Tras más de una década esperando su llegada, por fin la tercera entrega del hack and slash de Activision Blizzard está en nuestras manos. Tras muchas horas azotando las huestes diabólicas, probando montones de configuraciones distintas, peleándonos con los servidores de Battle.net y - mayormente - divirtiéndonos con nuestros amigos, ha llegado la hora de ver cómo ha regresado el Demonio Primogénito.
Al principio no fue Diablo. Ni World of Warcraft. Ni Starcraft o Warcraft. Nunca ningún título de la compañía Blizzard Entertainment fue estrictamente pionero en nada; pero supieron extraer mejor que nadie la esencia de esos Gauntlet, Dungeons & Dragons, EverQuest, Civilization… y plasmarla en un producto que consiguió trascender su propio nombre y hacerse marca. Y si los pañuelos son Kleenex y los tampones son Tampax, hoy los juegos de estrategia en tiempo real pueden ser del estilo Starcraft, los MMO se miran en el espejo de la fórmula y el éxito de WoW y los juegos de hack and slash con exploración de mazmorras no son tipo Gauntlet, son “tipo Diablo”. Y por esto, por conseguir colarse en la mente colectiva de millones de jugadores alrededor del mundo, la tercera entrega del popular hack and slash está gozando de un éxito de público sin precedentes en el género.
Doce años después del lanzamiento de Diablo 2 y casi cuatro tras su anuncio en el Blizzard Worldwide Invitational de París, Diablo 3 llega a las tiendas como uno de los juegos más esperados de la década. La eterna lucha entre el cuerpo celestial y los demonios, que atrapó a la humanidad en mitad del conflicto, recrudece en nuestros ordenadores con la intención de revitalizar un género estancado desde hace unos cuantos años y convive por primera vez en la historia de la compañía californiana con otros dos lanzamientos de peso para sus franquicias de estrategia (Starcraft 2: Heart of the Swarm) y rol multijugador masivo (World of Warcraft: Mists of Pandaria). Uno podría pensar que eso puede haber afectado negativamente a la calidad del juego que hoy nos ocupa, pero nada más lejos de la realidad: si nos gusta lo que Diablo 3 hace, no hay ningún otro juego en el mercado en este momento que lo haga tan bien como él.
Para conseguirlo, para sobrevivir a una crítica y un público que lo examinaría con lupa, para soportar la carga que supone su propia expectación, para seguir siendo actual con una fórmula que tiene ya 30 años, Diablo 3 ha tenido que reinventarse. Muchos de los desarrolladores originales ya no forman parte del equipo de Blizzard (algunos formaron la extinta Flagship Studios, creadores de Hellgate: London) y eso, lejos de lastrar al título, le ha servido para obtener savia nueva. De la mano de Jay Wilson, que anteriormente estuvo en proyectos como el exitoso Warhammer 40k: Dawn of War de Relic Entertainment, y con la co-dirección de Leo Boyarsky (Fallout), nos encontramos ante un juego impresionante, estupendo en casi todos los aspectos, excepcionalmente pulido incluso para la tradición de la empresa y que solamente peca de unos pocos pero importantísimos – a nuestro parecer – errores de diseño que desmerecen la calidad del producto final y lo alejan de la obra maestra que podría haber sido. Pero de eso hablaremos más tarde, de momento toca refrescar nuestra memoria y adentrarnos en el conflicto entre…
El sacrificio se encuentra en una cantidad de carga gráfica poligonal menor, claro, que obliga al juego a mostrarse en su clásica perspectiva isométrica y con el zoom en una posición bastante alejada, lo cual no es un problema porque es la posición óptima para un correcto manejo del personaje. Además, tal y como ocurría con el anterior Diablo y con otros juegos de la compañía, la intención es llegar a un grupo de usuarios lo más amplio posible y eso implica necesariamente rebajar el nivel de requisitos. Y aunque esto suene a excusa barata de desarrollador, viendo como luce el juego y lo bien que escala hacia arriba, creemos sinceramente que se ha hecho un gran trabajo en este aspecto.
Los diseñadores han tenido barra libre para dar rienda suelta a su imaginación. Buena parte del bestiario de Diablo 3 viene inspirado por lo que vimos en anteriores entregas, aunque se ha dotado de una mayor personalidad al comportamiento de los enemigos para que vayan más acorde a lo que deberían ser. Anteriormente había dos tipos de enemigos: los que atacaban a melee y los que lo hacían a distancia. Ahora la esencia sigue siendo igual pero muchos efectúan ataques combinados, otros realizan rápidas pasadas a nuestra posición… los enemigos especiales, los que tienen sufijos bajo su nombre, son los más peligrosos: al clásico “rayos encantados” se le añaden aquellos que se teletransportan, los vampiros o los que construyen muros alrededor tuyo para atraparte, siendo los más peligrosos de todos. Los niveles están realizados con tremendo acierto y con muchísima variedad, con una hábil combinación de exteriores e interiores que abarca desde el desierto más exótico hasta el más refinado de los palacios, pasando por la selva, las ciénagas, cubiles, cloacas, cementerios y demás sitios agradables en los que cualquier aventurero pasaría unas vacaciones.
A nuestra disposición se han colocado un total de 5 personajes distintos: el bárbaro, el mago, el cazador de demonios, el médico brujo y el monje. Aunque en Battle.net ahora mismo el más popular sea este último, todos ellos tienen sus puntos muy buenos. El bárbaro es una bestia parda capaz de empalar a sus enemigos desde la distancia, de acercarse agresivamente girando a gran velocidad y de absorber grandes cantidades de daño; el mago es una clase extremadamente visual, lanzando rayos a diestro y siniestro y a menudo confundiendo tanto a aliados como a enemigos. El médico brujo es una mezcla entre el antiguo nigromante y un sacerdote, con capacidad de lanzar sapos venenosos a los enemigos y rodearse de un ejército de reanimados mientras lanza proyectiles con su cerbatana ponzoñosa. El monje es simplemente impresionante a nivel visual, combinando ataques de tipo Matrix con habilidades de apoyo, moviéndose ágilmente de un lado a otro de la pantalla con estilo kung-fu; por último, el cazador de demonios es un personaje híbrido sacado de una película de Hong-Kong pero que en lugar de llevar pistolas lleva ballestas de repetición, coloca trampas como un cazador de WoW y azota a sus enemigos sin piedad desde la distancia. Todos ellos son perfectamente aptos para cualquier usuario novato y aportan una experiencia de juego única en sí mismos.
Cuatro niveles de dificultad, contando con el del principio, son los disponibles para progresar nuestro avatar hasta nivel 60. Terminar los cuatro actos de la campaña principal jugando solo, dependiendo de nuestra voluntad para explorar los mapas, se lleva a cabo en alrededor de 20 a 25 horas. Repetirla, en su totalidad o en partes, es la única forma que existe si queremos llegar al tope, en un proceso que suple su posible repetitividad con la aparición de nuevos retos, logros por desbloquear y por supuesto nuevas armas y objetos. Tampoco estaremos solos, porque aunque prefiramos jugar sin compañía humana siempre habrá uno de los tres NPCs dispuesto a prestarnos nuestra ayuda (como los mercenarios en D2); además se les ha dotado de cierta historia personal para que intentemos empatizar con ellos, aunque se hubiese agradecido una línea argumental propia en forma de misiones secundaria para que acabáramos creando un vínculo real entre nosotros.
9
Excelente
Un título referente en su género, que destaca por encima de sus competidores y que disfrutarás de principio a fin, seguramente varias veces. Un juego destinado a convertirse en clásico con el paso de los años. Cómpralo sin pestañear.