nombres para siempre a la autora nacida en Salamanca, a su particular Caperucita. “Su mirada sobre la mujer, la rebeldía, la libertad y la vida cotidiana continúa siendo tan fresca como en los años noventa”, esgrime Helena. “Este libro está fresco como una lechuga”, dice Catalina, riendo. Y lo está: no solo por la escritura original, sino por la nueva luz que ellas dos han sabido proyectar sobre esta novela. Porque esa Caperucita que regresa en 2025 a Manhattan conserva la esencia de la original, el calendario sigue en 1990, pero bajo un nuevo color y dos voces de hoy que se suman, entendiéndola, respetándola, ampliándola. Una adaptación, esta Gráfica de Siruela que dialoga con el pasado, pero respira en el presente. Se acerca la Navidad. Y este libro es una joya para regalar.

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