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¡Descargad, malditos!

En los últimos años, las descargas online han aumentado los niveles de piratería hasta cotas jamás vistas. Ahora son las propias compañías las que, cada vez más, usan la red de redes para vender sus productos. Todo esto nos lleva a distintos efectos colaterales…

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Hace unos días me dirigía hacia una de mis tiendas de videojuegos favorita, con la intención de bucear en su catálogo de segunda mano para ver si, con un poco de suerte, me topaba con alguna novedad reciente a precio reducido. Y entonces me encontré con que el salón arcade que quedaba justo al lado había cerrado sus puertas. Otro de los últimos bastiones (el penúltimo en mi ciudad) que, cual aldea de irreductibles galos, aguantaba como orgulloso recordatorio de una forma de vivir y sentir los videojuegos que fue sentenciada a muerte más de una década atrás, había caído finalmente.

Tras despedirme en silencio de aquel difunto salón recreativo, eché un vistazo al escaparate de la tienda a la que me disponía a entrar; entonces no pude evitar pensar que, dentro de algunos años, tanto esa como otras tiendas especializadas habrán desaparecido sin dejar el menor rastro. Los puntos de venta de videojuegos acabarán sufriendo el mismo destino que los salones recreativos; el motivo se lleva apuntando desde hace años: las descargas online, ya sean por los sistemas legales tipo Steam o por la no tan legal mula de toda la vida. Lo más triste es que a nadie parece importarle.

En mi zona de residencia, hace no muchos meses coexistían un Films & Games (que anteriormente había sido un Blockbuster), un GameStop y tres negocios menores dedicados tanto a la venta como al alquiler de videojuegos y películas. Hoy sólo sobrevive uno de estos tres últimos. Los demás han desaparecido del mapa. Lo mismo sucede en muchas otras zonas de mi ciudad. Es obvio que la gente compra y/o alquila cada vez menos. Los usuarios aficionados a las descargas compulsivas de dudosa legalidad a través de Internet siempre se han quejado de que los juegos son muy caros, y se escudan sin ningún pudor en la citada excusa cada vez que deciden subirse a la mula para conseguir la última novedad aparecida en el mercado en lugar de acudir a su tienda habitual a adquirirla.

Ojo, algo de razón tengo que darles. Después de todo, setenta euros son muchos euros cuando eres un jovenzuelo que sobrevive a base de lo que te dejan tus padres cada mes; hace unos años podía dar buena fe de ello. Y ahora puedo comenzar a dar fe de que setenta euros siguen siendo muchos euros cuando eres un adulto que sobrevive a base de lo que te deja tu hipoteca cada mes (quien sabe, quizá de ahí viene la obsesión de Nintendo por conseguir que nuestros abuelos jueguen con la Wii y la DS). Es por ello que, a un usuario de poder adquisitivo normal, soltar esa nada desdeñable suma de dinero encima del mostrador de la tienda de turno le supone un considerable esfuerzo. Y es que, en lugar de pensar en las personas que han creado el juego o en las horas de diversión que van a amortizar esa inversión, piensa en qué otras cosas podría gastar el dinero.        

Pero no es mi intención centrar esta columna en el manido (aunque siempre preocupante) tema de la piratería. En su lugar, dedicaré los siguientes párrafos al relativamente novedoso tema del filón que están viendo las compañías en las descargas online, lo que les lleva a explotar al usuario de maneras más que preocupantes. Y es que si en la generación anterior, al soltar sesenta euros encima del mostrador, teníamos la seguridad de llevarnos un juego completo a casa, en la actualidad ya no podemos estar tan convencidos de ello.

Por poner un ejemplo, al echar un vistazo a la PS Store vemos títulos que suelen contar con contenido descargable de pago de manera regular (como Motorstorm), descargas que sirven para expandir el juego y aumentar su vida útil. Hasta ahí bien. Pero también nos encontramos con otros títulos, como Folklore, que poseen contenido descargable de pago desde el mismo día en que el juego llegó a las tiendas en formato físico. Y yo me pregunto: si ese contenido ya estaba creado antes de que el juego saliera a la venta, ¿por qué no se incluyó en el BD? ¿Es que los setenta euros que el usuario pagó por su juego no le dan derecho a disfrutar también de ese escenario o ese enemigo extra que se ofrece aparte por algunos euros más?

No son pocas las compañías que comienzan a usar la venta online para colar contenido de un juego que debería haberse incluido en el disco que se puso a la venta. Un ejemplo: entre lo poco conocido a día de hoy sobre Street Fighter IV se encuentra la aseveración por parte de Capcom de que el juego contará con contenido descargable de pago. En otras palabras: aunque el juego que se venderá en formato físico se encuentra en sus primeras fases de desarrollo, ya se están pensando (seguramente incluso creando) los extras descargables. Seguramente, de no existir PS Store o Xbox Live, Street Fighter IV llegaría al mercado con, pongamos, treinta luchadores y un precio de setenta euros. Ahora es previsible que Capcom decida lanzar el juego con un plantel de veinticinco personajes, al mismo precio, colgando el resto de luchadores en los sistemas de venta online en semanas subsiguientes; por ello, finalmente el juego completo nos saldrá mucho más caro.

Sea como fuere, el futuro está en las descargas online; más ahora que, tal y como asegura el afamado director Michael Bay, Microsoft parece empeñada en borrar los soportes físicos del mapa (quién sabe si tras haber aceptado tener perdida la guerra
HD-DVD / Blu-Ray). Y ya se sabe que si la gran M se empeña en algo, acaba alcanzando su meta contra viento y marea, aunque sea eliminando a la competencia a golpe de dólar.

Así que, por mi parte y con permiso de Bill Gates, voy a seguir disfrutando de las tiendas offline de toda la vida mientras pueda. Luego contaré a mis nietos que, en mis tiempos, existían puntos de venta físicos, palpables, en los que se adquirían los juegos en formato también físico y palpable, con su cajita y sus instrucciones, y que incluso te podías topar con gangas como todo un Call of Duty 4 por 45 euros, o un Two Worlds por el irrisorio precio de 5 euros. ¡Ah, qué tiempos aquellos!