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CINE

Última noche en el Soho. Delirio musical y argumental

Un Edgar Wright desatado y sin embargo más preso de sí mismo que nunca no consigue un equilibrio en su Última noche en el Soho.

Última noche en el Soho. Delirio musical y argumental
Parisa Taghizadeh

Sí, tal vez Edgar Wright ha querido ser tan él mismo que no ha dejado evolucionar la película dentro de las propias necesidades de la historia y sí de su sello personal. El resultado es este enrevesado culto al estilismo del Londres de los sesenta que es Última noche en el Soho.

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Parisa Taghizadeh

Comienzo esperanzador

La película comienza con personajes estenotipiados rondando varios planteamientos de distintos géneros cinematográficos. Si no sabes nada de la película, no sabes donde se va a quedar y eso es bueno. Coquetea con el género adolescente, con la ciencia ficción, con el thriller, con la comedia romántica, y cómo no, con el musical. Aunque confuso, resulta esperanzador para el espectador que trata de adivinar hacia donde irá la película. Pero ahí se queda. O más bien se va a todas partes y cien más sin llegar a ningún lugar. No pienso que las películas se deban ceñir a un género puro o que deban seguir unos patrones claros y clásicos, no. Viva la libertad y la experimentación. Pero eso no salva a Última noche en el Soho. Edgar Wright quiere explotar tanto su estilo que se olvida de lo demás. O no, peor aún, le da igual. Esto es bueno para el cine porque busca nuevas formas visuales de expresión, pero en este caso no salva a Última noche en el Soho.

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Problemas

De verdad, el guion, la coherencia, la historia, los personajes, el tono, el sentido común no es que queden en un segundo plano, es que quedan desvirtuados en pos de un sentido estético. Y ese no es el problema en sí, es que lo hace a medias. Y se nota. Me explico, si pasas de la historia y todo lo demás para irte a un espectáculo visual y sonoro, muy bien, perfecto, pero luego no vengas a la historia cuando ya no te quedan calles del norte de Londres por las que meter a Thomasin McKenzie con su enésimo delirio pop.

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Parisa Taghizadeh

Especáculo audiovisual

Pero insisto que el problema no es el sin sentido argumental, ni lo poco creíble de los giros sorpresa, ni el cambiante argumento, ni si quiera que no se centre en nada. El problema es que el enrevesado galimatías argumental promete demasiado para quedarse en un desarrollo y un final que no hay por donde cogerlo. Y el espectáculo audiovisual que Edgar Wright rueda como nadie y que tiene un estilo único, resulta repetitivo y vacío por estar ligado a este pollo sin cabeza que es la historia. Él mismo tira por tierra todo su magnífico encofrado estético por subordinarlo a una trama de chirigota. Los homenajes a la cultura londinense pop de los sesenta, lo bien que rueda las escenas mezclando esa música inmejorable de la época, los movimientos de cámara, la luz, el montaje salvaje con un ritmo perfecto, no son suficientes ¿Cómo es posible? Pues muy fácil, intentando justificar con una laberíntica historia un videoclip de casi dos horas. Este argumento podría dar a entender que es una película simplona. No, de hecho, creo que por eso desentona tanto. Tiene tantas subtramas (incompletas en su mayoría), abre tantos melones, empieza a desarrollar tantos personajes, da tantos giros sorpresa, y vete tú a saber que más, que el resultado se le escapa entre los dedos. Seguramente a Edgar Wright esto no le importa porque se sostiene en su virtuosismo cinematográfico. Como la escena del baile en le club, en la que participan la espléndida Anya Taylor-Joy y Thomasin McKenzie junto con el undécimo Doctor Who Matt Smith. Si ese fuera el trailer de la película me darían ganas de ver este sin sentido otra vez.

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Parisa Taghizadeh

Casting

¿Y el elenco? Algo irregular tal vez, pero sin duda con grandes interpretaciones. Normalmente diría que no importa el trabajo que pueda haber detrás, lo que importa es lo que muestra el actor o actriz en pantalla, pero como en este caso Thomasin McKenzie sostiene esta argamasa de giros y géneros. Seguramente ni ella sabe que sentir en cada momento y aun así saca las escenas. Solo por eso merece un aplauso. Y aunque algo limitada de recursos en algún momento, seguramente por el laberinto emocional que debe sostener, está más que correcta. Anya Taylor-Joy con luz propia no necesita más. Magnifica, incluso estando sobreactuada a ratos, le queda bien. Cuando la dejan bajar de las alturas y tiene que interpretar mejora aun más. Matt Smith desaprovecha un buen personaje lleno de dobles caras, él solo tiene una. Diana Rigg en el que supongo ha sido su último trabajo consigue bajar la pelota al suelo y darle sentido al juego en los pocos momentos que la película pasa por sus manos. Y Terence Stamp, simplemente perfecto. Y eso que su personaje no solo no sirve para nada, si lo quitas de la película, no cambiarían nada de la trama. Pero aquí se ve como un actor hace lo que le mandan y en este caso convierte la paja en oro. ¿No hay ningún director británico que quiera ponerle una cámara delante? Él hará el resto.

Conclusión

En definitiva, Edgar Wright mete demasiados géneros, homenajes, personajes, tramas, subtramas, subsubtramas, tramas de las subtramas que fatigan al espectador. Sin embargo, hay escenas de la película que nadie hoy en día puede rodar como él. Y tal vez ese sea el problema que Edgar Wright está tan encerrado en sí mismo, en su virtuosismo que lo demás no importa. Eso sí, si disfrutas con su cine esta es tu película, aunque le falten cornettos.

Lo mejor

  • La escena del baile en el club
  • Terence Stamp
  • Anya Taylor-Joy
  • El montaje
  • La música
  • El ritmo
  • La estética
  • La ambientación artística
  • Diana rigg
  • Los homenajes

Lo peor

  • El guion
  • La trama
  • Las subtramas
  • Los personajes secundarios
  • Demasiados momentos álgidos
  • El final
  • Demasiadas carreras por Londres
  • Poca cerveza y poco cornetto
  • Los puntos de giro
  • La resolución de algunas tramas