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RUGBY | SEIS NACIONES

El rugby inglés y las lecciones del desastre ante Francia

La derrota ante Francia, la más abultada en 113 años de partidos internacionales en Twickenham, agrava los interrogantes en torno al rugby inglés.

El combinado inglés al acabar el partido.
MATTHEW CHILDSAction Images via Reuters

‘God save the kings’. ‘Dios salve a los reyes’, titulaba el domingo con sorna, en referencia a la letra del himno inglés, L’Equipe, el diario deportivo de referencia en Francia. Se ufanaba así de la severa derrota infligida por su selección el día anterior a Inglaterra en la cuarta jornada del Seis Naciones. La peor en 113 años de partidos internacionales en Twickenham, cuyas gradas, en una imagen muy poco habitual, si no inédita, empezaron a despoblarse antes del final del encuentro entre (tímidos) silbidos.

No fueron solo los guarismos, sobre todo fue la perenne sensación de dominio francés y de incapacidad local, de estar viendo un David contra Goliat, una comparativa en la que Inglaterra nunca puede ser David. En lo moral, porque allí se inventó el juego, y en lo económico, porque es uno de los países que más recursos destina a este deporte y porque organiza una de las ligas más potentes del mundo. Como en el caso de Gales, este ya no es solo un problema de quién juega en la selección y quién entrena a la selección, asuntos que por sí solos dan para extenso debate. La coyuntura es más profunda que eso. Es una problemática estructural que empieza en la base y termina arrojando sus consecuencias más visibles en el gran escaparate, que es por supuesto el XV de la Rosa.

Inglaterra ha estado viviendo un tiempo por encima de sus posibilidades para intentar competir con el Top-14 francés y su capacidad de seducción en lo pecuniario y en lo deportivo. Cuando han venido mal dadas, pandemia mediante, la porquería ha aflorado. Este año han quebrado dos clubes de la Premiership: Worcester, un histórico de clase media, y Wasps, un mastodonte, seis veces campeón nacional y dos de Europa. Sendas implosiones han suscitado dudas en cuanto al modelo de la competición y una investigación por parte del comité parlamentario encargado de los asuntos deportivos. La conclusión más palmaria a la que se llegó fue que el liderazgo en el rugby inglés es ahora mismo “inerte”.

Steve Borthwick, cabizbajo el sábado en Twickenham.
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Steve Borthwick, cabizbajo el sábado en Twickenham. David RogersGetty

De la cúspide a la base de la pirámide, donde también hay cuestiones que atajar. Según Statista, en 2016 jugaban al rugby en Inglaterra al menos dos veces por semana cerca de 260.000 personas. En 2021, el último año con datos, eran cerca de 134.000. Se ha producido una fuga en dirección a otras disciplinas crecientes en popularidad como el running o el ciclismo, alimentada por estudios recientes como el de la Universidad de Glasgow, que demuestran que el rugby de élite genera un riesgo de sufrir enfermedades neurodegenerativas por encima de la media. Por mucho que el reglamento se haya endurecido en los contactos por encima de los hombros y los placajes temerarios, ¿cuánta gente apuntaría a su hijo a un deporte a sabiendas de que puede estar duplicando las probabilidades de que padezca Alzheimer o Parkinson? No hay mucho que la RFU pueda hacer ahí salvo concienciar y seguir las directrices que marque World Rugby al respecto, cierto es. El rugby es así, un deporte de contacto, y las lesiones son un factor inherente a la actividad física.

De vuelta a la cima, emerge otro interrogante. Si es pertinente o no que, en medio del caos, con unas cuentas que solo la venta de un porcentaje del Seis Naciones a CVC (el cheque inglés por la operación asciende a 102 millones de euros) ha salvado de los números rojos, Bill Sweeney, el patrón federativo, se embolsara en 2022 668.000 libras (cerca de 750.000 euros). Lo cierto es que parece peccata minuta en esta crisis. Más relevante que sus emolumentos, a efectos de la situación actual, es la decisión de despedir a Eddie Jones en diciembre y dar paso a Steve Borthwick al frente de la Rosa a menos de un año del Mundial.

Y es que cuando desvías la atención del centro de la cuestión a la periferia, y resulta que pasado un tiempo los problemas persisten, ya no puedes esconderte detrás de nadie. Es difícil encontrarle sentido al cese de un entrenador que acumuló un 73% de victorias, tres títulos en el Seis Naciones (con Grand Slam el de 2016) y una final mundialista, sobre todo si el motivo es una crisis de resultados, en aras de acometer probaturas para el próximo Mundial, que sí se toleró en 2021, cuando quedó quinta en el Seis Naciones.

Si no funciona el mandato de Steve Borthwick, que hasta 2020 participó de los éxitos de Jones como su entrenador de delanteros y el año pasado hizo campeón de la Premiership a Leicester, en su primera experiencia como preparador jefe, su cuota de culpa será reducida, por mucho que se haya disparado en el pie de cara a la opinión pública con decisiones como la de sentar a Farrell. En primer lugar, porque el hombre idóneo para el puesto era su anterior inquilino. Borthwick simplemente no debería estar ahí, al menos en este momento. Y en segundo, y más importante, porque la Inglaterra que hemos visto en el Seis Naciones es solo la punta del iceberg que está perforando el casco del rugby inglés, si nadie lo remedia pronto quizá un nuevo Titanic.