Avatar: El Sentido del Agua, crítica. Postales desde el filo
La fiebre por Avatar vuelve a las salas 13 años después. Cameron estrena su nueva película con la promesa de revolucionar el cine de nuevo. ¿Lo ha conseguido? Aquí te lo contamos.
Tras 13 años de espera, por fin ha llegado a los cines Avatar: El Sentido del Agua. Si bien, tras el anuncio de su estreno en salas el 16 de diciembre, se reavivaron viejas críticas a la primera parte, conforme se acercaba la fecha, la maquinaria publicitaria y las bombásticas declaraciones del propio director James Cameron, lograron aumentar el interés varios enteros. Con el entusiasmo por las nubes nos presentamos en la primera sesión del viernes. Una vez vista, aquí te traemos nuestras impresiones.
Avatar: El Sentido del agua, el 3D vuelve a los cines
Hacía tiempo que no veíamos en cines una película en 3D. Fue precisamente la primera entrega de Avatar (2009) la que puso de moda durante un tiempo el espectacular efecto, lo que obligó a las salas a adaptarse por fin a la entonces todavía incipiente tendencia (tener gafas disponibles, proyectores adaptados…). No era una revolución como se nos quería vender, el tiempo ha puesto las cosas en su sitio, pero es de justicia admitir que no se había visto hasta entonces mejor y más espectacular implementación del 3D en una pantalla de cine.
Apagada hace tiempo la fiebre por las tres dimensiones, Avatar: El Sentido del Agua vuelve a apostar por el formato. La falta de costumbre puede que maree a algunas personas en los primeros minutos de proyección, pero la adaptación es rápida y la recompensa enorme. Si bien las dos entregas de Avatar pueden verse de forma tradicional, al igual que en aquel ya lejano 2009 se postula como necesario ponerse las gafas para disfrutar totalmente la experiencia.
El cine como experiencia
Y es que es eso lo que ofrece James Cameron con Avatar: El Sentido del agua: una experiencia. Tanto es así que en varios momentos de la proyección nos preguntamos si lo que estábamos viendo era o no cine. El nivel técnico es tan apabullante que llega a importar bien poco la historia que se nos cuenta (algo de lo que también tiene culpa el guion, ya llegaremos a ello). Cameron, a pesar de los años de inactividad transcurridos desde su último estreno, se mantiene en forma como uno de los mejores directores de escenas de acción, pero lo que muestra en pantalla es igual de disfrutable o más cuando solo se dedica a mostrarnos la vida que habita en Pandora.
Esos momentos de tranquilidad son puro disfrute, la anonadada admiración que sería observar un documental sobre la fauna y la flora de un mundo extraterrestre. Tras la lenta introducción en unos biomas que ya conocíamos de la primera parte, la llegada al mar supone un sentimiento de maravilla continuo. El 3D se luce en las distancias cortas y la perfección técnica luce músculo con el agua, efecto que los que jugamos a videojuegos sabemos que es de los más difíciles de replicar.
Hemos de dar la razón a Cameron cuando comentaba que en FX digitales Marvel ni se acercaba a este Avatar. Aquellos, más uniformes por la sobrexplotación de producciones en cine y televisión, languidecen ante lo que muestran los rostros y los mares de Pandora. La retroalimentación entre cine y videojuegos vuelve a salir a la palestra por su común sistema de captura de interpretación y movimientos. Este es tan superlativo en la película que consigue esquivar el Valle Inquietante (con ayuda de los rasgos extraterrestres de sus protagonistas, que evitan comparación 1:1 con el rostro humano). Los Navi son plenamente creíbles cuando miran, cuando gritan, cuando son felices o lloran, en definitiva, cuando muestran sus emociones.
Este logrado realismo nos hace olvidar una y otra vez que nos encontramos ante una película casi netamente de animación. Creemos que el porcentaje de seres humanos reales no alcanza ni el 10% del dilatado metraje de 192 minutos. En la gran mayoría de las escenas absolutamente todo lo que vemos en pantalla es animado digitalmente. Y la magia es que nos olvidemos de ello. Ese es el mayor logro de Avatar: El Sentido del agua. Cameron ha vuelto a volarnos la cabeza en ese sentido. Si lo que mostró al mundo en 2009 todavía se mantiene vigente porque iba muy por delante de sus coetáneos, vaticinamos lo mismo para lo que acaba de llegar a los cines. Directamente parece tecnología de otro mundo.
Un guion que hace aguas y un pozo que ya parece seco
Pero llegamos a la otra cara de la moneda. Y es que el libreto que pone en pie la historia de la película juega con el desastre en demasiadas ocasiones. Estábamos en la sala viéndolas venir y no dábamos crédito. Sus primeros minutos, donde se cuenta lo acontecido hasta el momento, es de las cosas más forzadas que recordamos en una sala de cine. Se hace un énfasis que llega a resultar molesto por demasiado remarcado, en que todo el mundo ha tenido hijos entre una película y otra. Y se hace a través de una retahíla de argumentos con poco o nulo sentido. Es que hasta los muertos han tenido vástagos, cuando no resulta que ya estaban por Pandora en la primera entrega y no se nos había contado nada entonces.
Esta segunda parte no estaba pensada. Lo demuestran los malabares que se realizan para traer de vuelta a personajes que habían perecido en la película original. Es todo un quiero y no puedo que impide que entremos en la película durante más de media hora. La suspensión de la incredulidad se hace imposible mientras pensamos que, en un diccionario de cine, al lado del concepto Deus Ex Machina aparecerá al lado, a partir de ahora, una foto de Avatar: El Sentido del Agua.
El caso es que la resolución de las distintas situaciones siguen ocurriendo porque sí o con una mínima lógica durante todo el metraje. Decisiones absurdas de los personajes que, sabemos, terminarán mal; protagonistas que son odiosos porque, cada vez que mueven un dedo, ocurre el desastre; otros que nunca sabes de qué palo van de lo mal escritos que están. Pero es que también tenemos soluciones salidas de la nada, razones de ser que cambian de tercio dos horas después por arte de birli birloque, anticipaciones que una vez llega el momento dan absolutamente igual… En definitiva, se trata de un guion difícilmente defendible. Su dejadez, caos y aleatoriedad transmiten la sensación de que todo da absolutamente igual porque lo que importa es lo bonito y espectacular que luce todo en pantalla.
Afortunadamente queda atrás el concepto de salvador blanco de la primera entrega. En su lugar hay un sorprendente baño de realidad a través de la animación CGI. Y es algo que traumatizará a las almas sensibles. Es portentoso cómo Cameron consigue angustiarnos hasta el límite a través de la violencia explícita que supone una traslación directa de la caza de ballenas en un mundo alienígena. Luego, la justificación de esa acción es, como todo aquí, azaroso, y se desvela como algo crucial de un segundo para otro… aunque no se vuelva a hablar de ello. A pesar de todo y como elemento aislado, aún expresado con el trazo grueso habitual del director (a lo sobrexplicado que está todo se suma el continuo y explícito subrayado de la maldad de los que ya sabemos malos malísimos), no por ello resulta menos efectivo.
Para terminar, porque hay mucho más pero en algún momento habrá que colocar el punto y final, queremos mencionar un par de cosas más. El plantel de protagonistas es tan amplio y desnivelado (hay algunos mucho más definidos que otros) que al morir uno de ellos no hay empatía posible porque ha llegado totalmente desdibujado a su momento cumbre. Por otro lado, cuando va a arrancar la batalla que cerrará la película, escuchamos exactamente las mismas frases y argumentos que se dieron en la primera Avatar, lo que nos lleva a pensar en qué más tiene que contar Cameron sobre este mundo además de mostrarnos nuevos biomas. ¿Nos va a repetir lo mismo tres o cuatro veces más? Si después de 13 años esto es lo mejor que puede idear en historias alrededor de este fantástico mundo, no podemos más que lamentar que haya hipotecado lo que le queda de vida en este pozo que ya parece más que seco. Por culpa de Avatar, la de películas nos hemos perdido desde 2009 de este importantísimo director, y que nos perderemos hasta el fin de sus días en activo.
Os aseguramos que hemos escrito la presente crítica de la manera más fría posible, con los pensamientos ya asentados de un día para otro e intentando ser honestos con lo experimentado. Dicho esto y con todas las cartas ya sobre la mesa, recomendamos el visionado de Avatar: El Sentido del Agua en 3D y en la mejor sala de vustra localidad. Es triste deciros que os olvidéis del fondo, pero es que es la forma lo que vais a recordar toda la vida. En nuestro caso particular, no han pasado ni 24 horas y ya no identificamos en nuestra memoria un solo nombre propio del plantel de personajes de la película, pero que sí han quedado impresos en nosotros la luz, el color, los ojos asombrados y la sonrisa agradecida por la convincente presentación de otro mundo. Así están las cosas y así las hemos contado.
Hay algo ajeno a la película que pensamos a la salida del cine y que todavía nos ronda la cabeza: momentos durante la proyección como los sistemas de seguimiento habituales en los videojuegos y el tono new age del conjunto nos dejaron unas ganas locas de ponernos a jugar a Horizon Forbiden West. Si escucháis o leéis en estos días de forma peyorativa que Avatar: El Sentido del Agua parece un videojuego (y es cierto que tienen muchísimas cosas en común), podéis responder tranquilamente que "ya le gustaría". A partir de hoy lo que queda es esperar con ilusión lo que pueda ofrecer Avatar: Frontiers of Pandora. Será entonces cuando podremos sumar al asombro ya visto, el poder transitar por ese otro mundo con nuestro propio caminar.