Gaming Club
Regístrate
españaESPAÑAméxicoMÉXICOusaUSA
Rad Rodgers

Rad Rodgers

Rad Rogers, análisis

Los estudios independientes siguen siendo fuente de nostalgia recuperando fórmulas que no están tan olvidadas. Interceptor Entertainment acierta con este videojuego de plataformas y acción que hace de su sentido del humor y su excepcional apartado técnico sus señas de identidad.

En numerosas ocasiones la tentación de poner al día algunas fórmulas clásicas termina echando por tierra la intención inicial de rememorar aquellos géneros que nos hicieron disfrutar hace ya décadas, y lo que pretendían ser homenajes a mecánicas añejas se sienten más complejos de lo necesario con sistemas de progresión, modos multijugador online, etc. Los videojuegos eran, por lo general, mucho más simples hace 20 o 30 años, la diversión era más directa y accesible para todos, no era necesario dedicarles tanto tiempo como en la actualidad, y aunque no es una característica que se cumpla al 100%, habitualmente también eran más difíciles. De todo eso va Rad Rogers, un título sin grandes pretensiones, pero que a base de representar la esencia de clásicos de las plataformas y la acción como Metal Slug o Contra y su sentido del humor -en ocasiones demasiado vulgar-, sabe cómo llegar a los jugadores clásicos y cautivar a los nuevos.

Regreso al pasado

Rad Rogers ofrece una retrospección no solo jugable, sino que también es capaz de retrotraer a los jugadores de mayor edad gracias a su premisa argumental, que dicho sea de paso, tampoco es excesivamente relevante. Rad es un chaval que, cada noche a determinada hora, mantiene la habitual discusión con su madre sobre lo tarde que se le hace jugando a la consola, teniendo que guardarla no sin una buena rabieta de por medio, pero una vez ocurre lo inexplicable: es absorbido por la televisión e introducido en un videojuego donde conoce a nada menos que una consola llamada Dusty. A partir de aquí, una sucesión de saltos, disparos y sencillísimos puzles. Nada más y nada menos que eso, pero lo suficientemente convincente al fin y al cabo.

La premisa argumental es tan sencilla como la jugable, y más allá de la escena inicial, la trama no vuelve a importarnos demasiado durante las escasas 5 horas que dura Rad Rogers. Eso sí, cabe destacar que los contínuos chascarrillos entre nuestro protagonista y su electrónico acompañante -que cuenta con la voz del doblador de Duke Nukem- destilan un sentido del humor que no deja de otorgarle cierta personalidad al título, aunque no pocas veces se pasa de vueltas. Por ello no es un videojuego para niños a pesar de su aspecto, ya que si bien estos diálogos no todos los jóvenes lograrán entenderlos, sí que serán capaces de vislumbrar los excesivos borbotones de sangre que destilan de los infelices enemigos.



A la hora de ponernos al mando no encontramos florituras. El desarrollo del juego es el habitual del género, en el que avanzar en un scroll lateral mayoritariamente aunque también en vertical, y donde no solo las plataformas son la mecánica exclusiva para dar pasos adelante, sino también la resolución de algunos pocos puzles o el descubrimiento de zonas ocultas o llaves que nos permitan entrar en algunas otras antes inaccesibles. El objetivo principal de cada uno de los 9 niveles -que a la larga se antojan pocos- es encontrar cuatro piezas de una runa para poder pasar al siguiente, algo que, una vez más, parte de una premisa sencilla, pero que es más complejo de lo que parece. Esto es gracias a un diseño de niveles que, aunque como decíamos antes no son demasiados, sí consigue que pasemos como mínimo un buen cuarto de hora en cada uno de ellos.

No conviene confundir Rad Rogers con lo que conocemos como Metroidvania, ya que no hablamos estrictamente de backtracking, sino más bien de cierta complejidad en su diseño de niveles mediante la cual estos están repletos de coleccionables que no aportan mucho a nivel jugable, u objetos que sí nos facilitarán la labor, como armas más poderosas que la inicial o corazones de vida.  Sin embargo sí hay que hablar bien de la integración de cada una de sus mecánicas jugables, pudiendo pasar en apenas unos segundos de estar saltando por troncos que caen de una cascada a liarnos a tiros con una cantidad de enemigos que tampoco nunca alcanzan cifras demasiado numerosas, y todo con una transición muy natural.



Lo que no podemos esperar es especial innovación en ninguno de los dos aspectos. A nivel de plataformeo los elementos habituales del género hacen acto de presencia permanentemente, tales como plataformas flotantes que caen al saltar sobre ellas, lianas en las que balancearse, algún que otro salto exigente… Suelen ser estas fases divertidas, pero conviene insisitir en que no son precisamente la mayor fuente del reto para el jugador, algo que tampoco representan las de acción, donde deja la sensación de que el poder del arma de serie de Rad -no digamos ya de los que puede ir recogiendo durante el transcurso del juego- está muy por encima del nivel de los enemigos, que además de no ser excesivamente variados, algunos de ellos cumplen el papel de meras dianas inmóviles. Dicho esto… ¿dónde está el reto en Rad Rogers? Pues aunque antes habláramos de la dificultad como una seña de identidad de los juegos clásicos, no es este un título que sepa cumplirlo con creces, y seguramente la mayor complejidad nos la vayamos a encontrar en la considerable distancia que hay entre puntos de control, la cual al morir, nos hace volver sobre nuestros pasos, pero incomprensiblemente, los enemigos que hubiéramos derrotado previamente ya no seguirán ahí.

Este desarrollo, junto con la escasez de jefes finales -aunque no ausencia total- hace de Rad Rogers un juego cuya duración es su mayor enemigo. Por una parte, su sencillez hace que no haga falta invertir mucho tiempo para que se sienta repetitivo, pero por otra, cuando comienza a asemejarse a un videojuego difícil, ya se ha terminado. Sí hay algunos momentos en los que quiere desviarse de lo habitual, ya que para reconstruir algunas plataformas desaparecidas y así arreglar el videojuego en que se ambienta, Dusty tiene que visitar el Pixelverso, una suerte de mundo laberíntico -donde no es fácil perderse- en el que encontrar esas plataformas o devolver la corriente a través de sencillos puzles consistentes en conectar nodos eléctricos. Por desgracia, estas fases no aportan demasiado a ningún nivel, y más bien sirven para cortar el ritmo.

Gran trabajo audivisual

Rad Rogers no deja de ser un videojuego independiente, pero ofrece un apartado técnico impropio de este tipo de producciones. El Unreal Engine 4 sirve para recrear unos fantásticos y bellos niveles tridimensionales y entornos realmente variados con una amplia paleta de colores predominantemente vivos, sean estos cálidos u oscuros. Todo el gran trabajo en las fases habituales no se mantiene en el Pixelverso, aunque son estas tan cortas que afortunadamente no consigue enturbiar el fantástico trabajo de los artistas con los escenarios y personajes, de aspecto cartoon e infantil aunque luego otros aspectos dejen claros que no se trata de un juego para niños. Para más inri, su interfaz y hud con estética retro pixelada es todo un guiño a lo que el juego pretende, que no es sino recordar otros tiempos no tan olvidados.



Y a nivel sonoro el trabajo no es menos excepcional, con melodías con claro sabor añejo, algunas incluso en tono de 16 bits, pero que saben combinar con otras piezas rockeras que encajan no solo con las fases de acción, sino también con el carácter rebelde y gamberro que quiere destilar el juego. Además, se completa con un más que correcto doblaje, que no solo presume de muy buenas interpretaciones, sino también, como decíamos antes, la voz de Jon St. John, la mis que del legendario Duke Nukem.

Análisis realizado en su versión de PS4 estándar.

7.5

Bueno

Cumple con las expectativas de lo que es un buen juego, tiene calidad y no presenta fallos graves, aunque le faltan elementos que podrían haberlo llevado a cotas más altas. Cómpralo sin miedo.