Crítica de ‘Gladiator 2′: la misma película, el mismo espectáculo

Tenemos una buena y una mala noticia para los fans de ‘Gladiator’. La buena es que su secuela está lejos de atentar contra el recuerdo de la película original. ‘Gladiator 2′ ha resultado ser un blockbuster a la altura de ‘Dune: Parte 2′. Esta inesperada continuación justifica el precio de la entrada con un espectáculo mayúsculo que a buen seguro estará en todas las galas de premios venideras. Es otro ejemplo más para rebatir aquello de que las segundas partes nunca fueron buenas. Ridley Scott se repone del traspié de ‘Napoléon’ como sólo los grandes saben hacer: con una cinta capaz de coger al espectador por las solapas desde el minuto uno, desde unos maravillosos títulos de crédito que resumen y rinden homenaje a la historia de Máximo Meridio. Tras esos compases iniciales aguardan un reparto estelar, secuencias que se graban en la retina y las dosis justas de fan service. Digna de su nombre, no decepciona.

La mala noticia es, simplemente, que estamos otra vez ante la misma película. La estructura de esta secuela es idéntica al esqueleto de la original. Si ‘Gladiator’ empezaba con la batalla más grande de todo el metraje (la de Roma contra las tribus germánicas), esta segunda arranca exactamente igual. Si los generales de la primera estaban hartos de batallas y eran víctimas de un complot, en esta ocasión también están hastiados de la guerra y hay múltiples conspiraciones para detenerla. Hasta encontraremos nuevos eslóganes, frases y proverbios que se repiten una y otra vez con la intención de calar como los de antaño (“Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”).

Vuelve a tratarse el tema de la familia perdida y sobra decir que de nuevo seguiremos el meteórico ascenso de un hombre esclavizado y arrojado a las arenas del Coliseo. Incluso los simbólicos campos de trigo de la original encuentra su réplica, aquí una en blanco y negro y relacionada con Caronte. Por tanto, el mayor problema de ‘Gladiator 2′ es que existe ‘Gladiator’. No sorprende ni emociona como aquella y su sombra es demasiado alargada en ámbitos como el sonoro, cuyos momentos más destacados son ahora los que recuperan los temas clásicos de de Hans Zimmer. Si evitamos las comparaciones y le perdonamos su conservadurismo, disfrutaremos como niños.

Para combatir esa falta de originalidad, Ridley Scott opta por desmelenarse y hacerlo todo aún más grande y épico. “Puedes que hayas visto esto antes, pero jamás a esta escala”, parece gritar el director. El desfile de combates no tiene parangón y muchos pasarían por el clímax de cualquier otra película. Tensos, imaginativos y de ritmo trepidante. Hay más sangre y testosterona que nunca. Más variedad de situaciones, más personajes por los que interesarse. Es una película colosal, aterradora y... muy poco verosímil. Porque sí, aquellos que busquen realismo histórico saldrán espantados.

Al final resulta que la polémica de las naumaquias y los fallos en la línea temporal serán el menor de vuestros problemas. Esperad a ver uno de los enfrentamientos más salvajes de la película, en el que los gladiadores luchan contra unos primates más peligrosos que una plaga de xenomorfos. Tras ellos la cosa no hace sino mejorar con rinocerontes y tiburones amaestrados. Quienes saquen la lupa encontrarán construcciones, personajes y decisiones de gobierno que no casan con la realidad, pero quienes no lo hagan también alzarán una ceja de vez en cuando. No hay mejor ejemplo que el grupete de romanos jugando al fútbol al principio de la cinta. Es mejor dejarse llevar y entrar al juego del director.

Ridley Scott sabe que no importa cómo fuera la antigua Roma, sino cómo es dicha época en la imaginación de su audiencia. Se permite toda clase de licencias en pos del espectáculo y funde realidad y leyenda según requiera la narración. Es un debate interesante cuya moneda sale de cara al director gracias a un reparto estelar que parece tocado por una varita. Están todos portentosos, aunque Denzel Washington es el primer nombre a citar en cualquier elogio. Nos regala una de las actuaciones de su carrera y se postula para un tercer Oscar que no rechinaría a nadie. Nunca le habíamos visto sonreír tanto en una película y tampoco dar tanto miedo.

Igual de meritorio es el despliegue de Paul Mescal, quien tenía la difícil tarea de sustituir a Russel Crowe. Sale airoso del desafío con una actuación genuina que derrocha rudeza y se apoya en las miradas y los gestos por encima de los diálogos. Es un actor maravilloso y aunque venía demostrándolo en proyectos más humildes (estuvo nominado al Oscar por ‘Aftersun’), no cabe duda de que ‘Gladiator 2′ le pondrá bajo los focos del gran público y hará que su talento ya no se le escape a nadie.

No queremos olvidarnos tampoco de los emperadores Caracalla y Geta de Fred Hechinger y un Joseph Quinn que parece de moda hoy día. Trabajados desde la locura, toda escena con ellos (y sus temibles miradas) gana enteros. Quizás esperábamos un poco más de Pedro Pascal, pero entendemos que si pasa desapercibido no es tanto por su actuación como por su papel, reducido a un segundo plano tras los compases iniciales de la película.

Valoración final

A ‘Gladiator 2′ le da igual ser realista y sorprender. No le importan ni lo más mínimo las hipérboles, los fallos históricos o repetir paso por paso la estructura de la película original. La cinta sabe que sus bazas son otras. Es un alarde, un continuo despliegue. De recursos, de acción, de talento interpretativo, de nostalgia. Un espectáculo a la altura de su nombre que guarda secuencias memorables, entretiene de principio a fin y además lo hace en el Coliseo más importante del siglo XXI: el cine.

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