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Loida Zabala: “El deporte me salvó de los malos tratos y ahora, del cáncer”

La haltera está ya en sus quintos Juegos, los más especiales. París 2024 ha sido su meta desde que recibió el diagnóstico. “La vida es un regalo”, reflexiona.

París
Loida Zabala.

Su voz dulce esconde una fortaleza inquebrantable y eso que la vida no se lo ha puesto nada fácil. Una mielitis transversa postró a Loida Zabala (Losar de la Vera, Cáceres, 1987) varios meses en la cama de un hospital. Sus piernas dejaron de responder con 11 años y la silla de ruedas le enseñó la palabra “libertad”. Las pesas y los entrenamientos le ayudaron en el día a día y así es como le picó el gusanillo de la halterofilia. Fue séptima en Pekín 2008, quinta en Londres 2012, quinta en Río 2016 y sexta en Tokio 2020. Cuatro diplomas en cuatro Juegos avalaron su talento y su fuerza. No de la que se mide en kilos, sino en levantarse de cada golpe. Uno de su entonces pareja la provocó una lesión en un brazo que casi la deja sin el sueño de Londres 2012. Se recuperó, lo denunció y contó su historia, convirtiéndose en la voz de otras muchas víctimas silenciosas de los malos tratos. Ahí aprendió la importancia del “amor propio”. La última enseñanza llegó en octubre de 2023 cuando la diagnosticaron un cáncer de pulmón con metástasis en cerebro, hígado y riñón. Sin cura. De ahí que “estar viva e ir a París” ya sea un regalo. Sus reflexiones son el que le hace a AS antes de saborear los Juegos de su vida este jueves, a partir de las 12:00 horas. Su momento.

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—¿Qué suponen estos Juegos para usted?

—Que los sueños pueden hacerse realidad a pesar de los malos momentos de tu vida. Cada vez que me acuerdo de ese instante en que me dijeron que iba a París me entran ganas de llorar. Ha sido una noticia muy especial.

—Llega a sus quintos Juegos por invitación…

—Sí. Estuve clasificada directamente hasta junio, la última copa del mundo, en la que hubo varios movimientos de categorías de otras deportistas. Ahí me quedé fuera porque superaron mi marca. Ya no tuve la oportunidad de hacer absolutamente nada porque estuve ingresada ese día. Se han dado unas circunstancias en las que la Federación, el Comité Paralímpico y el IPC Powerlifting me han apoyado. Eran los tres pilares fundamentales para poder ir a París. Estoy súper agradecida. Cuando me diagnosticaron el cáncer no lo pasé mal en ningún momento. No tenía una mentalidad negativa porque puse toda mi atención en París. Tenía miedo de no ir ya que había sido muy importante para mí a nivel emocional. Ha merecido la pena.

—¿Cómo los está preparando?

—Los entrenamientos han estado yendo muy bien desde enero, porque ahí sólo levantaba 40 kilos y ahora estoy en aproximadamente unos 72. En este último empujón, lo normal es que estuviésemos entrenando a mayor intensidad, pero con todo lo que ha pasado en estos últimos meses, en los que he recaído de salud varias veces, la prioridad es mi salud. Hace unos días tuve fiebre. A veces hay que cambiar el objetivo para poder llegar. Eso es lo más importante.

—¿Qué objetivo se ha marcado?

—Estos Juegos son para disfrutarlos. Ahora mismo tengo una vida extra porque he podido morir dos veces en los últimos meses. Me siento agradecida por el hecho de estar viva e ir a París. Podré vivirlo con mi familia, que vendrá a verme. Ya se han apuntado varios amigos, mi madre, mi hermano, mi pareja… va hasta mi nutricionista (risas).

“Tengo una vida extra, porque he podido morir en los últimos meses. Estos Juegos son para disfrutarlos”

ILUSIÓN

—Su vida ha cambiado mucho desde que entró la palabra cáncer…

—Nunca imaginé que me dieran ese diagnóstico. Es algo que piensas que le pasará a los demás, pero que a ti es imposible. Yo no sabía que era tan fuerte a nivel emocional. No lo sabes hasta que llega el momento de demostrarlo. Estos meses me han cambiado mucho, me han hecho perder ese ego de deportista, apreciar mucho más cada momento… Siempre damos por hecho que vamos a vivir un montón de años y dejamos pasar muchas oportunidades. Ahora soy una mujer diferente, que aprovecha cada oportunidad, que valora la vida hasta el último momento. Tengo claro que mi tipo de cáncer no tiene cura, pero sé que voy a vivir al máximo estos años.

—El tiempo es el tesoro más valioso y no nos damos cuenta…

—Yo siempre marco en Google Maps los sitios a los que quiero ir y me he dado cuenta de que tengo un montón a los que tengo que ir. Los estoy dejando y quiero conocerlos porque son cercanos. Hay que vivir.

—¿Ha sentido miedo en el camino?

—Al principio, no me dijeron que tenía cáncer como tal, sino varios tumores en el cerebro y eso me impactó mucho. Es una palabra que impone mucho respeto. Después, cogí la situación con ilusión. Quería luchar por ir a los Juegos y, a la vez, por mi vida. Me pareció un reto tan motivador… El cáncer disminuyó. Ya no tengo nada en riñón y en el cerebro de nueve tumores sólo me quedan dos residuos tumorales. Tenía la ilusión de recuperarme, pero luego me di cuenta de que no. Es un tipo sin cura y los tratamientos son para alargar la vida el máximo de años posible. Ahora lo veo de otra manera. Lo veo con aceptación, que tarde o temprano llegará ese momento. Lo único que sí me duele es no poderme llevar conmigo el dolor de mi madre. Es realmente a quien más le impacta y le daña esa palabra. Es lo único que me da bastante pena.

—¿En qué le ha ayudado el deporte?

—Es un salvavidas. El deporte me hace centrarme en el deporte y no en el problema que tengo en ese momento concreto. La primera vez que me salvó fue en 2012, cuando mi pareja de ese momento me maltrató y me lesionó un brazo. Ahí sí toqué fondo emocionalmente. Conseguí ir a los Juegos de Londres y pude salir de ese pozo en el que me encontraba. Ahora me ha vuelto a sacar otra vez, evitando que tocase fondo de nuevo. El deporte es fundamental para ver las soluciones y acércame a los sueños por cumplir.

—Su vida es inspiradora porque ha conseguido salir adelante incluso de la violencia de género…

—Tendría que sacar un libro porque me han pasado muchas cosas y muy fuertes todas. No tengo nada especial, de verdad. Todos tenemos esa fuerza dentro, aunque no lo sepamos.

“Me gustaría ser voluntaria para ayudar a los pacientes con cáncer en el Ramón y Cajal”

FUTURO

—Son sus quintos Juegos, ¿con qué se queda de cada uno?

—A los primeros, los de Pekín, no me hacía ni ilusión ir porque no sabía lo que eran. Me impactó mucho y fue una experiencia increíble. En Londres me reencontré con toda la gente que había conocido. En Río fue especial porque estuve a punto de conseguir el bronce en el último intento, pero dos de los tres jueces me lo dieron nulo. Ojalá uno lo hubiera dado válido para esa medalla histórica. Los de Tokio fueron raros sin público por el COVID. Vivíamos todos los días con miedo de dar positivo en los test. París será especial. Yo no debería estar y voy a estar.

—¿En qué punto están sus estudios de interpretación?

—Me saqué hasta primero de diplomatura. Ha sido la formación más enriquecedora, porque como deportista hay emociones que no te permites vivir. La interpretación me ha hecho ser más humana. Empecé la carrera de Psicología, pero me di cuenta de que era muy difícil compaginarla con el deporte. La había dejado ahí. No creo que me la llegue a sacar, pero sigo estudiando cursos intensivos para entender y para ayudar a gente con depresión, con intentos de suicidio… Me estoy formando en diferentes ramas. La salud mental es lo más importante de todo. Ahora me gustaría ser voluntaria para ayudar a los pacientes con cáncer en el Ramón y Cajal. Estoy en proceso para saber si me aceptan. Ayudar a los demás es mi mayor motivación en el mundo.

—¿Es su Fundación el legado del que más orgullosa se siente?

—Sin duda. Ese proyecto ha llegado muy lejos y me alegra compartirlo con Óscar Sánchez (su entrenador), que tiene las mismas ganas de ayudar a los demás. En su momento, el premio Supera de Iberdrola nos permitió comprar todo el material. Hay mucha gente detrás. Gracias a la Fundación Loida Zabala no sólo el deporte crece un poco más, sino que quienes acaban de tener una discapacidad aumenten su fuerza para tener un día a día más sencillo.

—¿Qué le enseñaron los obstáculos de su vida, de esa mielitis transversa al cáncer?

—La mielitis transversa me enseñó a sentarme en mi primera silla de ruedas y salir por fin de esa habitación en la que estuve en cama durante meses. Me enseñó la palabra libertad, lo que era salir a la calle y sentir la brisa en la cara. Regalos de vida que no apreciamos. Con los malos tratos me di cuenta de lo importante que es el amor propio, por encima del amor hacia los demás. Eso hizo que evolucionara y me quisiera al cien por cien, como nos merecemos todos y todas. Con el cáncer me he dado cuenta de que la vida es un regalo. Cada día. Cada momento.

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