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Vane

Vane

Tortura jugable

Vane, análisis. Poesía descompuesta

Lo nuevo de Friend & Foe es una obra de preciosa factura artística que fracasa en todo lo demás, un título árido en lo jugable y monótono hasta el tedio.

Actualizado a

Todo comienza con una chispa, un rayo luminoso, una tormenta de violencia inusitada. El viento sopla inclemente, desgaja los cimientos del suelo y le grita al muchacho, el niño al que encarnamos durante el transcurso de la aventura. De pronto, todo cesa, los relámpagos dejan de emitir su luz cejadora y amanecemos en mitad de un desierto. El chico es ahora un pájaro de plumaje azabache que despliega sus alas para volar sobre las arenas doradas.

El concepto de transformación aflora desde los primeros tramos de la historia y se desarrolla hasta el final. A veces como niño; otras como pájaro; más adelante, como un ser de larga túnica que barre el suelo al caminar. Sin palabras, sin texto, Vane trata de contar una historia poética que no termina de rimar, ni en asonante ni en consonante. El guion es obtuso, poco claro; los temas que se tocan, muy difusos. Consciente o inconscientemente, la narrativa transmite fragmentos sueltos que nunca se constituyen como un todo unificado. Resulta complicado describir sensaciones, pero cuando el juego termina y vuelves a convertirte en pájaro para surcar los cielos, el sentimiento final es el de estupor e incomprensión. No nos enteramos de lo que quieren contarnos, si es que realmente quieren hacerlo. Tampoco de si se trata de un argumento que va más allá de lo que se muestra a simple vista.

Bonito y poco más

Vane entra por los ojos. Estéticamente luce bello, porque la belleza no está únicamente en lo luminoso, sino también en la oscuridad y en los lugares opresivos en los que se desarrolla el juego. El efecto de la tormenta sobre los entornos, la construcción y deconstrucción de la arquitectura, nada es lo que parece, todo cambia y se transforma, adquiere nuevas formas...¿o tal vez las formas originales? En lo visual, la obra de Friend & Foe recuerda, por odiosas que sean las comparaciones, a los títulos del Team ICO —algunos de sus integrantes proceden de este estudio—. Comparten el enfoque artístico, su tosquedad mecánica, salvando mucho las distancias, pero mientras que unos tienen sentido como obra en conjunto, Vane se fragmenta en piezas sueltas que no funcionan como unidad.

De vuelta al principio, cuando sobrevolamos la aridez de las arenas, aleteamos y vagamos por el desierto sin ninguna clave que nos indique lo que debemos hacer. El juego deja el destino del protagonista sobre los hombros del jugador hasta las últimas consecuencias.Sin ningún indicativoque valga, es la persona a los mandos la que tiene que descubrir cuál es su siguiente movimiento. Esto es problemático no porque la obra no te lleve de la mano, sino porque el camino es un tedio insufrible. No tardamos en dilucidar que nuestro protagonista ha de posarse en unas estructuras metálicas y llamar a otros pájaros para conseguir el efecto deseado y seguir avanzando.

El control del pájaro en Vane es muy caótico.
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El control del pájaro en Vane es muy caótico.

Los problemas se agudizan por el control absolutamente ortopédico y su sistema de cámara, que en el momento más inoportuno te deja vendido. Así, el mero hecho de intentar posarte en una estructura con la forma de pájaro se convierte en una frustrante batalla personal contra la paciencia. El ave se acerca a su destino, extiende las patas y la cámara se tuerce. Entonces, el animal pasa de largo e intenta recomponerse y enderezar el vuelo, pero en pantalla vemos al pajarraco dando tumbos.

Pensamos que la situación solo puede mejorar, que al menos el control del niño parece más sólido, pero es una ilusión, lo peor está todavía por llegar. Si la torpeza del pájaro no es suficiente, la lentitud del crío exaspera por momentos. Y si a la parsimonia del muchacho le sumamos la roca que debemos arrastrar por todo un extenso, tortuoso y soporífero nivel, que al altísimo nos pille confesados. Mueve que te mueve, acompañado de otros niños idénticos —rescatados de sus sombrías jaulas—, la bola posee poderes esotéricos y es capaz de modificar los escenarios a su paso y de recomponer partes de las antiguas estructuras.

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De nuevo, Vane no es generoso con las indicaciones y obliga al jugador a vagar sin rumbo hasta dar con el camino correcto. En este punto, sucumbimos al aburrimiento, a la duermevela constante, solamente interrumpida en el instante en que la jugabilidad nos juega otra mala pasada o la bola se queda atascada en un agujero. Después de hallar lo que tiene pinta de ser la ruta correcta, el grupo de niños se acerca a las ruinas de un puente. Movemos la bola y gritamos todos juntos para activar sus poderes mágicos. Se ilumina con una luz cejadora, su poder se traslada al esqueleto del puente, cuyos huesos se reparan, ya está casi, ya está casi...hasta que algo falla, vuelve a su estado inicial. Nada, otra vez a trasladar la roca hasta el punto que el juego considera “el correcto”. Puro ensayo y error, del que te dan ganas de apagar la consola y desinstalar el título para siempre.

No es tanto el planteamiento de los puzles lo que falla, aunque tampoco sean especialmente brillantes, sino la ejecución a todos los niveles. Como videojuego, la obra fracasa tanto en su diseño como en sus fundamentos jugables. Los puntos de guardado son un claro ejemplo de las incomprensibles decisiones que se han tomado. No te enteras de cuándo graba la partida y lo hace solo un par de veces durante el juego. Por mucho que la aventura sea corta —3 o 4 horas—, no se entiende por qué se ha hecho de este modo.

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Vane vuela libre, choca y cae como un pájaro tocado por la muerte. Por mucha figura retórica y belleza artística que atesore, si sus diversos componentes no se conjugan formando una pieza única, el soneto deja de ser soneto y el poema no funciona. A pesar de su brevedad, mientras lo leíamos solo queríamos que terminara.

Conclusión

A primera vista, Vane es de esos juegos que a uno le apetece jugar. Visualmente tiene un estilo artístico oscuro pero preciosista, con ese toque estético que tanto recuerda a los juegos del Team ICO, escuela a la que también pertenece RiME, de Tequila Works. Sin embargo, la obra de Friend & Foe no funciona como videojuego. Deja al jugador a merced de una jugabilidad arcaica y tosca, repleta de errores de cámara y de niveles frustrantes. Recorrer los mundos semiabiertos de Vane es una tarea tediosa, y aunque el juego es corto, se hace muy largo.

Lo mejor

  • Su estilo artístico es precioso.
  • La transformación visual de los escenarios.

Lo peor

  • El control, muy impreciso.
  • Las cámaras no funcionan como es debido.
  • Argumento incomprensible.
  • Un sistema de guardado automático que no tiene sentido.
  • Niveles anodinos y experiencia tediosa.
4

Mediocre

Podía ser pero no ha sido y tras pasar unos breves minutos con él quedará archivado en la estantería para no jugarlo nunca más. No lo compres, no digas que no te lo advertimos.